La palabra sería “disfuncional”. Así es hoy la relación entre la Argentina y Brasil, la de ellos con el resto de Sudamérica, la de Sudamérica con América Latina y la de todos con Donald Trump y el resto del mundo.
Nada encastra con nada.
Todo es un gran chirrido.
Mauricio Macri le dijo en Brasilia a Michel Temer que “tenemos que ser aliados en todos los sentidos”. No dijo en qué sentidos.
Brasil y la Argentina están obsesionados con firmar el acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea. No es un ALCA porque no implicaría la formación de un bloque político. El proyecto de ALCA lo era. Washington quedaría a la cabeza de un bloque regional con normas sobre servicios, industrias, comercio, compras gubernamentales, construcciones y propiedad intelectual, todo con solución de controversias en los Estados Unidos. El problema es que la UE está en crisis, sus inversiones fuera de Europa están frenadas y sus gobiernos neoliberales solo tienen imaginación para competir por ver cuál hace el ajuste fiscal más austero.
Sobre Trump no parece haber otra política común entre Brasil y la Argentina que el desconcierto.
Plantear hoy una relación más intensa con la Alianza del Pacífico suena abstracto. Si es un ejercicio de profesión de fe ideológica común con México, Colombia, Perú y Chile, Temer y Macri lo pueden dar por hecho. Nadie los confundiría con populistas, izquierdistas o progres. En cambio no hay medidas concretas del Mercosur para intensificar el comercio entre los países del bloque, para suavizar la relación con Venezuela y para mejorar la integración con el resto de Sudamérica. Así no crecerá la capacidad de negociación conjunta con el resto del mundo.
Como suele ocurrir en esta zona que en 1974 Alfredo Zitarrosa bautizó como “un inquilinato en ruinas”, a los conservadores les falta imaginación más allá de la obsesión por desmontar el pasado. Por eso hasta cuando hablan de temas concretos, porque las comitivas dialogaron sobre cooperación en seguridad y lucha contra el narcotráfico, los encaran negando la realidad. El principal problema de seguridad de Brasil es que solo contando este año murieron 160 personas en revueltas carcelarias. Las cárceles están superpobladas hasta en un 100 por ciento, la policía abusa de la flagrancia para armar causas pavotas sobre drogas contra chicos y los carteles controlan las prisiones. El principal problema de violencia en la Argentina no son los crímenes del narco sino los espantosos asesinatos entre conocidos con una mayoría de mujeres como víctimas. De esos dos temas, entre Temer y Macri, nada.
Entretanto, las mayores sombras sobre el propio Presidente y sobre su jefe de inteligencia, Gustavo Arribas, tienen sede en Brasil. Los organismos oficiales brasileños no colaboraron aportando información en la causa que se tramita en el juzgado federal de Sebastián Casanello por presunto delito de lavado de activos cometido por Mauricio Macri. Una de sus offshore, Fleg Trading, fue inscripta para que el Grupo Macri operase justamente en Brasil. Y lo hizo. En cuanto a Arribas, luego de que Macri lo convocó a Boca para la compra y venta de jugadores el escribano hizo su fortuna en Brasil, donde vivió diez años y, entre otras cosas, negoció muebles e inmuebles, con el gran cambista de la Operación Lava Jato. Es paradójico: la Operación fue montada para justificar el golpe contra Dilma y la eventual criminalización de Lula, que acaba de sufrir la muerte de Marisa, su “Gallega”, en medio de una ola de difamación, y la dinámica de las pesquisas está dejando al desnudo los nombres de quienes siempre se dedicaron a los grandes negocios con el Estado en Brasil y la Argentina. Aliados en todos los sentidos.