PáginaI12 En Francia
Desde París
A la derecha francesa se le cayó la posverdad sobre la cabeza. Su candidato para las elecciones presidenciales de abril y mayo de este año, el católico y ultra liberal ex primer ministro François Fillon, está empantanado en el escándalo conocido como Penelope Gate que implica a su esposa y a dos de sus hijos. Fillon, que ganó las primarias de la derecha con la narrativa de un incorruptible profeso, los habría empleado como asistente parlamentaria a la primera y como colaboradores a los segundos sin que haya pruebas de que los salarios percibidos correspondan a un trabajo realmente realizado. Para salirse del enredo, Fillon contraatacó con un una ofensiva que, rápidamente, no resistió al análisis de sus argumentos: medias verdades, mentiras, pruebas falsas y nuevas acusaciones precipitan hacia el abismo a un candidato que se niega a retirarse de la carrera presidencial a pesar de la continua caída en los sondeos de opinión. Y en medio de esta tormenta en la que una parte de la derecha francesa busca una figura B para reemplazar a Fillon, uno de los posibles candidatos de recambio, el ex presidente Nicolas Sarkozy, acaba de ser imputado por la financiación ilegal de la campaña para las elecciones presidenciales de 2012, que perdió ante el hoy presidente François Hollande. De los 22,5 millones de euros previstos por la ley, Sarkozy gastó casi el doble, 42,8 millones, cantidad que intentó disimular mediante un sospechoso montaje de triangulaciones y facturas irreales.
Dos de las figuras con más crédito de la derecha se ven arrastradas por prácticas que todos condenan y a las que … casi todos recurren. Luego de la derrota en 2012, Sarkozy se hizo a un lado pero en 2014 volvió al primer plano con el propósito de restaurar su partido, la UMP, cambiarle el nombre por el actual, Los Republicanos, y poner a la derecha en orden de batalla de cara a la reconquista del poder con él a la cabeza. Era, en ese momento, el favorito de los sondeos. Pero las primarias de los conservadores se le cruzaron por el camino y, en la cima, el ex primer ministro y canciller Alain Juppé. Pese a las previsiones de la sondología que le daban la victoria a Juppé, Sarkozy siempre creyó en su buena estrella y solía citar como ejemplo el caso del presidente Mauricio Macri cuando ganó las elecciones en contra de todos los pronósticos. Estos, sin embargo, fallaron por unanimidad: no sólo Sarkozy quedó afuera de la carrera presidencial sino, también, su rival más citado, Juppé.
El ex jefe de gobierno de Sarkozy, François Fillon, derrotó a ambos y se colocó como un favorito unánime para llevarse la presidencia. Su destino de jefe de Estado parecía dibujado como un mapa de navegante. Se había postulado con el aura de un incorruptible, un hombre lento y discreto, prolijo administrador, católico ferviente y ultraliberal hasta la médula. Su imagen era exactamente todo lo opuesto a lo que había representado el sarkozismo. Le creyeron a pesar de que había sido el primer ministro de Nicolas Sarkozy. Entre Fillon y el poder sólo mediaban unas cuantas hojas del almanaque. La izquierda estaba dividida y quebrada, el Partido Socialista era un concurso de trincheras y egos, los ecologistas habían desaparecido, la izquierda más radical no despegaba y su único rival serio era la candidatura de la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen. Las encuestan predecían que Fillon y Le Pen pasarían ambos a la segunda vuelta de las presidenciales con la aplastante e ineluctable victoria de Fillon. Nada podía ser más claro y contundente hasta que el semanario satírico Le Canard Enchaîné reveló la historia de los supuestos falsos puestos de trabajo que habían ocupado los miembros de su familia.
El idilio con la presidencia se convirtió en un montón de brumas. Fillon denunció un “golpe de Estado Constitucional”, recurrió a la retórica del “complot” y de las “oficinas secretas que lanzan bombitas de mal olor”, acusó a los medios de imparcialidad, de mentir y defendió contra viento y marea su honestidad y la de su esposa. Pero cada vez que el candidato dio una explicación sus afirmaciones abrieron más interrogantes. Anteayer ofreció una conferencia de prensa con la que activó una basta contraofensiva. Admitió que había empleado a su esposa y que, aunque eso no estaba bien, era una práctica legal. Pidió perdón a los franceses y presentó una serie de contra pruebas de alto nivel aproximativo. François Fillon fue hasta implicar a la periodista británica que, en 2007, había entrevistado a su esposa Penélope para la televisión, Kim Willsher. En esa entrevista, redifundida por el canal France2 en el programa Envoyé Special, la esposa asegura que nunca trabajó para su esposo. Fillon afirmó que la periodista había protestado por la utilización parcial de esa entrevista y, como prueba, hizo públicos una serie de correos que Kim Willsher le envió a Penélope Fillon donde la periodista manifiesta su “molestia” por el empleo parcial de su trabajo. Sólo que los correos no se refieren a la entrevista sino a artículos de prensa y son anteriores a la difusión de la entrevista. Con ese montaje bien ensayado, Fillon mantuvo su candidatura sin convencer. El semanario Le Nouvel Observateur habla de “mentiras” y de “transparencia ficticia” mientras que, en su editorial, el vespertino Le Monde escribe: “François Fillon no despejó la duda perniciosa entre sus palabras y sus actos”. La derecha sigue su ruta presidencial con un candidato que va perdiendo parte de su legitimidad electoral y cuyas elucidaciones, por más hábiles que sean, no terminan de convencer. Cada día aparecen nuevas irregularidades en torno a sus actividades y a los contratos con que se benefició su familia. No hay testigos que hayan constatado la presencia de su mujer o sus hijos en los puestos de trabajo por los cuales percibieron salarios. Ayer saltó otra información comprometedora: según el mismo Canard Enchaîné, la Asamblea Nacional le pagó a Penélope Fillon 45.000 euros de indemnización por su despido. Ahora bien, nada ha probado hasta ahora que la señora haya trabajado en la Asamblea.
A ese enjambre se le sumó el juicio a Sarkozy y a otros 13 personajes del partido Los Republicanos, todos implicados en el escándalo conocido como Bygmalion, el nombre de la empresa que organizó la sobre facturada campaña electoral de Sarkozy. El ex presidente fue interrogado por la justicia en febrero de 2015 y, a pesar de los argumentos presentados por sus abogados, la justicia lo imputó en septiembre del mismo año. Sarkozy siempre afirmó que no estaba al corriente del montaje fraudulento que llevó a que los gastos se multiplicaran por dos. La justicia no le creyó y ahora lo envía a juicio en el peor momento por el que atraviesa una derecha a la que nada parecía poder arrebatarle la victoria final: la campaña electoral se ha convertido para los conservadores en una pesadilla semanal que va beneficiando al ex ministro de Economía de François Hollande, el abanderado del llamado “progresismo”, Emmanuel Macron. Según las últimas encuestas, Macron eliminaría a Fillon en la primera vuelta y disputaría la segunda contra la inamovible Marine Le Pen. Pero nada está escrito. Los héroes de hoy pueden ser los proscriptos de mañana.