El 25 de marzo de 1994, el exmanager de Nirvana Danny Goldberg se unió a otras nueve personas en Lake Washington Boulevard 171, en Seattle, para rogar por la vida de Kurt Cobain. Todos habían sido invitados por Courtney Love, la esposa de Cobain, como parte de una intervención al creciente abuso de drogas y la depresión del músico, pero cada uno debería haber sabido lo altas que estaban las apuestas. Tres semanas antes, él había sufrido una sobredosis de champán con rohipnol en Roma, que Love sostendría que había sido su primer intento de suicidio. La semana anterior, la policía había sido llamada a la casa de Seattle, donde Cobain se había encerrado en una habitación con varias armas y una botella de píldoras. Mientras cada uno de los amigos, gente de la industria, consejeros y compañeros de banda presentes –Krist Novoselic, el bajista de Nirvana, estaba ahí junto al guitarrista que los acompañaba en vivo, Pat Smear– le rogaban a Cobain que se limpiara, consiguiera ayuda y continuara con su afortunada-pero-maldita vida, sabían que se estaban quedando sin posibilidades.
Con la mirada perdida, cada vez más enojado y sintiendo –en palabras de Love– que había sido atacado en grupo, Cobain no se quebraría. Él insistía en que necesitaba un terapeuta en lugar de rehabilitación, y empezó a buscar uno en las Páginas Amarilla. En un momento, él huyó hacia un baño de la planta alta cuando la manager asociada empezó a tirarle por el inodoro sus drogas prescriptas, temiendo una segunda sobredosis. Cuando Goldberg –que había sido uno de los managers de Nirvana durante sus años de mayor gloria, y entonces era un confidente y consejero– le dijo que dejara la heroína para siempre, Cobain se quejó acerca de sentirse atrapado por la constante atención de ser una de las estrellas de rock más grandes del mundo y argumentó que si William Burroughs podía vivir una larga y creativa vida como adicto, ¿por qué no podría él?
“Estaba de un mal modo”, dice Goldberg, que revivió la experiencia en su nuevo libro acerca de manejar a Nirvana, Serving the Servant. “El principal recuerdo que tengo es sentirme como la mierda acerca de lo difícil que me resultaba llegar a él y lo deprimido que parecía estar. No era una gran situación en términos de conectar con él personalmente porque había mucha más gente ahí y estoy seguro de que él se sintió bajo vigilancia en su propia casa. Pero Courtney estaba aterrada. Ella había visto lo que él había pasado durante un tiempo muy duro y pensó que quizás el hecho de que hablara con otra gente iba a hacer que él buscara alguna ayuda. Hablé con él por teléfono cuando llegué a casa y hablamos una última vez. No pude sacarlo de la depresión, no pude levantarlo o hacer que sintiera que había esperanza. Yo simplemente esperaba que si las drogas salían de su sistema, entonces él pudiera pensar con más claridad, y que entonces sería un buen momento para tener una mejor conversación. Por supuesto, nunca pude tener esas conversaciones”.
De hecho, la intervención sí tuvo el efecto deseado, aunque por un breve lapso. El 30 de marzo, Cobain se internó en el Exodus Recovery Centre de Los Angeles, donde discutió sus problemas personales y con las drogas con terapeutas, pareció interesado en visitar a amigos y pasó un rato con su hija Frances Bean por última vez en su vida. Entonces, el día después de internarse, saltó sobre la cerca perimetral, voló de regreso a Seattle y desapareció. Pese a que lo vieron varios, una preocupada Love contrató a un detective privado para que lo rastrear, enfocándose en plantarse fuera del departamento de su dealer. Ni él ni Eric Erlandson –el guitarrista de Hole, a quien Love le había pedido que se fijara si Cobain estaba en la casa– pensaron en buscarlo en el invernadero sobre el garaje. Su cuerpo fue descubierto allí el 8 de abril por un electricista que había ido a la casa de Lake Washington Boulevard para instalar un sistema de seguridad. Estaba tirado junto a una escopeta que él había comprado para su amigo Dylan Carlson antes de irse a Los Angeles. Se cree que tomó su propia vida el 5 de abril, hace poco más de veinticinco años.
Como los que mataron a JFK, Martin Luther King Jr y John Lennon, fue un disparo que tuvo ecos alrededor del mundo. Como evalúa certeramente Serving the Servant, Cobain fue más que simplemente un fenómeno musical, el rey del grunge y el hombre que mandó a la estratósfera a la escena punk undeground estadounidense. El segundo disco de Nirvana, Nevermind, ha vendido más de 30 millones de copias, y su single “Smells Like Teen Spirit” está entre los más celebrados himnos del rock y fue declarado el mejor de todos los tiempos por NME en 2014. Pero Cobain no era sólo el tipo que mezcló melodías accesibles con suciedad guitarrera retorcida y se sacó la lotería. También fue el icono definitivo para los atormentados outsiders de todo el mundo; el empático hermano en el dolor que todos los dañados punks del indie rock nunca habían tenido, mirando directamente hacia sus almas.
“Es esa combinación de oscuridad, idealismo, humor, compasión y cinismo”, argumenta Goldberg. “La totalidad de eso conecto muy íntimamente con fans que sintieron que no eran los únicos locos, que de algún modo estaban estos músicos que eran populares y que los entendían. Ese era su don”.
Serving the Servant pinta a Cobain como un personaje profundamente conflictuado. Él podía ser amable y taciturno, seguro y desesperanzado, gracioso y peleador, generoso y falaz, sarcástico y romántico, carismático y profundamente ordinario. Cuando Goldberg lo conoció, en una reunión seis meses antes de la grabación de Nevermid –lo habían animado a ser manager de Nirvana John Silva, su socio en Gold Mountain Entertainment, y Thurston Moore, de Sonic Youth–, le pareció que Cobain era una persona tímida, pero firme en cuanto a su carrera.
Cobain estaba convencido de dejar el sello independiente Sub Pop, que había publicado Bleach, el álbum debut de la banda, y grabar el segundo en una major; optó por Geffen, hogar de Sonic Youth, sus mentores en la escena. Como fan tanto de Big Black como de The Beatles, Cobain no compartía el disgusto exasperado del hardcore punk underground acerca del éxito, y su determinación por adaptar la ética y la intensidad del “hacelo vos mismo” del punk –en la que el artista concibe y controla la imagen, el arte de tapa y los videos tanto como la música– para la adopción del mainstream fue lo que Goldberg considera su característica impulsora. “Tenía un enfoque que bordeaba lo obsesivo respecto de su arte”, dice el exmanager. “Estaba completamente concentrado en su carrera en todos los modos posibles, se preocupaba por cada detalle y quería lograr lo mejor que pudiera. Tenía muchas otras cosas en mente, demonios y dulzura personales, pero ante todo era un artista”.
Dentro del primer año de tomar a la banda, Goldberg tenía un fenómeno en sus manos. “Smells Like Teen Spirit” se convirtió en una bola de nieve en las radios rockeras de todo el mundo; el riff que empezaba millones de pogos. Ahí había una canción que tomaba la actitud abrasiva y las guitarras fangosas de la escena Sub Pop, aplicaba la descarga quiet/loud que habían perfeccionado los Pixies, y las reformulaba con una melodía instantánea y una voz árida que los fans de Guns N’ Roses podían entender. En lo lírico, era surreal e incomprensible –”un mulato, un albino, un mosquito, mi líbido, okaaaaay”–, pero cuando el disco Nevermind llegó dos semanas después, la estética única de Nirvana se tornó coherente. Mientras que buena parte del punk underground de los ‘80 era furia contra la máquina y los Pixies despotricaban contra la violencia bíblica, la cultura college y el incesto, Nirvana encontró su furia en un hastío desolado y autodestructivo que le resultaba familiar a millones de quebrados adolescentes holgazanes. Había nacido la generación grunge.
Hay una impresión que transmite el libro acerca de que, aunque Cobain siempre planeaba ser un gran icono rockero, le costó el hecho de que sucediera tan rápido. “Una vez que ‘Smells Like Teen Spirit’ llegó a la radio, fue como si despegara un cohete. No había precedentes para algo así, que saliera de la cultura punk rock que había incubado su personalidad como artista. Fue una experiencia ponderosa, no del todo una bendición en términos de cómo afectó personalmente a cada uno de los involucrados, y al ser Kurt el compositor y el cantante recibió una desproporcionada cantidad de la intensidad”. ¿Cambió Kurt después de que Nevermind bajó a Michael Jackson del número 1 en Estados Unidos? “No, era el mismo tipo. Estaba muy preparado intelectualmente para ser una figura pública, no fue una cosa repentina. Pero no hay dudas de que en pocos meses hizo su aparición la heroína”.
El libro de Goldberg es compasivo respecto al amerizaje de Love en el mundo dado vuelta de Cobain (“se enamoró… esto no era un enamoramiento rockero pasajero sino una conexión profunda”), pero reconoce que la repentina presencia de una “artista determinada, enormemente talentosa por derecho propio, y una persona enormemente complicada” en el campamento de Nirvana en semejante momento crucial cambió la dinámica. Después de varios años flirteando a distancia, la persecución de Love hacia Cobain se convirtió en una relación completa durante 1991. Hay momentos de intenso y aislado romance, peleas disruptivas y compañerismo drogón. Aunque Goldberg es cuidadoso en no culpar a Love por la ingesta de drogas de Cobain, lo que comienza como una unión a través del jarabe para la tos se convierte en un revival de sus aventuras previas con la heroína.
Goldberg ha escuchado reportes, pero la primera vez que notó a Cobain introvertido y apenas capaz de mantenerse consciente fue después de la aparición en Saturday Night Live, en enero de 1992. Al día siguiente, él se puso a organizar una intervención que involucraba a personas del sello, doctores y un consejero sobre drogas en Los Angeles, para presionar tanto a Cobain como a Love para que fueran a desintoxicarse, particularmente después de que ella se enterara de que estaba embarazada. “Éramos siete u ocho de nosotros que los confrontamos en el hospital Cedars Sinai. Fue tipo ‘por favor, no se hagan esto a ustedes mismos, esto no es bueno para ustedes’. Fue una súplica emocional bastante clara para todos, lo que los forzó a darse cuenta de que no era un problema invisible… Los resultados a corto plazo fueron que en uno o dos meses ambos parecían limpios y de buen humor. Pero Kurt continuó su pelea con las drogas durante el resto de su vida. No hubo una bala de plata para él”.
Las adicciones esporádicas de Cobain eran una red psicológica enmarañada. “Había parte de él que se odiaba a sí mismo por usar heroína”, cree Goldberg. “Se sentía culpable por eso y también se sentía particularmente mal porque era algo conocido públicamente, era un mal ejemplo para sus fans, y había parte de él que simplemente sufría tanto, y eso era en apariencia una de las cosas que podía tratar, tanto el dolor físico como el emocional. Era una lucha constante. Pero él no estaba drogado todo el tiempo; estaba limpio, era muy creativo y una persona muy amable buena parte del tiempo. Él era complicado”.
Goldberg separa tres etapas de Cobain: “antes de Nevermind”, “lo que le siguió de inmediato” y “el lado oscuro”. Los últimos dos años de su vida fueron notoriamente turbulentos. Un artículo de Lynn Hirschberg en Vanity Fair en 1992 sugirió que Love usaba heroína durante su embarazo, lo que provocó que la pareja de recién casados luchara por la custodia de Frances Bean e instalara en Cobain una desconfianza por la prensa que llegaría casi a la paranoia: “Muchos artistas que escuchan 99 elogios y una crítica se obsesionan con esa crítica”, dice el exmanager de Nirvana. “Kurt tenía una leve tendencia hacia eso”. Aún así, hay reportes de guerras de comida escandalosas en los backstages y de la banda prendiendo fuego sofás de los vestuarios, y Cobain parodió sus supuestos problemas durante el legendario set de Nirvana como cabeza de cartel del festival de Reading de ese año.
“Él tomó la angustia que sentía, los problemas sin resolver acerca de la custodia de su hija, y la vergüenza que sentía por el modo en que Courtney y él habían sido retratados, y los convirtió en arte performático”, recuerda Goldberg. “Ser empujado al escenario en silla de rueda y con una bata de hospital, luego levantarse de golpe como James Brown y, con una abrasadora energía tocar un set increíble y pedirle a todo el público que dijera ‘Te amo, Courtney’”... Él no estaba deprimido todo el tiempo, era creativo, gracioso, cálido. Era todas estas cosas; dependiendo de qué día o qué hora del día, o qué período de tiempo, iba a ser el Kurt que te tocara. El humor era una gran parte de eso: al mismo tiempo eran la banda que rockeaba más duro que había y eran capaces de reírse de la idea de ser la banda que rockeaba más duro, a la vez siendo la manifestación del rock and roll y deconstruyéndolo. Siempre fue parte de la esencia de Nirvana. No era continuamente oscuro, era una combinación de oscuridad y luz”.
De hecho, al mismo tiempo que la banda provocaba humorísticamente a su exfan convertido en némesis Axl Rose en un berrinche abusivo en los VMA Awards de 1992, también tomaban un serio e intransigente enfoque para su tercer álbum, In Utero. Cobain eligió al celebrado inconformista punk Steve Albini, que había trabajado con Pixies y The Breeders, para producir el disco en sólo 14 días, creando un lúgubre y escabroso bloque de noise rock hardcore que muchos consideran su verdadera obra maestra.
“El puro éxito de Nevermind lo hizo por definición ‘comercial’”, asegura Goldberg. “Kurt era consciente de las actitudes de mucha gente de la comunidad punk rock así que quería hacer algo diferente... Albini tenía una técnica de grabación que creaban una sensación más íntima, como si la banda estuviera en la misma habitación que vos como oyente”.
A pesar de su clara intención de deshacerse del elemento de barrabravas descerebrados de su público, la clase de tipos que hubiesen golpeado a los integrantes de la banda cuando estaban en la secundaria, In Utero vendió millones en 1993. Aún así, Goldberg dio un paso atrás durante su segundo pico, tomando un trabajo como ejecutivo discográfico en camino a convertirse en presidente de varios sellos major estadounidenses. “Amaba a Kurt y estaba muy orgulloso de lo que había logrado Nirvana, y también me caían bien los otros muchachos, pero me ponía nervioso su fragilidad, especialmente después de comprender que había drogas involucradas”.
Él vio el espiral descendente final de Cobain como un asociado cercano, amigo y consejero. Sus repetidos e infructuosos intentos de rehabilitación; sus amenazas telefónicas a potenciales biógrafos de los que sospechaba (Danny se sentía “horrorizado” de que Cobain pudiera hacer eso); su colapso de drogas en los camarines durante la grabación del MTV Unplugged de Nirvana en Nueva York, en noviembre de 1993; su sobredosis en Roma. Todo eso hizo que Goldberg, cuando el final llegó, desechara cansadamente las “teorías conspirativas” que dicen que Cobain fue asesinado. “Es ridículo”, asegura. “Él se suicidó. Lo vi en la semana anterior, estaba deprimido. Había tratado de matarse seis semanas antes, había hablado y escrito un montón sobre el suicidio, se drogaba, tenía un arma. ¿Por qué la gente especula sobre eso? La tragedia de la pérdida es tan grande que la gente busca otras explicaciones. No creo que haya ninguna verdad en todo eso”.
Según Goldberg, poco tiempo antes de su muerte Cobain le había preguntado si podía ser capaz de lanzar su carrera fuera de Nirvana. Incluso había arreglado para grabar con Michael Stipe, de R.E.M., y comprado el pasaje de avión, pero nunca apareció. Si hubiese vivido, conjetura el exmanager, habría podido ser el Neil Young de su generación, siempre quemándose y nunca desvaneciéndose. “Creo que hubiera encontrado diferentes maneras de expresarse, a veces con la banda y en otras no”.
Es demasiado fácil fantasear sobre la música que una gran estrella de rock no llegó a hacer, pero la leyenda de Cobain está arraigada en mucho más que el simple hecho de haber muerto joven. En sus pocos años en la cima del rock del siglo XX, él cambió drásticamente el machismo, las bravuconadas y la horrorosa lascivia del género, y llevó al frente a la empatía, la sensibilidad y la profundidad emocional, salvando al rock de los guarros y los barrabravas. Es a él a quien se le debe agradecer por cada banda inclusiva y compasiva, desde Paramore a Idles. Y por haber convertido a Motley Crue en irrelevante estamos por siempre en deuda con él.
Goldberg también ve a Cobain entre las verdaderas leyendas de la música. “Él es uno de los grandes. Es alguien que tocó a la gente muy profunda y ampliamente, de esos de los que hay pocos. Bob Marley está esa lista, junto con John Lennon, Bob Dylan, Edith Piaf, John Coltrane y Billie Holiday. Él está en esa lista de los grandes”. ¿Su recuerdo más preciado? Goldberg ni siquiera hace una pausa: “Vuelvo una y otra vez a pensar en su sonrisa. Había algo en el modo en que se veían sus ojos en ciertos momentos que era muy hermoso, a la vez gracioso y amoroso. A eso es a lo que regreso”.
Mark Beaumont: The Independent de Gran Bretaña. Especial para PáginaI12.