Hay tres imágenes que vuelven, una y otra vez, a lo largo de Ausencia de mí, documental dirigido por Melina Terribili sobre la figura de Alfredo Zitarrosa. Esas imágenes son una bandada de pájaros en la rambla, un camino con árboles y el mar. Imágenes que ante algún estallido social o una grabación difusa reaparecen como si generaran un lapsus mental, un corte interno o una respiración abrupta. Melina Terribili la llama “paisajes del exilio” y fueron grabados por la directora en Super8 y en SuperVHS, para dar una unidad estética, y al mismo tiempo proporcionar un falso presente. La película comienza cuando Alfredo Zitarrosa estaba prohibido en Uruguay en 1973. “No tenía trabajo y se tuvo que ir a vivir con su familia a un pueblo costero. Ese es el paisaje que a él lo rodeaba, de algún modo. Y esas imágenes funcionaron como un recurso poético para trabajar sentimentalmente lo que dejó; como símbolo de patria, como un lugar de pertenencia perdido”.
Cuando habla de su documental, Melina Terribili dice estar contenta y satisfecha; al mismo tiempo, recuerda el largo proceso creativo con mucho dolor. “Fue entrar en un laberinto que duró diez años, empezando por el momento de investigación en 2009. Necesité de un tiempo para separarme de mi vínculo afectivo con el artista. Y con los años de estar inmersa en ese mundo, me empecé a olvidar mucho de su obra. También tuve que asumir que de pronto yo estaba hablando de esta persona, y eso era una responsabilidad gigantesca.” El extenso proceso de montaje de casi un año completo, en donde Valeria Racioppi, montajista de Años de Calle de Alejandra Grinschpun, y de El silencio es un cuerpo que cae de Agustina Comedi, entre otras películas, fue una figura clave; coincidió, por otro lado, con el advenimiento del macrismo con sus políticas neoliberales que parecían hacer eco con las grabaciones sobre la época de los setenta, y por otro, con la muerte del padre de la directora. Actualmente, Melina está desarrollando un documental sobre Carlos Terribili, muralista y pintor popular, que militó durante los 70 en distintas agrupaciones de izquierda y fue quien, en cierto modo, le acercó la obra de Zitarrosa cuando ella era muy chica. Según la directora, esta nueva película formaría un tríptico junto con Ausencia de mí, y una película que planea hacer sobre el gran fotógrafo uruguayo Jorge Vidart, recientemente fallecido.
Egresada de la carrera de Cine Documental de la Escuela de Avellaneda, Melina Terribili se formó como autodidacta en fotografía fija y después asistió a talleres con distintas figuras claves: Gustavo Fontán en escritura y desarrollo de proyectos, Miguel Pérez en estructura dramática, y Marta Andreu en cine documental. Entre otros títulos, trabajó haciendo cámara y dirección de fotografía para directores como Andrés Habegger en El (im)posible olvido y en la mencionada Años de Calle, una película que acompaña a dos chicos de la calle durante diez años. En el año 2014 estrenó su primer documental, en co-dirección con su hermana Luciana, grabado íntegramente en España, sobre una pareja lesbiana de gitanas y los conflictos que la relación generó en su comunidad. Un día gris, un día azul, igual al mar se estrenó en Mar del Plata en el año 2014.
“El documental genera un vínculo muy lindo y maravilloso entre el que filma y lo que está filmando. La ficción no te da ese tipo de conexión. Yo me meto mucho en el proceso de hacer un documental y eso lleva tiempo, voy a la verdulería y pienso en mi película. Una vez que desentrañaste qué película querés hacer, cómo va a ser, se convierte en un estado casi permanente de pensar en eso. Es una conexión muy profunda” dice Melina. El problema de Ausencia de mí fue justamente ese: desentrañar el tipo de película que Melina, en principio, no sabía que iba a hacer. ¿En qué momento de su extensa carrera como DF se tomó el tiempo para trabajar durante diez años en su proyecto de hacer un documental sobre Alfredo Zitarrosa? Y por otro lado, ¿cómo se le ocurrió poner en marcha una película tan ambiciosa sin contar, en un principio, con un apoyo institucional ni productivo más que sus propias ganas? A decir verdad, Melina no sabía con qué iba a encontrarse cuando se propuso hacer eso. No podía saber que canciones como “Pal que se va”, “El violín de Becho” o “Adagio a mi país”, grabadas en casetes entre otras canciones latinoamericanas que escuchó en un walkman durante su adolescencia y juventud, serían la puerta de entrada a un laberinto de objetos, grabaciones inéditas, material de archivo, miles de cajas y más cajas, acumuladas en el sótano de una casa de Montevideo.
Pal que se va
Cada vez que Melina menciona a Zitarrosa dice Alfredo. No lo dice para hacer gala de una cercanía, ni para darse un aire de nada; lo dice porque el nivel de familiaridad que logró con las hijas de Zitarrosa y con distintos representantes del músico uruguayo la volvieron “una más”. “Cuando yo me decidí a hacer la película, lo primero que hice fue viajar a Montevideo para hablar con las hijas y con la viuda. Conocía a Alfredo como espectadora, como oyente. En mi familia, mi mamá y mi papá, artistas plásticos los dos, estuvieron muy vinculados a la militancia política y Zitarrosa era parte del sonido de mi infancia.” Tiempo después, a sus veinte años, Melina se reencontró con la música de Alfredo. Compró los CDs que Página12 había editado con inéditos y colgó las fotos de los libritos en su casa. A partir de la lectura del libro Alfredo Zitarrosa: La biografía de Guilermo Pellegrino, se decidió a hacer la película.
Viajó entonces a fines del 2009 para conocer a la familia y proponerles el proyecto. En un principio, la película que Melina tenía en mente estaba más relacionada con la casa de Alfredo en donde actualmente viven sus dos hijas, Serena y Moriana. Y en uno de esos viajes a Montevideo durante la etapa de investigación, Melina descubrió lo que para cualquier documentalista es oro puro: un enorme archivo de la obra de Zitarrosa guardado en el sótano de la casa ocupando un espacio gigantesco. Había ahí de todo: cajas y cajas con manuscritos a mano, libros inéditos de poemas y de narrativa, diarios, cartas (Alfredo, dice Melina, escribía una carta y la fotocopiaba para guardársela), grabaciones no solo de canciones en procesos o tarareos, sino de pensamientos e ideas, imágenes y reflexiones; miles de diapositivas y cientos de rollos de Super8 en donde Zitarrosa registró su exilio en España y en México.
De pronto a Melina se le reveló un mundo; la interioridad del artista que quería documentar. Entendió que la película estaba oculta ahí, en esa voluminosa cantidad de material que Zitarrosa había guardado de un modo obsesivo. “Alfredo tenía un hábito de registrar todo, que pasaba más por una necesidad. Era una persona obsesiva en su trabajo, pero creo que su obsesión por acumular y grabar pasaba más por un lado de la necesidad. Porque en esa obsesión por documentar, en esa cosa compulsiva por grabar, también se estaba creando un lazo de pertenencia con el país que había dejado atrás en el exilio y adonde siempre quiso volver”.
Las hijas le contaron a Melina que estaban esperando un mecenazgo para comenzar a trabajar en el armado de un catálogo y en la preservación del archivo, para avanzar con la digitalización de las cintas y de las grabaciones. También tenían pensado armar un archivo de consulta, un museo sobre Alfredo. Había muchas ideas pero el dinero no llegaba. Melina les propuso entrar en el proyecto y desde la película motorizar el trabajo. Habló con el director de DocMontevideo, un espacio de cine documental en Uruguay muy importante, e inmediatamente la contactó con la Universidad de la República. A partir de ahí, dice, se puso en marcha todo.
En el 2014 se llevó el archivo de Zitarrosa al Teatro Solís de Montevideo. Comenzó un proceso muy largo de recuperación y de estudio del material. Serena tenía una lista de objetos pero no coincidían algunas cosas. El teatro, cuando asumió el rol de custodiar la obra desde su equipo de archivólogos, llamado CIDDAE, empezó a ver que algunas cosas de la lista no coincidían con el material. Cuando hicieron un nuevo conteo, se encontró de todo; desde objetos personales, manuscritos inéditos hasta cañas de pescar. Su vida estaba dentro de esas cajas. El problema era, ¿cómo se hacía para llevar adelante un plan de trabajo con tanto material? Había cosas que no pertenecían a un determinado criterio, y por otro lado, el Teatro solo tenía especialistas en papel y no otro tipo de objetos. Ahí se empezó a definir un criterio, una metodología desde la archivología como para ver qué se hacía con ese desbordante volumen de cosas.
Mientras tanto Melina registró el proceso. Filmó a la familia en plena apertura de las cajas. Logró grabar el impacto emocional de reencontrarse con la imagen de Alfredo y con su voz, con sus cosas. Y al mismo tiempo, un proceso de distanciamiento ya que se intentaba buscar una metodología de trabajo para inventariar fotografías, diapositivas, carpetas (muchas carpetas), y miles cartas. Por otro lado, estaba la digitalización de las cintas y del Super8; un trabajo que Melina llevó adelante desde su propia película. Ausencia de mí es, entonces, uno de esos raros casos de documental en donde la acción de la propia película incide y mejora aquello que se está documentando.
En mi país
Incluso, después de registrar este proceso, Melina no sabía qué forma tendría su película. No sabía a ciencia cierta de qué iba a hacer ni qué terminaría por editar. Tuvo que esperar a hacer ese proceso de ordenamiento del material para poder escuchar, con Valeria Racioppi, la montajista, los audios y el video, y entender de qué les hablaba ese material. Escucharon una gran cantidad de cosas en las que fueron planillando y seleccionando hasta que llegaron a la idea de hacer una película centrada íntegramente en el exilio entre los años 1973 y 1985.
Ausencia de mí está dividida por placas en donde se marcan los distintos exilios de Alfredo Zitarrosa. Primero en España y el segundo en México, en el DF. El tiempo que vive afuera es un momento muy duro y difícil. Melina hace hincapié en la falta de trabajo, en los conflictos domésticos y en el problema de Zitarrosa con el alcohol, de público conocimiento. Con los materiales proporcionados por el archivo, la película va creando un clima, una atmósfera de extrañamiento, de evocación; entre lo que se deja atrás y lo que se pierde, entre la memoria y el proceso creativo. Los cortes trabajan desde el borramiento de espacios y de lugares, en la suspensión del tiempo y los momentos de soledad de Alfredo con su grabador. Lo que queda de la película es la marca de la voz. Esa voz tan particular, melodiosa y ligeramente milonguera, que parece llegar desde el sótano de una casa. En ese aspecto, Melina resalta también el trabajo del diseño sonoro a cargo de Gaspar Scheuer. Durante dos meses trabajaron sobre una búsqueda exhaustiva de detalles para ampliar la paleta de recursos sonoros. Marchas, cánticos como “Pan Tierra y Trabajo”, y hasta sonidos específicos de pájaros, que son tratados dentro de la película como enclaves para darle una unidad dramática.
Las placas que anuncian las fechas de los distintos exilios son seguidas de una serie de poemas que Alfredo escribió muy joven; forman parte de los hallazgos del archivo. La película los resignifica y les da un enorme poder predictivo, como por ejemplo la frase “soy tosco aún/ tu recuerdo me paraliza”, que remite al recuerdo de sus dos hijas y de su esposa quienes deciden regresar a Uruguay desde España. Pero, dice Melina, lo que plantea Ausencia de mí no es sólo la nostalgia por la tierra que se dejó atrás, por ese paisaje que se perdió y que sólo puede rememorarse en una memoria cada vez más difusa y onírica; sino también sobre el impacto y la dureza que implicó en muchos uruguayos el desexilio. “Con el exilio todavía guardás una esperanza de algo” dice Melina “pero cuando volvés ya no la tenés más. En el regreso de Alfredo se jugaron muchas cosas. La imposibilidad de volver a militar, la posdictadura que arrasó con todo, una desolación que queda. Para el exiliado que regresa hay algo muy marcado: no puede volver a reconstruirse, desde lo personal, en eso que dejó atrás y que al volver reencuentra: un paisaje, personas, un vínculo afectivo con esos espacios que no existen más. Aunque la rambla sea la misma, la ciudad sea la misma, es imposible retornar a ese vínculo. Eso le pasó a muchos exiliados”.
La película, que viene de ganar la competencia internacional de FICSUR, tuvo su pre estreno el 11 de diciembre del 2018 en Uruguay, en el Teatro Solís, en el marco del 70º Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y su estreno internacional en el IDFA, en Holanda, uno de los festivales de documentales más importantes de Europa. Las dos experiencias fueron emotivas, sobre todo en Uruguay: después de tantos años, Alfredo Zitarrosa parecía volver nuevamente. Volver a conectar, desde lo íntimo y lo afectivo, con su público y con los hijos e hijas de ese público. Aunque las experiencias fueron variadas, y mucha gente se sintió afectada por las imágenes y por el viaje audiovisual que la película propone, Ausencia de mí toca una herida que permanece abierta en Uruguay, que tiene que ver con una deuda social con la figura de Zitarrosa. Cuando se lo ve en su esperado regreso de 1984, recibido por un público eufórico, para brindar aquel multitudinario concierto en el Estadio Nacional, no se puede evitar la conmoción. Es, en cierto modo, la misma conmoción que produce la película y que se mantiene intacta a lo largo de los años. “El público actual conecta con la emocionalidad más primaria de la película, me parece” dice Melina. “Con lo más simple. Alfredo no deja de ser un hombre que luchó por la libertad, que amó a su país y a sus hijas, que siempre quiso volver a su paisaje. Un hombre que, a pesar de haber sufrido una enorme tristeza, quiso un mundo mejor y peleó por él hasta su último día de su vida”.