Horacio Quiroga integra, desde hace décadas, el canon de la literatura rioplatense y latinoamericana, y sus cuentos, auténticas joyas de la narrativa en sus vertientes más salientes, realista y fantástica, formaron parte, durante varios lustros, de las lecturas incluidas en los planes educativos para las escuelas argentinas en “Lengua y literatura”. Pionero del modernismo, como Rubén Darío y Leopoldo Lugones, admirador de Poe y Kipling, London y Dostoievski, Quiroga devino en “rara avis”, y al mismo tiempo en figura arquetípica, al modo de un Robinson Crusoe o de un Hemingway sudamericano; un autor en la que su vida y su obra están entrelazadas, unidas por una infinidad de experiencias que, vía los vasos comunicantes de la escritura, se plasman en sus relatos sobre el hombre enfrentando las adversidades de la naturaleza –en las selvas y en los montes– soportando la soledad y, en muchos casos, recibiendo la muerte.
Sin embargo, ni su obra ni su figura se establecieron de una vez y para siempre, ya que estas, nada lineales, estables, ni homogéneas –hablamos de una producción con dos centenares de cuentos y un par de novelas, y de vaivenes vitales y geográficos entre la ciudad y la vida rural–, fueron atravesando análisis, libros y discusiones, políticas editoriales, a lo largo de todo el siglo XX, hasta el presente. Baste mencionar que la editorial Bärenhaus ha publicado recientemente varios volúmenes de relatos, y Planeta, por Seix Barral, nuevamente los Cuentos completos. Tras la muerte del escritor, sus amigos José María Delgado y Alberto J. Brignole publicaron Vida y obra de Horacio Quiroga, en 1939. Luego, Pedro Orgambide el ensayo Horacio Quiroga: El hombre y su obra, en 1954; y exactos 40 años después una biografía. Por su parte, Ezequiel Martínez Estrada publicó El hermano Quiroga, en 1957, aludiendo ya en el título a la “familia literaria” que formaron durante un tiempo junto a Luis Franco y Samuel Glusberg, hermanos mayores y menores, unidos durante un tiempo a Lugones, previo a su deriva militarista-golpista. Y, en el campo de la crítica, Noé Jitrik intervino, en 1959, con Horacio Quiroga: Una obra de experiencia y riesgo, libro que tuviera una segunda edición (modificada) en 1967 y que ahora Eduntref, la editorial de la Universidad de Tres de Febrero, rescata y publica como parte de su “Colección estudios americanos”.
Como afirma Daniel Link en el prólogo para esta nueva edición, es un libro “que goza de una vitalidad envidiable”, y que se anticipó en su momento al boom latinoamericano, mientras apenas se insinuaban “desplazamientos ideológicos” y “transformaciones estéticas”. Jitrik lee y escribe sobre la obra de Quiroga, sin caer en simplezas y esquematismos como trasladar sencillamente su biografía a su obra, o seguir su trayectoria literaria como si hubiera, sin más, evolución: un comienzo y aprendizaje, consolidación y reconocimiento, y luego un declive previo al final (un último libro, inferior a otros previos, y el suicidio, en 1937).
Jitrik busca establecer “líneas de fuerza” dentro de la obra quiroguiana, más allá de cualquier cronología u orden prestablecido, lecturas que le permitan componer un ensayo de interpretación que busque (proponga) la singularidad de su objeto en sus múltiples facetas. Quiroga, a diferencia de Lugones o Enrique Larreta, abandona “los conceptos literarios y se ocupa de temas y realidades”. Esas realidades son sus propios momentos en la vida: joven dandi uruguayo, viajero a París, acompañante como fotógrafo para Lugones en su viaje a las ruinas jesuíticas de Misiones, profesionalización como escritor y vida en Buenos Aires, sus posteriores estadías en el monte y los temas que de allí fueron surgiendo, como las muertes con las que tuvo que lidiar, desde muy joven, de gente muy cercana, por suicidios y accidentes. La singularidad de la escritura de Quiroga emerge con el correr de los años, y para Jitrik se la puede delimitar desde cuatro elementos: “sentido de la experiencia”, “presencia de la actividad, “la soledad y la aceptación de los propios límites” y “la presencia de la muerte como la instancia vital más importante”. Desde esas coordenadas se puede apreciar cómo Quiroga configura su propio mundo, y es lo que le permite, a juicio de Jitrik, publicar Los desterrados, “su libro más homogéneo y decidido”, en 1926, el mismo año en que se publican Don Segundo Sombra, de Güiraldes, y El juguete rabioso, de Arlt. Por entonces, ya estaban estableciéndose diversos grupos y corrientes literarias, como Florida y su revista Martín Fierro, con un joven Borges haciendo solamente chistes sobre Quiroga (el famoso “escribió mal lo que Kipling escribió bien”) y Boedo, con sus escritores sociales admirando alguna faceta de la cuentística quiroguiana.
De la vida surgen experiencias, y de la escritura, de su decisión por ella, el riesgo: se pierde el “mundo real”, para escribir, pero no hay garantías de que se llegue a buen puerto en la creación de esos “otros mundos”, afirma Jitrik; esa es la verdadera aventura de quien busca el sentido “actual” de las palabras, “su resonancia en quien escribe y en el universo que con ellas se quiere organizar”.
Para Jitrik, Quiroga logra escapar del nacionalismo y del folklorismo, del psicologismo y del costumbrismo, y de varios “ismos” más; “ha sabido permanecer en el filo de las principales fuerzas de la literatura argentina sin dejarse arrastrar y extrayendo de cada una de ellas un poco de energía que ha hecho confluir para el superior propósito de asumir un contorno y presentarlo expresándolo en toda su intensidad, dramatismo y trascendencia”.
Como figura, con perfil o mala fama de “hosco y huraño”, Quiroga concitó toda clase de debates y opiniones. En vida y posmortem. Por citar un caso más, David Viñas en Literatura argentina y realidad política. De Sarmiento a Cortázar (1971) destacó el “anarquismo individual” de Quiroga, su “rechazo a la ciudad mercantil” y cómo su vida deriva en “una práctica artesanal que lo invade todo”, experiencia cotidiana y producción literaria. Todo, enfocado en el individuo, más que en su literatura: “anarquismo aristocrático”, “espectáculo del pionero”, “insinceridad del ‘escritor sincero’”... adjetivaciones culturales y político-sociológicas. Pero no más. Por el contrario, el ensayo de Jitrik busca justamente extraer del hiato vida-literatura (que Viñas ve con desconfianza) las significaciones que conforman su ensayo, en la búsqueda de una productividad crítica.