PáginaI12 en Perú
Desde Lima
Entre consignas y cánticos partidarios, rodeado de militantes, algunos con el brazo izquierdo en alto y otros agitando pañuelos blancos, clásicos saludos del Partido Aprista, fue enterrado el expresidente Alan García. “El APRA nunca muere”, coreaban, rodeando todavía conmocionados el cadáver de García, los seguidores de quien fue dos veces presidente del Perú, en los periodos 1985-1990 y 2006-2011, y que el miércoles se mató de un disparo en la cabeza cuando las autoridades llegaron a su casa para arrestarlo. Estaba siendo investigado por la fiscalía por cargos de corrupción, relacionados con el pago de sobornos durante su segunda administración por parte de la constructora brasileña Odebrecht para ganar licitaciones y sobrevaluar obras públicas. Las evidencias habían confirmado el pago de coimas en su círculo más íntimo y el cerco se estrechaba sobre quien hasta hace poco perecía intocable. El balazo con el que García se mató sigue retumbando como una confesión de culpa, un acto desesperado para eludir responder por los cargos en su contra, una admisión de temor por las evidencias que comenzaban a acorralarlo, una dramática huida final y definitiva.
Mientras García era sepultado luego de suicidarse para no ir a prisión, un tribunal ordenaba la detención preventiva por tres años contra otro ex presidente, Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018), también investigado por haber favorecido a Odebrecht cuando fue ministro antes de llegar a la presidencia a cambio de beneficiarse con millonarios contratos de consultorías a la empresa brasileña. Desde hace tres días, Kuczynski, de 80 años, está internado en una clínica por problemas cardiacos. El caso Odebrecht conmueve al Perú. Otros dos exjefes de Estados, Alejandro Toledo (2001-2006) y Ollanta Humala (2011-2016), también son procesados por corrupción relacionada con la constructora. Y también Keiko Fujimori, jefa del fujimorismo que controla el Congreso, que está bajo prisión preventiva.
El cortejo fúnebre de García, seguido por los militantes apristas, salió del local partidario en el centro de la ciudad y recorrió varias calles hasta la céntrica Plaza San Martín, donde el féretro fue subido a la carroza fúnebre para recorrer el largo camino hasta el cementerio ubicado en las afueras de la capital peruana. Sus restos fueron cremados. Una de sus hijas leyó una carta que se aseguró García había escrito antes de suicidarse. Por la rapidez con la que se dieron los hechos entre el ingreso a su casa de la policía para detenerlo y el disparo suicida, la larga carta debió haber sido escrita antes que vayan a arrestarlo. De ser así, García habría tenido todo listo para matarse para cuando fueran a detenerlo, algo que por el avance de las investigaciones judiciales era un rumor que crecía con los días.
En esa carta final, García se dice inocente y culpa “al odio” de quienes califica como sus “enemigos” por las investigaciones judiciales en su contra. “No tengo por qué aceptar vejámenes. He visto a otros desfilar esposados guardando su miserable existencia, pero Alan García no tiene por qué sufrir injusticias y circos. Por eso, le dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones; a mis compañeros, una señal de orgullo, y mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios porque ya cumplí la misión que me impuse”, escribió el suicida ex presidente.
Los apristas culpan del suicidio de García al presidente Martín Vizcarra por apoyar los procesos anticorrupción que terminaron poniendo contra la pared a su líder, a los fiscales que lo investigaban, a los jueces y a la prensa que ha revelado las denuncias en su contra. Y hasta al presidente de Uruguay, Tabaré Vásquez, por haberle negado el asilo que en noviembre pasado pidió García en ese país en un frustrado intento de eludir las investigaciones judiciales. Vizcarra no fue al velorio ni al entierro porque los apristas anunciaron que no sería bienvenido. El expresidente Ollanta Humala, rival político de García, fue a dar el pésame a la familia, pero se topó con la furia de los apristas, que le impidieron ingresar.
Inmediatamente después del balazo del suicidio, los abogados de García y los dirigentes de su partido comenzaron a disparar contra los fiscales del caso y arremetieron contra los procesos anticorrupción buscando desacreditarlos. En los últimos días se han esforzado por victimizar al ex presidente, buscando convertir el suicidio como mecanismo desesperado de fuga en una supuesta gesta de honor y dignidad.
Durante el entierro abundaron las apologías al ex presidente. Se llegó al extremo de calificarlo como “el mejor presidente en la historia del país”. Pero el primer gobierno de García es recordado, más bien, como uno de los peores, marcado por la hiperinflación, una extendida corrupción y graves violaciones a los derechos humanos durante el enfrentamiento contra la guerrilla. Su segunda administración tuvo un contexto económico internacional favorable y el país experimentó un crecimiento económico, pero bajo el modelo neoliberal fue un crecimiento que profundizó las desigualdades. Y la corrupción volvió a ser la marca de ese segundo gobierno. García se mató sin responder a la Justicia, no solamente en causas de corrupción, sino también de violaciones a los derechos humanos.
La espectacularidad dramática del suicidio como fuga final, fue el epílogo para alguien obsesionado con su legado en la historia y que se había convertido en símbolo de la corrupción y la impunidad, y que murió con un rechazo ciudadano que superaba el 80 por ciento.
“Los intentos de presentar su suicidio como un hecho de honor y dignidad no han funcionado. Lo que queda para la historia es que Alan García huyó de sus responsabilidades, que no fue capaz de afrontar las consecuencias de sus actos sabiendo que tenía todas las condiciones para una defensa con todas las garantías. Creo que en los libros de historia el balance sobre García será básicamente negativo, su recuerdo será asociado con un proceso de destrucción de las instituciones y con la corrupción política”, le señaló a PáginaI12 el historiador Nelson Manrique, analizando ese legado histórico que tanto obsesionaba a García.
Manrique estima que luego de la muerte de García, el Partido Aprista, el más antiguo del país en vigencia, se encamina a su final. “La crisis del Partido Aprista era anterior a la muerte de García, él tuvo un papel importante en esa crisis, pero su muerte la agrava porque su peso en el partido era tan grande que impidió la emergencia de otros liderazgos. El partido está dividido y sin García no hay un dirigente que lo pueda aglutinar”. El historiador y analista político finaliza señalando que el impacto del suicidio de García en la política nacional “será breve, durará una o dos semanas”.