La política antiinflacionaria del Gobierno fue un fracaso rotundo. Desde octubre de 2018 hasta el presente, los precios han subido casi 25 por ciento. El arranque de 2019, lejos de mostrar una desaceleración en los precios, consolidó un efecto de espiralizarían difícil de revertir en el corto y mediano plazo, situando las expectativas para este año por arriba del 40 por ciento. La suba del IPC del primer trimestre es del 11,8 por ciento, con una inflación anualizada del 54,7 por ciento.  

En febrero, la canasta básica de pobreza para una familia tipo se situó en 27.570 pesos, 57,2 por ciento más alta que el año anterior (frente a un salario mínimo de 11.900 pesos para marzo de 2019). El comienzo del segundo trimestre tampoco dio respiro, con subas de 29 por ciento en el gas (en tres etapas), hasta 10 por ciento en combustibles, 15 por ciento en el pasaje de subte y del 7,5 por ciento en las prepagas (a partir de mayo).

Los alimentos subieron fuertemente en las dos últimas semanas de marzo y siguieron su escalada en la primera quincena de este mes, a la par del tipo de cambio. El salto del dólar puso en alerta a los dueños de las principales marcas del rubro de alimentos. La suba de los combustibles, que aumentaron quince veces en los últimos 14 meses, y de los servicios públicos regulados realimentan la inercia inflacionaria ya que encarecen los costos de logística y de producción.

Híper

Las normas contables internacionales definen a la hiperinflación cuando los precios suben más del 100 por ciento en tres años. Siguiendo esa línea, Argentina se encuentra en hiperinflación de alimentos, con fuertes remarcaciones en el caso de productos básicos como harina, aceite comestible, carne vacuna, arroz, huevos y fideos. 

En un país cuya producción puede alimentar a 400 millones de personas, la pobreza e indigencia no paran de crecer, con situaciones alarmantes de falta de productos en las góndolas de supermercados, limitaciones en las compras para algunos productos esenciales y sustitución de alimentos básicos por opciones de menor calidad nutricional.

A la deriva

El naufragio de la política económica del oficialismo pone en vilo a todo el país. Incluso puertas adentro, los cuestionamientos al esquema de medidas para combatir la inflación están a la orden del día. Este barco a la deriva es el resultado de la absoluta sumisión de las decisiones económicas a los intereses de los sectores económicos más concentrados, que lejos de realizar inversiones productivas en el país, sistematizan sus actividades para fugar capitales y acumular activos financieros en el exterior o vuelcan sus excedentes a sectores que les garanticen rentabilidades extraordinarias con escaso nivel de competencia internacional y casi nula creación de puestos de trabajo. 

La dolarización de las tarifas de los servicios públicos y los constantes tarifazos que golpean a la población también son parte de la explicación.

Si se analiza puntualmente las acciones del Gobierno, la política de desinflación de la economía puso el foco en la cuestión monetaria, acorde a los preceptos neoliberales y monetaristas que sustentan la ideología de los funcionarios. La persistencia de la idea de concebir a la inflación como un fenómeno puramente monetario llevó al Banco Central a secar el mercado de dinero en los últimos seis meses, controlando la expansión de la base monetaria en términos reales con una rigurosidad estricta, incluso superando sus propias metas. 

Tasa de interés

Esta política elevó la tasa de interés a niveles asfixiantes para la inversión productiva, ocasionando una contracción de la economía que en 2018 fue del 2,5 por ciento y en enero de este año llegó al 5,7 por ciento interanual. 

Los sectores productivos primarios agroexportadores, fundamentalmente, energéticos y de intermediación financiera, los grandes beneficiados por el modelo vigente, contrapesaron un poco la balanza. Pero como los sectores más afectados fueron las pymes industriales y el comercio, dos grandes generadores de puestos de trabajo, la sociedad se vio muy impactada por un modelo económico regresivo, cuyos efectos fueron la destrucción de más de 200.000 puestos de trabajo registrados, el aumento del desempleo y una mayor precariedad laboral. 

Después de seis meses de torniquete monetario, el resultado dejó en evidencia las limitaciones de la teoría ortodoxa y los instrumentos utilizados, con una recesión inducida por medidas internas y una inflación que continúa en niveles alarmantes.

Costos

El desconocimiento de otros factores que influyen en el tema, como el dólar, la inercia inflacionaria, la desregulación de mercados y el poder económico concentrado en distintos sectores de la cadena productiva, está teniendo un costo muy elevado. Tan evidente es la situación, que no son pocos los analistas que, en lugar de pensar en la palabra “fracaso”, sostienen que el Gobierno es quien deliberadamente fogonea la inflación, como método eficaz para redistribuir la riqueza desde los sectores mayoritarios (trabajadores, jubilados, pensionados) a los sectores concentrados.

El control del dólar también está plagado de inconsistencias. La evolución de la divisa muestra saltos seguidos de una calma relativa. En momentos de calma, el Gobierno se apresura en comunicar que sus medidas están teniendo efecto, mientras el dólar vuelve a retomar impulso y se renueva la inestabilidad y la desconfianza sobre la política oficial. 

El trasfondo de este proceso es la existencia de una enorme concurrencia de activos en pesos y en dólares, que van desde las Leliq (que superan el billón de pesos), pasando por los plazos fijos y los depósitos en dólares. Esto, conforma una masa de dinero que suma inestabilidad al sistema, más aún en la actual coyuntura, ya que las elevadas tasas tienen el efecto de “bola de nieve”.

Los dólares del FMI que se subastarán a razón de 60 millones por día pueden descomprimir un poco la situación del tipo de cambio. Además, los fondos aportados para el vencimiento de la deuda pública ampliarían la oferta. No obstante, lo que se observa es parte del plan de estirar la situación lo máximo posible y llegar a las elecciones. 

Si bien no implica que no puedan volver corridas en el corto plazo, en el mediano ninguna de las variables insustentables se habrá modificado y habrá que prestar atención a lo que puede llegar a pasar después de las elecciones. Lo mismo ocurre con los dólares que pueden venir de la buena cosecha que se espera. La desregulación, que quitó la obligación de liquidar las divisas a los exportadores, abre un signo de interrogación sobre si habrá un aumento importante de la oferta de dólares. 

En las actuales condiciones económicas, cualquier salto del dólar se traslada de manera inmediata a los precios. El Gobierno no puede desconocer la importancia de esta variable y su impacto sobre la inflación, que es un fenómeno claramente multicausal.

* Director de la Licenciatura en Economía de la Universidad Nacional de Avellaneda e integrante de EPPA.