Uno de cada dos chicos es pobre. Pero no alcanza con la estadística. Doce millones se dice fácil. Pero esos millones son seres humanos y están condenados desde la infancia. El pibe que se desmaya en el aula, que come mal, que no ingiere proteínas está condenado a eso que llamamos existencia-destino. La pobreza lo condiciona tan extremadamente que no tiene cómo librarse de un decurso vital que le viene impuesto por el entorno en que ha nacido. El que nace en la pobreza –dijo implacable la gobernadora de la provincia de Buenos Aires– no llega a la universidad. Los hacedores de la pobreza conocen de primera mano, pues los crean, los efectos devastadores del hambre. También los grandes artistas. Hay un film que en México hizo Luis Buñuel, que se llama Los olvidados y reconstruye la breve vida de un chico pobre. Lo terminan arrojando, muerto, a un basural. No es un ser humano, es un desperdicio, una basura más que debe engrosar el basural.
Macri y su gente han decidido lanzar un paquete de medidas para paliar la pobreza. Empezó tan mal como va a terminar. Visitó a una señora para que le dijera su opinión sobre la situación del país. Estaba pálido, soñoliento, hasta vacilante. Dijo las banalidades de siempre. Días antes, en el Congreso, un furibundo Marcos Peña había asegurado que no habría control de precios. Está en contra de la naturaleza del gobierno. Es como el escorpión con la rana. No cruzamos el río, nos hundimos, pero yo te clavo igual mi aguijón mortal porque “está en mi naturaleza”. Con cara de velorio, Nicolás Dujovne anunció las medidas porque el jefe estaba de visita. Anunció el parche populista. Anunció medidas en las que no cree. Que esencialmente implican consagrar la intervención del Estado en el mercado. Congelar precios, dar créditos, efectuar controles. Si algo define a un neoliberal es el Estado no intervencionista y el mercado libre. Dujovne se vería más feliz si abandonara un cargo que ejerce contra sus ideas y volviera a la televisión. También le haría menos daño al país.
El círculo rojo empieza a abandonarlos. El plan de Cambiemos es llegar a las elecciones. De aquí que el plan parche sea el plan llegar. Son obstinados. Si llegan, ¿piensan ganar? Si ganan, ¿qué país recibirán de sus propias y torpes manos? Aquí ya juega un componente autodestructivo. Macri ha destruido su presidencia en tiempo record. Con su presidencia se cargó la ruina del país. Pero no importa, él sigue. Su compadre Vargas Llosa le preguntó qué haría en un posible nuevo mandato. Macri puso sus manos trazando un rumbo y dijo: “Lo mismo, pero más rápido”. Luego, desafiante, soberbio, lo miró al Nobel del establishment y añadió: “¿Está bien?”
El campo no lo apoya. No le entregará los dólares que tanto reclama. O los irá liquidando de a poco. Macri se queda con un sesenta por ciento. El Fondo piensa más en cómo cobrarle (a él o a quien venga) que en prestarle más dólares. Los radicales buscan despegarse. Stornelli no va a demorar en caer. Por más que lo defienda el establishment. Cada vez menos, es cierto. El fiscal lleva más de veinte días sin presentarse. Es un escándalo, una burla. Como dijo el juez Rozanski: “Si Stornelli entrega el celular hay que adelantar las elecciones”.
Curiosamente o no, la carta más sólida y a la que más acuden Macri y los suyos es el cuco Cristina. Nosotros o ella, dicen. Y buscan decir: nosotros o el desastre, el populismo, la corrupción. Pese a toda la artillería que le arrojan cotidianamente Cristina sigue midiendo cada vez más en las encuestas. No van a detenerse. Se le meten con los hijos. Le pegan donde más le duele. Sucede algo simple y poderoso: son malos. Están tramados por un enorme odio. No sólo quieren ganar, sobre todo no quieren que ganen los otros. Tienen miedo. Sembraron vientos, cosecharán tempestades. Si es que algo queda para cosechar, porque tienen hasta octubre para seguir destruyendo el país. Y ellos van rápido.