Luis Caro es una, y muchas cosas a la vez. A priori, un poco difícil de abordar. Es músico y, como tal, ha publicado quince discos entre 1982 y la fecha, además de mezclarse con figuras del canto popular americano, desde Alí Primera y Los Jaivas, hasta Amparo Ochoa y Mercedes Sosa, entre muchos otros. Pero también es actor, titiritero, investigador, escritor (a Caro le pertenecen los libros El rostro y Morales Moralitos) y, sobre todo, un militante que estuvo exiliado durante la dictadura cívico-militar-neoliberal y, ya en democracia, presidió la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) Mar del Plata, fundó la Red Federal de Cultura, promovió la Ley provincial de artes y produjo el ciclo de música popular en cárceles federales de fin del siglo pasado.
Tal vez una buena forma de sintetizarlo –entonces– sea a trasluz de tres trabajos cuyo formato lo constituye como casi todo lo que es: el disco-libro. A través de aquel que hizo en homenaje a Juan Gelman (El mundo es un caballo, 2007); del que lo siguió nueve años después (Mareas). O del que acaba de publicar bajo el nombre de País Semejante y que presentaró el pasado sábado 13 de abril en Café Vinilo.
“Los tres completan la saga de una obra interdisciplinaria entre música, poesía, plástica y misceláneas”, resume él, acerca de un compendio que une en la diversidad. “Este formato logra lo más difícil de cualquier expresión artística: la unidad estética. El mercado hoy no aconseja este tipo de objeto cultural, pero a mí me gusta. Me gusta escuchar música, otear la pintura, leer las citas poéticas, el color, el sonido, el olor de la tinta, la textura del papel”, va revelando sobre sus inquietudes. Inquietudes que, en forma de canción, incluyen tamices de sonido que van desde “La vuelta de Obligado” (Brascó-Merlo) hasta “Alfonsina y el mar” (Luna-Ramírez) con paradas intermedias en “Sobre la huella” (Oscar Valles). O una que le pertenece: “Jujeñita”. “Esta canción es una historia de amor fugaz, narrada entre los símbolos del carnaval”, cuenta el multiartista marplatense.
Luego, Caro va hacia el todo: “País Semejante nace de la necesidad de explorar los clásicos. Dicen que las vanguardias están sustentadas en la mejor tradición, y en la música popular pasa algo parecido. Pensando en este concepto, recurrí a los creadores que habitan el disco: Falú-Dávalos, Ciarlo, Di Fulvio, Yupanqui, Palorma, Valles… enormes compositores, o sea, que fueron maestros de mi generación”.
–¿Cómo interpelan la realidad de hoy tales nombres?
–Asoman en un momento de desasosiego, porque se hacen indispensables para templar el alma. Cómo recrearlos es otro tema fundamental y para esto buscamos un sonido contemporáneo construido sobre armonías jazzeras, algo de fado y rítmicas folclóricas acentuadas, aún sin utilizar elementos percusivos propios del género. Y fui a buscar los autores a los sesenta y los setenta porque, sin dudas, son décadas luminosas, pese a las dictaduras. Aquel era un mundo impactado por la guerra fría, la revolución cubana, los movimientos de liberación nacional, el regreso de Perón. Y en medio de ese aquelarre histórico, aparecieron brillantes artistas que influenciaron en las vanguardias políticas y en el pensamiento nacional. Yo sueño con ese país. Un país que se atrevía a pensar en el otro, a reconocerlo como un individuo diferente y a la vez prójimo. Lamentablemente ese país se derrumbó. Y se vino abajo entre las bombas de la Triple A y el genocidio de la última dictadura. Fue una violencia represiva que nunca se podrá terminar de evaluar, por los estropicios que dejó en nuestra sociedad.
–A propósito: ¿cuán feliz está La feliz, “su” feliz?
–La feliz no está feliz. Hace tiempo que Mar del Plata es una ciudad inviable, con muchas dificultades económicas y sociales. La administración actual, aplicando las políticas nacionales, sumó calamidades, desocupación y miseria. Y ni hablar de la cultura. Los primeros tres años gestionó una amiga de Macri que no conocía la ciudad, ni los actores culturales. Ejemplo: en la última entrega de los premios “Estrella de Mar” se prohibió la palabra de los artistas ganadores por temor a las críticas a la gestión oficial, en un hecho incalificable que nos remite a los tiempos más oscuros de la patria.
–¿Por qué decidió -y decide- vivir allí?
–Porque yo amo la ciudad de Mar del Plata, y aquí nací. Aún y a pesar de todo lo que te dije antes, soy un “optimista histórico” como diría González Tuñón. En Mar del Plata tengo la vida familiar y el ministerio de los amigos que siempre me sostuvo.
–¿Cómo hace para producir tanto en tal contexto?
–”El futuro es nuestro por prepotencia del trabajo” decía Roberto Arlt. Soy un laburante, soy hijo de albañil, y tuve y tengo que trabajar mucho, porque todo me cuesta mucho. Normalmente estoy moviendo dos o tres proyectos artísticos a la vez. Ahora, además de País Semejante, estoy presentando un unipersonal llamado Siete crónicas secretas. Además, estoy con la dramaturgia de Cárdenas, una obra de teatro sobre la toma del Hospital Regional de Mar del Plata durante la primavera camporista. Lo que tengo es, más allá de todo, un compromiso de vida con mi generación, porque soy una persona que sobrevivió de casualidad… A los 21 años tenía quince amigos y compañeros muertos, y ellos me acompañaron hasta aquí, fueron mi motor, mi obsesión.