“Yo estaba desesperada, quería hacérmelo ya y que se acabe. Después me agarró esa depresión como esa cosa rara, y después dije, como fue pasando el tiempo, no, ya está, ya lo tenía decidido y punto”, dice Sabrina. Es creyente. Tiene 45 años y fue una de las entrevistadas en una investigación cualitativa sobre mujeres católicas que abortan. El estudio apuntó a entender el modo en que transitan y negocian esa experiencia de interrumpir voluntariamente un embarazo con su identidad religiosa. Una de las entrevistadas expresó su agradecimiento a Dios porque el aborto fue completo y no tuvo complicaciones de salud. Otra de las mujeres que, por decisión de su madre abortó siendo adolescente, “le ofreció a Dios ese hijo”, y en algunos momentos difíciles sintió que la estaba cuidando. Otra mujer, que se refiere a su militancia en la campaña nacional por la legalización del aborto, señala que ella entiende que Dios la apoya en esa lucha.
Las entrevistas fueron realizadas a mujeres de distinta edades y diversos sectores sociales, con trayectorias educativas diferentes. En total se hicieron diez entrevistas en profundidad. La mayoría, entre 2015 y 2016, en tiempos en que ni se vislumbraba la apertura del debate en el Congreso por la despenalización y legalización del aborto. “El objetivo fue comprender los sentidos que las mujeres le otorgan a la decisión de abortar, en el marco de sus prácticas religiosas”, explicó María Cecilia Johnson, doctora en Estudios de Género, integrante del equipo que llevó adelante el estudio exploratorio. El trabajo se realizó con el apoyo de Católicas por el Derecho a Decidir, bajo la dirección de Juan Marco Vaggione investigador del Conicet y docente de la Universidad Nacional de Córdoba, y María Teresa Bossio, de la Facultad de Ciencias Jurídicas también en la UNC. Y se continúa ampliando el análisis hacia las vivencias de mujeres de otras espiritualidades.
Las conclusiones de la primera parte del estudio fueron publicadas en el artículo “Disidencia religiosa y libertad de conciencia. Católicas que deciden abortar” en el dossier “Hacia un buen vivir feminista”, en 2018, en la Revista de Ciencias Sociales y Humanas del Instituto de Investigaciones Socio-Económicas.
“La imagen de un Dios que protege y acompaña es la que aparece con mayor relevancia y frente a diferentes situaciones: en algunas, en la certeza de que al abortar nunca se sintieron juzgadas y condenadas por Dios, sino que esa imagen aparece como una forma de contención durante momentos difíciles”, reveló a PáginaI12 Johnson.
–¿Qué puntos en común encontraron en los testimonios? –le preguntó PáginaI12.
–Si bien el punto de partida es que son mujeres autoidentificadas como católicas que pasaron por una o varias experiencias de abortar, hay distintas maneras de vincularse con la norma religiosa. Algunas, en el momento de abortar tenían muy presente lo que decía la Iglesia; en cambio, para otras, que pertenecen a sectores sociales más empobrecidos, en los que el aborto constituyó una práctica anticonceptiva en situaciones de soledad y de parejas que las abandonaban o presionaban, esa experiencia de pasar por abortos clandestinos, en clínicas muy precarias, las posicionó en contra de la legalización. En las entrevistas esa postura era minoritaria. Pero no es casual que aquellas que pasaron por experiencias clandestinas, de mucha pobreza, son las que hoy, después de acercarse al catolicismo siendo más grandes, tengan bien presente lo que dicta la Iglesia, lo que dice el papa Francisco.
–¿Cómo negocian las creyentes con los mandatos religiosos al momento de abortar?
–Vimos dos instancias. Por un lado, la moralidad de la situación. Ese es un punto en común entre todas. La de abortar es una decisión moral pero tiene cierto pragmatismo: como sujetos autónomos, ellas valoran por qué lo hacen, bajo qué condiciones están decidiendo no continuar con ese embarazo, su contexto económico, su momento vital. Alguna de las entrevistadas dice que acababa de tener su bebé y estaba muy conectada con su maternidad reciente y había quedado embarazada de nuevo. Es muy distinta esa situación a la de otra mujer que contaba que sufría violencia y que si continuaba con esa gestación iba a tener que continuar con esa relación violenta. Tiene que ver con la valoración de sus necesidades y sus posibilidades en un momento de su vida. Es una decisión moral, que implica la conciencia de las mujeres, como señala la doctrina católica pero, por otra parte, advertimos un momento posterior a esa decisión, donde se juegan las trayectorias y el vínculo con la religiosidad, que lo marcamos como un momento temporal distinto, cuando se reconoce que en alguna circunstancia de sus vidas hubo una trasgresión a la norma de esta institución religiosa, con la que ellas se identifican o pertenecen.
–¿Cómo tramitan esa trasgresión?
–Observamos distintas formas de negociación o de vivirlo. Algunas desde posiciones más críticas hacia la Iglesia Católica, con trayectorias por la universidad pública, pueden identificar miradas críticas hacia la institución y a la vez no dejar de creer en Dios o sentirse católicas, incorporando lenguaje de derechos, conociendo otras experiencias de aborto. Otras señalaban que al momento de abortar desconocían que la iglesia condenaba el aborto. Otras decían que había sido un momento de debilidad moral, que se arrepentían y sabían que Dios las perdonaba. Algunas hacían otras resignificaciones: una de las entrevistadas participaba en su provincia de la organización Católicas por el Derecho a Decidir, lo que muestra ya un proceso de militancia en la campaña por la legalización del aborto. “A mi Dios me acompaña, sé que está de mi lado en esta lucha, no quiere que niños vengan al mundo a sufrir, a pasar hambre”, dijo. Otras tuvieron que manejar qué sucedía posteriormente con la culpa. Algunas señalaban que ese sentimiento había venido después y una, como investigadora, no puede dejar de interpretar y contextualizar que muchas de las que sintieron culpa son aquellas que pasaron por fuertes procesos de estigma y clandestinidad. El hecho de abortar en lugares ilegales te reimprime y refuerza el sentimiento de que estás haciendo algo incorrecto. Algunas pudieron desculpabilizarse y otras, no.
–¿Tuvo algún impacto en sus sentimientos el anuncio en 2016 del papa Francisco de conceder a todos los sacerdotes la facultad de absolver “de ahora en adelante” a quienes “hayan procurado el pecado del aborto”?
–Ese anuncio había sido reciente cuando hicimos las entrevistas. Analizamos como las afirmaciones del Papa presentan tal ambigüedad que pueden ser tomadas de forma polisémica. Una de las entrevistadas, más politizadas en relación al derecho al aborto, decía que la iglesia no tiene nada que perdonar, que no tenía autoridad moral para dar ningún perdón. Otras sí, decían que las había aliviado el perdón de Francisco. Una de las entrevistadas estaba en contra de la legalización del aborto, me decía que la Iglesia no tenía nada que perdonar, en todo caso, el que perdona es Dios. Para muchas el perdón que importa es el de Dios; muchas ni siquiera se habían confesado por abortar, ni habían hablado del tema con nadie de la Iglesia Católica pero se sentían perdonadas por Dios.
–¿Qué mirada tienen sobre el estatus jurídico del embrión, uno de los puntos más fuerte del discurso de los sectores conservadores de la Iglesia Católica y evangélica?
–Para algunas implicó en algún punto poner en discusión el precepto de la Iglesia de que existe vida desde la concepción. Algunas, las de mayor edad, desconocían la condena de la Iglesia Católica cuando abortaron siendo muy jóvenes. Y señalaron que se habían enterado a partir del documental El Grito Silencioso, que lo habían visto después de abortar. Es decir, la idea de que el embrión fuera una persona no era una concepción que ellas traían de antes. Tiene que ver con que la Iglesia Católica en los últimos 20 o 30 años ha reforzado esa idea. Lejos de deconstruir, esas mujeres mayores habían construido una idea del embrión como personas. Muchas, de todas formas, no la compartían.
–¿Y la idea del castigo de Dios aparece en sus creencias?
–Justamente en ese proceso algunas sentían que Dios las iba a castigar. Y ese sentir de que Dios las perdonaba había sido el único alivio para la culpa. Pero otras no, habían atravesado un proceso de reformulación de la imagen de Dios, que Dios no las juzgaba, que las había apoyado. Una dijo incluso que ella sentía que Dios la había acompañado en la experiencia de abortar. Si uno piensa lo que sucede cuando una persona se somete a cualquier tipo de intervención médica, que piensa que Dios la protege, por qué no pueden las mujeres que abortan sentir que también las está cuidando en esa instancia y se expusieron a riesgos en contextos de clandestinidad.