(ADVERTENCIA: esta columna está llena de SPOILERS sobre “A Knight of the Seven Kingdoms”, segundo episodio de la octava temporada de Game of Thrones)
Llega la hora de los bifes a Game of Thrones. La última escena de “A Knight of the Seven Kingdoms”, segundo episodio de los seis que liquidan la serie, fue bien gráfica: los capitanes del Rey de la Noche se plantan frente a Winterfell y se terminan las palabras. Sobre todo teniendo en cuenta lo poco dado al diálogo que es el señor de los ojos azul hielo. Si las dos horas transcurridas desde el inicio de la octava temporada se caracterizaron por los encuentros, reencuentros, diálogos y explicaciones, lo que vendrá promete muerte y devastación, una batalla épica y unas cuantas bajas. Es casi imposible no frotarse las manos y contar los días hasta el próximo domingo.
(Párrafo aparte: Un Caballero de los Siete Reinos es también el título del libro de 2015 en el que George R. R. Martin recopiló tres historias breves de Westeros. Dato nerdo y que no aporta mucho, pero era imposible no acotarlo)
Es probable que a más de uno la ansiedad le haya hecho brotar la impaciencia. Es que el episodio que juntó por primera vez a veteranos de GoT como el director David Nutter y el guionista Bryan Cogman tuvo mucho de densa expectativa. Por momentos, Winterfell se convirtió en la Fortaleza Bastiani y todos parecieron ser el teniente Giovanni Drogo (que no era un Khal) en El desierto de los tártaros, esperando una invasión que nunca llega. Claro que en los preparativos para la guerra del castillo Stark se cocinaron varios guisos.
Jaime Lannister perdió una mano, pero pocas veces estuvo tan cerca de perder la cabeza como en los primeros minutos de este capítulo: Catelyn Stark tuvo sus razones para mantenerlo con vida y hasta liberarlo, pero la aparición del Kingslayer provocó la primera gran coincidencia entre Sansa y Daenerys, ansiosas las dos por darle el galardón del primer gran muerto de la temporada (vamos, que el pibe Umber no cuenta). Zafó, y son varios los que creen que seguirá zafando para llegar a un poético final en el que se den muerte mutuamente con su melliza y amante Cersei. En ello tuvo que ver Tyrion pero mucho más Brienne de Tarth, protagonista simbólica del episodio, tanto como para ser el “Caballero de los Siete Reinos” del título. La escena en la que Jaime la honra con el nombramiento fue, si se quiere, el corazón emotivo del episodio. Un momento bien aderezado por esa ronda junto al fuego de hasta hace poco improbables camaradas en la que Tormund –Tormund, por favor, no caigas en esta batalla- se encargó de patear toda convención social al tratar de impresionar a Brienne con su anécdota de por qué le dicen el Matagigantes.
Ese fue el momento emotivo, pero estuvo lejos de ser lo único que se vio. Porque en rigor, para un episodio tan Desierto de los Tártaros pasaron un montón de cosas. Missandei y Greyworm comprobaron que el norte será orgulloso pero también bastante racista. Tyrion y Jaime se permitieron reírse un poco del viejo Tywin Lannister. Theon tuvo su momento de redención con Sansa. Podrick se animó a cantar, pero su “Jenny of the Oldstones” no presagia nada bueno. Como si nada, se pudo ver de nuevo por ahí a Ghost. Los tres sobrevivientes de la Guardia de la Noche volvieron a compartir su cagazo mirando en lontananza desde un muro. En diálogo con su primo Jorah, Lyanna Mormont mostró que no lleva armadura solo para darse dique. ¿Y quién no alzó los brazos en victoria cuando Arya Stark hizo honor al viejo dicho que relaciona el sexo con el fin del mundo? ¿Cómo no tomar el peso del viaje que significaron estas ocho temporadas, si hemos visto a Arya desde la niñita revoltosa del episodio uno hasta esta mujer que decide que ya es hora de mandar al cuerno su virginidad? Y también, ¿no merecía Gendry al fin una alegría?
Hubo otra alusión al poder de las mujeres en un ambiente tan medieval, y fue en un momento que amenazaba pura dulzura pero terminó en el filo de un cuchillo. Atenti con Sansa, la ex nena boba de esta serie: su charla íntima con Khaleesi, los chistes sobre la estatura de Jon (a quien ya lo están gastando mal con la cuestión) y las apreciaciones sobre lo que han conseguido dirigiendo a hombres rudos parecían encaminar todo a un nuevo estatus de chicas cómplices... hasta que la colorada recordó con firmeza que el Norte no se arrodilla y Daenerys tuvo que retirar su manito cómplice.
En esas cuestiones de alta política de los Siete Reinos parece residir la clave de la resolución macro de Game of Thrones. Mal que les pese a los partidarios del final apocalíptico, que la gran batalla contra el Ejército de los Muertos esté ya a la vuelta de la esquina parece ofrecer pistas de por dónde terminará yendo la cosa. La batalla contra el Rey de la Noche es una sola, pero el pleito entre clanes sigue latente y tiene varias facetas. La revelación del Three Eyed Raven de que él es el principal objetivo bien puede ser la llave para derrotar al Night King, evaporar a todos sus muertos como con un Guantelete del Infinito y volver a la esencia de la historia de George R. R. Martin: ¿Stark, Lannister, Targaryen, Greyjoy? ¿Quién se queda con el incómodo pero poderoso sillón de espadas?
En ese sentido, no fue nada menor la última charlita entre la Madre de Dragones –a todo esto, ¿dónde andan los dragones, los vivos y el muerto?- y Aegon “El Petiso” Targaryen en la cripta de Invernalia, justo antes del arribo de los Walking Dead de esta saga. De un saque, Jon reveló todo el asunto de su ascendencia, y Daenerys estuvo lejos de tomárselo bien. Su alusión a que quienes revelaron esa verdad son su mejor amigo y su hermano da cuenta de lo delicado del asunto... pero también, como en la charla con Sansa, asuntos mayores vinieron a interrumpir el incómodo momento.
Con lo que a Game of Thrones ha llegado la hora de los bifes. Pero cuidado: todo parece indicar que la guerra con el Night King, al cabo, va a ser solo un aperitivo. Y después va a arrancar el verdadero quilombo.