“Padecí mucho el miedo a que lo supieran, es un miedo que esclaviza”, cuenta a PáginaI12 Esteban Viduzzi. Se refiere a los abusos sexuales que sufrió en su niñez, cuando tenía entre 6 y 12 años, de parte de Javier Broggi, un amigo de la familia, vecino muy respetado en la pequeña localidad entrerriana de Urdinarrain, quien fuera a la vez responsable del Area de Cultura del municipio y secretario del Colegio Nacional local. Viduzzi tiene ahora 39 años, es profesor de música y trabaja en educación especial, vive en Traslasierra, Córdoba, con su esposa y sus dos hijas. Y por primera vez se anima a hablar del caso ante un medio sin cubrirse el rostro ni ocultar su nombre. Incluso, siente necesidad de dar testimonio, después de que el Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos ratificara la condena a Broggi a 14 años de cárcel por el delito de “corrupción de menores, en la modalidad de promoción, agravada por haberse cometido mediante engaños, en concurso real –dos hechos– aprovechando la situación de ser funcionario público, situación que lo pone al borde de entrar a prisión. “Me parece raro que pueda estar en cana, era como una fantasía que pudiera terminar preso”, señaló Viduzzi, con una mezcla de alivio reparador y alegría, tras conocer la decisión del alto tribunal provincial de rechazar un recurso que había presentado el imputado, para impugnar la condena y reclamar la prescripción de los hechos denunciados. Se calcula que sus víctimas, en realidad, fueron varias decenas de niños de distintas generaciones, todos hijos de familias amigas o conocidas. En esta entrevista, Viduzzi revela el proceso que lo llevó a él a hablar y que –junto al testimonio de un amigo suyo– permitió que el pueblo sacara a la luz los abusos, que por tantos años habían quedado silenciados e impunes, paradójicamente, a la vista de todos.
Broggi tiene diez días hábiles para interponer un Recurso Extraordinario Federal ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. En el caso de hacerlo, la Sala Penal del STJ tendrá que resolver si lo concede. De no presentarlo o si no lo obtiene, Broggi debería empezar a cumplir la condena tras las rejas. El ex funcionario municipal fue sentenciado en diciembre de 2016 por un tribunal de la ciudad de Gualeguaychú. El fallo fue confirmado un año después por la Cámara de Casación Penal de Paraná.
“Mi adolescencia fue un infierno por haber construido mi identidad en mentir. Por dentro yo me culpabilizaba, me castigaba diciéndome por qué no le había dicho ´basta´. Tuve que atravesar todo el secundario completamente solo, sin amigos. Lloraba todas las noches en soledad”, cuenta.
–¿Cómo recibió la noticia de la confirmación del fallo? –le preguntó este diario.
–Este fallo nos devuelve satisfacción y orgullo... Reconforta por todo lo que implicó este largo recorrido desde que pusimos en palabras lo vivido. El comienzo fue muy duro: en 2008 varios abogados y hasta un juez nos persuadieron de no insistir por la vía judicial, por aquella cuestión de la prescripción y la revictimización a la que nos exponíamos. Fue raro aceptarlo así nomás. La denuncia quedó entre la gente del pueblo, lo que generó una condena social que obligó al abusador a renunciar a sus múltiples tareas y marcharse a otra ciudad. Ese fue un primer aliciente, pero el hecho de no accionar legalmente, nos costó que se nos juzgue de encubridores, cómplices y otras cosas tergiversadas por la función pública que Broggi desempeñaba. No fue fácil.
Viduzzi vive ahora en Los Hornillos, a 22 kilómetros de Mina Clavero, donde trabaja en un profesorado y en educación especial. Durante el juicio declaró como testigo junto a su amigo Leonardo Mussi. Los dos fueron abusados sexualmente por Broggi. Pero aquellos hechos, al momento de iniciarse la causa judicial ya estaba prescriptos. “Los dos jóvenes que declararon como víctimas tienen diez años menos que nosotros. También me han escrito amigos de mi hermana mayor, que tienen diez años más, que también sufrieron abusos de parte de Broggi”, apunta el profesor de música. Afirma que conoce “fehacientemente” a quince sobrevivientes de los abusos del exfuncionario municipal pero se calcula en Urdinarrain, un pueblo sojero de 10 mil habitantes, a 56 kilómetros de Gualeguaychú, que podrían llegar a cuarenta. Viduzzi y Mussi hablaron del tema entre ellos por primera vez recién en 1999, hace veinte años, cuando tenían 19 y se habían ido a vivir a Buenos Aires: ahí supieron que a los dos les había pasado lo mismo. Pero recién en 2008 pudieron contarlo en sus hogares y quisieron denunciarlo penalmente, pero encontraron obstáculos. El caso pudo avanzar en la justicia cuando se ubicó a dos víctimas más jóvenes –cuyos casos no estaban prescriptos– a partir de una investigación periodística realizada en 2013 por el semanario Análisis, de Paraná, que dirige el periodista Daniel Enz. En el juicio, Viduzzi y Mussi contaron el mecanismo que utilizaba Broggi para conseguir sus presas: el hombre, que ahora tiene 57 años, se ganaba la confianza de los matrimonios con hijos pequeños y a esos chicos los invitaba a su casa para enseñarles a dibujar, mostrarles alguna película o el último videojuego, porque siempre tenía lo último en tecnología para seducirlos. O les hacía regalos. Ahí los manoseaba o les eyaculaba en la cara.
–¿Qué impacto tuvo en el pueblo la denuncia?
–El primer cambio sucedió entre nosotres, en nuestras familias, nuestros vecines que fueron cercanos a Broggi, que comenzamos reunirnos y hablar respecto de aquella impotencia. Comenzamos a mirarnos distinto. Se conformó la ONG “¡Con los gurises no!”, que empezó siendo el motor y el espacio para transformar la bronca y el dolor en acción. Se armó algo muy interesante en Urdinarrain, desde marchas multitudinarias –la de los globos blancos–, la presencia del tema en los medios locales, a un espacio donde se acercaron personas para contar sus casos con otros abusadores, por ejemplo. La ONG y varias personas cercanas fueron fundamentales para que esto ocurriera. Para cuando se inició el juicio, abogados y abogadas, fiscales, organizaciones sociales, familias, testigos y víctimas estábamos preparades hacía tiempo, veníamos uniendo fragmentos que habían permanecido aislados, para finalmente demostrar la premeditación y sistematización de los abusos a lo largo de los años. Triunfamos por esa sinergia. Percibo que la gente valora lo logrado, más allá de que lo manifieste.
En su familia, Viduzzi habló de los abusos de Broggi en una sobremesa, movilizado porque supo que un sobrino suyo, hijo de su hermana, se iba a quedar al cuidado de Broggi por algunos días. “Los dejé a todos hechos mierda”, recordó. Volvió a Buenos Aires, donde vivía y se animó a llamar a su predador. Temblando le dijo lo que quería decirle: “Te llamo para sacarme de adentro toda la mierda que me dejaste. Vos sos el monstruo que necesito nombrar para sacármela de encima. Vas a pagar por lo que hiciste”. Cortó y se miró al espejo. “Vi a un tipo, era una sensación de desconocimiento total... como si hubiera sido una muerte y una nacimiento”, describe. Hacía varios años que Viduzzi venía haciendo terapia. Broggi le pidió disculpas, le ofreció pagarle algún tratamiento, lo trató de amansar. Esa conversación fue en 2008; once años atrás.
–¿Es más fácil que les crean a varones cuando denuncian abuso que a mujeres?
–Me parece que suscita cosas opuestas: las denuncias de varones contra varones “horrorizan” al que escucha, lo incomodan, como si no hubiera querido saber de ello, y mucho menos de detalles de los actos, o indagar respecto de por qué un hombre “hace esas cosas”. Tengo amigos varones que se habían “olvidado” lo que alguna vez les conté. A ese punto llega la negación, a un sincero no me acuerdo. Cuando una mujer denuncia un abuso, pasa todo lo contrario. Para nosotros, fue difícil y costoso ser o mostrarse como “un varón” sometido, vulnerado, abusado frente a otros varones... siguiendo el patrón, en nuestras adolescencias usamos mucha esfuerzo y energía para no mostrarnos así. Desarrollamos una máscara, aprendimos a disimular sentimientos, a mentir eficazmente y crear fantasías y generar vínculos con otros como nosotros. Padecí mucho el miedo a que lo sepan, es un miedo que esclaviza. Desde lo discursivo, todo el mundo se preocupa y condena cuando se habla de abusos sexuales en la infancia, pero en la práctica real, subsiste esa cultura que lo silencia.