La documentalista Melina Terribili solía escuchar en su infancia la música del gran cantante y músico uruguayo Alfredo Zitarrosa. Aunque no tiene registro consciente de recuerdos específicos, sí se acuerda, a su manera, de aquella época porque sus padres pertenecían a la generación de Zitarrosa. “También estaban vinculados al arte, a la política y es parte de mis orígenes”, confiesa Terribili. La idea de hacer el documental Ausencia de mí. El exilio de Alfredo Zitarrosa surgió hace diez años cuando la directora tomó conocimiento de su historia. “En particular, lo que más me impactó fue el exilio, pero después pude volcarlo conscientemente en la película, que está centrada en su exilio. Ya venía escuchando su obra, pero pude conocer su persona y su historia en lo más profundo, a ese ser tan frágil y tan especial”, explica Terribili, que estrena este documental este jueves en el cine Gaumont y otras salas porteñas.
Zitarrosa se fue del Uruguay en febrero de 1976 con destino a la Argentina. En septiembre del mismo año, con la dictadura cívico militar ya instalada en el poder, se fue a España. El exilio no fue un paraíso ni mucho menos: era una España convulsionada que, tras la muerte de Franco, había llegado a la transición hacia la democracia con una carga de violencia política heredada del dictador. Zitarrosa se exilió posteriomente en México.
Cuando Terribili se contactó con la familia de Zitarrosa tuvo acceso a un material increíble: cajas con manuscritos, libros inéditos de poemas, diarios, cartas, grabaciones de canciones pero también de pensamientos e ideas y rollos de Super 8 mm. Un material fantástico que la directora y su equipo pudieron ver, escuchar y leer para realizar una selección que resultó dificultosa por lo valioso. Todo ese archivo no se perderá. El Estado uruguayo le propuso a la familia de Zitarrosa entregar en custodia todos los materiales al Teatro Solís, de Montevideo. Un grupo de especialistas comenzaron a trabajar con todo lo vinculado con el papel y las diapositivas. Hubo una segunda etapa realizada por la Universidad de la República que se encargó de todas las cintas sonoras y que ya concluyó. Pero para terminar todo el proceso se necesita un espacio donde todo el material de Zitarrosa pueda estar en contacto con la gente. Ese material estuvo en la casa familiar por casi treinta años. Zitarrosa volvió a Uruguay en 1984, poco tiempo antes de que retornara la democracia en Uruguay y murió en 1989. Desde entonces, ese material no se había tocado. Pero basta ver las imágenes de cuando regresó a su país y cómo lo recibió el pueblo en la calle para certificar –si es que hace falta– que su gente no lo había olvidado, sino todo lo contrario.
–¿Por qué decidiste focalizarla en el exilio?
–Porque creo que es un hecho que lo define muy bien a él. También creo que cuando las películas están más centradas en algo, más fuertes son y mejor se puede profundizar. Es el Alfredo que me interesaba retratar, que escapa un poco a la milonga o a la canción rioplatense que, por ahí, es lo que más estamos acostumbrados a ver de él. Me interesaba rescatar el ser humano y, en particular, el ser humano político.
–¿Por qué decidiste que la voz de Zitarrosa sea la estructura del relato documental?
–Siempre fue lo soñado, el anhelo que él mismo pudiera contar porque ¿quién mejor? Y diría aún más: sin otras voces, porque podría haberlas. Las otras que hay son las de las noticias de lo que iba pasando en el mundo. Es un poco un diálogo entre ese diario del exilio y ese mundo que lo confrontaba, por ser un mundo violento en el que él vivía.
–¿Cómo fue el trabajo de selección del inmenso material que había?
–Fue con una paciencia infinita, porque además hacer esta película en otro país, a la distancia, fue tremendo, con un cambio permanente de la moneda. A veces, me desesperaba porque yo sabía que había procesos que se estaban dando, yo quería estar allí y no podía. El más difícil fue el sonoro, que es lo principal en la película ya que lleva adelante el relato. Eran cientos y cientos de horas. Se hizo primero un planillado. Mientras estábamos seleccionando primero desde lo escrito para después escuchar seguían apareciendo cintas porque paralelamente al montaje se seguía digitalizando material. Nos seguían llegando audios. En un momento, nos tuvimos que separar y dividirnos horas de audio para escuchar. Todo lo que buscábamos tenía que ver con el exilio. Y hablar del exilio son un montón de cosas: su condición de exiliado tanto como hombre, como artista, como militante. Entonces, fue una selección de una selección de una selección. Al final quedaron muchas cosas afuera que eran bellísimas y que tenían que ver con el exilio pero como en toda película hay que elegir.
–¿Por qué pensás que Zitarrosa dejó tanto registro sonoro de lo que vivió en el exilio?
–Hay una idea que fuimos sintiendo, porque no podemos afirmar nada, pero había como una necesidad de comprobar que estaba vivo. Era algo que no tenía nada que ver con el ego del artista, de sentirse importante. Prácticamente era existencial, una cosa de comprobar una y otra vez que estaba vivo. La película plantea que el exilio es estar en ninguna parte. Por eso, nunca damos datos geográficos de dónde estaba exiliado. Y por eso el documental se llama Ausencia de mí. Hay algo en donde la persona está ausente de sí misma. Y yo creo que esas grabaciones dan cuenta de que estaba viviendo, de que no era indiferente a todo lo que le estaba pasando, del tormento por el que estaba pasando su país. Había mucha culpa del exiliado, del haberse ido, de haberse salvado.
–¿Cómo repercutió la vida de Zitarrosa en tu propia vida de militancia?
–Para mí es un maestro del pensamiento político, un maestro desde la ideología. Es fundamental seguir escuchando a esa generación, una generación muy lúcida. Lo que me marca permanentemente es la convicción, la entereza, la dignidad, el compromiso, el no ser indiferente. Ese es el Alfredo que retrato porque es el que yo siento que más me atravesó. Entonces, más que modificarme lo que hizo fue enseñarme más cosas, ayudarme. En un mundo tan violento, tan inhumano él es como un faro, un refugio, como para volver siempre ahí. Cuando uno está mal y tiene miedo hay que pensar en estas personas.
–¿Esta película busca aunar al gran músico y cantante, pensador y militante o son partes indisociables de Alfredo Zitarrosa?
–Creo que las dos cosas. Tranquilamente podría haber sido un Alfredo más centrado en su composición, en su gusto musical, o en su amor por la milonga. Había otros Alfredos para retratar. Pasa que, al mismo tiempo, son indisociables todos los que acabás de nombrar. Obviamente hay un recorte. Hay también un Alfredo de sus amigos, muy humorista. Nosotros tratamos de que aparecieran momentos donde se refleja ese espíritu. Cuando había un momento feliz no lo descartábamos. Obviamente, es la vida, no es todo oscuridad, pero ni en los propios materiales aparecía tanto ese tipo de cosas. Pero cuando estaban, entraban.