En febrero de 1810, en Polonia, nació Frédéric Chopin. En junio de ese mismo año, en Zwickau, al sudeste de Alemania, llegó al mundo Robert Schumann; un año antes, en Hamburgo, lo hizo Félix Mendelssohn y en 1811, en un rincón del Imperio Austrohúngaro que hoy es Hungría, Franz Liszt. Serían estos algunos de los nombres cardinales de la generación que después de Beethoven, y bajo su influjo intimidante, descifrarían nuevos rumbos para la libertad, detrás de una compleja trama entre música y vida elevada a idea, en la que se filtran los sentidos de la política, la privacidad y el anhelo. La “Generación romántica”, la que además de hacer del mundo la propia experiencia estética, hizo del piano su símbolo mundano. Allí pone el foco el Festival Konex de Música Clásica, que comienza hoy y se prolongará hasta el domingo en Sarmiento 3131.
En su quinta edición, el Festival Konex de Música Clásica celebra al Romanticismo, con Chopin como mascarón de proa, en coincidencia con los 170 años de su muerte. Hoy a las 20, será Bruno Gelber, artista que por temperamento y sensibilidad está íntimamente ligado a ese repertorio, el encargado de inaugurar la serie de conciertos. El miércoles se presentará el polaco Pawel Kowalski, junto al Cuarteto Petrus. El jueves será el momento del Trío Ginastera, el viernes se presentará la coreana Hyo Joo Lee y el sábado Horacio Lavandera. En el cierre, el domingo a las 19, se pondrá en escena una gala de ballet, con la participación entre otros de Karina Olmedo y Nahuel Prozzi. Serán distintas maneras de poner a Chopin en diálogo con la música de su tiempo.
“Chopin es el más inspirado de los compositores. Su obra es maravillosa en todos sus aspectos, no tiene puntos débiles. El Preludio en Si mayor Op.28 nº11 es un claro ejemplo de esa capacidad de volcar en una sola página un caudal inconmensurable de música”, dice Bruno Gelber a Página/12. “Es un placer interpretarlo. Por su elegancia, su sentido de la respiración y sobre todo porque su escritura para el instrumento, que naturalmente conocía a la perfección, es siempre realizable, aun cuando expresa cosas dificilísimas. No hay ‘moños’ imposibles de tocar sin una revisión previa, como puede haber en mi amado Beethoven”, observa.
Y justamente será Beethoven el compositor principal del programa que ofrecerá el gran pianista. Un programa que él mismo define como “apto para un público amplio”, que además de obras de Chopin incluirá páginas de Schumann. “Soy poliamoroso”, bromea Gelber, porque si bien aclara que para él por sobre Beethoven no hay nada, no deja de destacar la profunda intensidad que encuentra en la música de Chopin. “Hay que dejarse atrapar por ese espíritu, dejarse untar por su alma. La música de Chopin cala hondo también porque deja libertad al intérprete, abre sus puertas para una infinidad de matices y eso hace que cada interpretación sea distinta y nunca su obra pierda frescura”, agrega.
Para Pawel Kowalski, que nació en Polonia, la música de Chopin es, entre otras cosas, su principal carta de presentación. “Toco toda su obra, incluso los conciertos y la música de cámara y esa música me acompañó por 42 países”, cuenta el pianista que mañana interpretará un programa que además de piezas de Chopin incluirá música de Johannes Brahms, junto al Cuarteto Petrus. “Chopin revolucionó la técnica del piano, encontró nuevas formas que no existían en los clásicos y al mismo tiempo fue un maestro de la forma”, continua Kowalski y agrega: “Escuchando el Preludio en fa sostenido menor Op.28 nº8 o la Balada en Fa menor Op.52 nº4, pareciera que su música no está en este mundo. Al mismo tiempo, con sus mazurcas y polonesas se liga a su tierra y es un compositor universal”.
El jueves, la tercera jornada tendrá como protagonista al Trío Ginastera, una de las buenas formaciones de cámara argentinas. Para su pianista, Marcelo Balat, “Chopin es un punto de regreso a los sitios fundamentales del arte del piano”. “Su obra es la de un gran compositor y un gran pianista y está directamente ligada a las emociones primarias de cada uno de nosotros. Escribía para el instrumento de manera magistral y modeló la sensibilidad de una época”, continua el pianista cruzdelejeño. “Su producción no es tan grande y variada como la de Bach o Mozart o Beethoven, sin embargo cada página suya es una joya. Por eso su música se mantuvo en el tiempo. Chopin nunca cansa”, define Balat.
Si para Gelber, Kowalski y Balat, como para tantos pianistas, el acercamiento al instrumento se dio en edad temprana, la relación con Chopin comenzó antes. Los tres coinciden en colocar su relación con el romántico polaco en esa zona de la memoria que se resume con un convencido “desde siempre”. “Se escuchaba mucho en casa y apenas empecé a estudiar ya tuve contacto directo con su música”, dice Balat. “La música de Chopin es algo muy especial y personal para mí. Convivo con ella desde siempre”, asegura Kowalski. “Chopin está en mi vida desde que tengo uso de razón. A los cuatro años estaba enamorado del Vals nº9, a tal punto que un día mamá se asustó porque escuchó que yo lo cantaba mientras estaba dormido”, cuenta Gelber, que no duda en ligar uno de sus recuerdos más impresionantes de Chopin a la figura de Arthur Rubinstein. “Yo era chiquito y papá me llevaba al Colón. Por entonces los profesores de la orquesta, como mi papá, podían presenciar los conciertos desde el foso, que no se cubría. En una de esas ocasiones pude ver a Rubinstein, el chopiniano por excelencia. Ese día vino con nosotros Marthita Argerich”, recuerda Gelber.