No es un pájaro, es un avión. Entre un San Sebastián Mártir y un amable fotógrafo de antaño de los que alentaban a mirar el pajarito para que nadie temiera lo que siempre se teme y temerá (que el fotógrafo te robe o te rompa el alma) Sebastián Freire le ha dado a este suplemento y al star system inédito de la diversidad en su real expresión, un click estético y particularísimo. Siempre queer, siempre estilo. Todes quieren pasar por su cámara y todes se sienten reflejados más que fielmente y mucho más que piadosamente: en estado de belleza y verdad. ¿Cómo lo hace? Esa pregunta que hasta el momento ha respondido siempre con una sonrisa de chico bueno aunque travieso, encuentra alguna que otra clave en esta entrevista, donde parece, lo agarramos distraído y más locuaz que nunca.
¿Qué es lo que te resultaba más difícil y ya no tanto en los primeros años de SOY?
Al principio me ponía muy nervioso hacer retratos así que ponía excusas ridículas para no hacerlos. Decía “prefiero los paisajes”, cosa que es claramente mentira. No le encontraba la vuelta al retrato, o no encontraba algo interesante para mostrar, o me salían fotos aburridas. Cuando empecé a trabajar en SOY, mis retratos habían mejorado un poco, entonces no me ponía tan nervioso. Perder los nervios suma. ¡Creo que por esas inseguridades es que en un principio usaba tanto Photoshop! Cuánto más cómodo te vas poniendo, menos retoques hacés.
¿Cuál es tu secreto para que se te entreguen como se te entregan a la cámara?
¡No sé si quiero revelar mi secreto! Pero, en fin. Más que sesión de fotos, hago unas “minientrevistas”. Sabido es que hablo mucho como para que la gente se relaje. La clave es el contacto con la persona, la relación que logra el fotógrafo con la persona fotografiada. De esa habilidad, en parte, también depende el estilo. Ser retratista es generar ese vínculo efímero, momentáneo, con quien tenés adelante. De entrada no sabés qué estás buscando o qué querés que la persona “te dé”. Cuando estoy haciendo un retrato me concentro en obtener de esa persona una mirada que veo cuando estoy frente a frente. En general antes del encuentro miro sus fotos, en otros medios, en redes. Y es realmente sorprende cómo muchas veces suele no coincidir para nada lo que ves en esas fotos con lo que ves cuando te encontrás en vivo. El llamado “ojo del fotógrafo” tiene seguramente más que ver con lo que el fotógrafo ve que con lo que la persona muestra o quiere mostrar.
¿Lográs una intimidad tal en las sesiones que pasan de la sesión de fotos a la de sexo?
¡Ay! Cuando te digo que es importante el contacto, ¡no digo contacto físico! Es más, tengo una regla que viene de la época en la que estudiaba fotografía: nunca tocar. No por pacatería, sino por una cuestión técnica. Si por ejemplo, le acomodás un hombro, generás cierta resistencia física y cierta tensión en la pose y, por lo tanto, en la foto. Todas las indicaciones conviene que sean verbales. No hay ningún contacto, al punto de que me cuesta hasta acomodarle la ropa si la tiene mal. Y como yo trabajo sin asistentes ni productores, sucede que no es posible prestar atención a absolutamente todos los detalles de la ropa y demás. Estoy concentrado en la mirada, la cara, la expresión, la luz. Y a veces pierdo de vista cosas que después registro en el resultado final y me quiero matar: melenas paradas al estilo Tato Bores o una campera llena de pelos de gato.
¿Cómo lográs que se desnuden frente a la cámara en las series de tatuajes o para un retrato que ilustrará una entrevista, como pasó con Diego Trerotola o Marlene Wayar?
Generar confianza y empatía provoca relax y eso conlleva otros efectos. Sé que estar delante de la cámara sin saber qué es lo que el fotógrafo está sacando es una situación bastante fea y de exposición. Me pongo del lado de la persona que estoy fotografiando, le muestro, quiero que confíe en mí. Cuando te vas haciendo conocido en un ámbito, en este caso en el lgbti, se te hace más fácil porque por lo menos la gente ya sabe cómo trabajás. Es más difícil, obvio, cuando nadie sabe quién corno sos. También es común que haya desconfianza de parte de les fotografiades porque existe cierto mito de que los fotógrafos siempre elegimos la foto más fea. Escuché eso un montón de veces. ¡No sé de dónde sacan esa idea!
¿Tenés una “mi peor foto”?
Fotos que me hayan salido mal hay miles. También hay muchas que me han salido de casualidad. Me pasaron cosas como estar probando una luz con la persona presente y que la foto termine saliendo sin flash por error, y que eso resulte ser mucho mejor que lo que tenía pensado hacer. Dos veces se me rompió la memoria y perdí todo el trabajo. También odio las fotos en cafés y bares, que son en su mayoría horribles. !Y les periodistas aman citar a la gente bares! También me cansan mucho las fotos en parques: son un comodín con resultados bastante malos. Cuando la persona viene al estudio, nos relajemos todes y salen mejores fotos. Siempre va a ser mejor eso que tener que sacar una foto a las corridas en una plaza, pensando que me van a robar la cámara, y con el fotografiado abrazado a su cartera y cacheteándose los mosquitos
¿Qué te pasa cuando te toca fotografiar a una celebrity?
Creo que tengo la suerte de no ser tan cholulo. Eso suma para estar más relajado al momento de hacerle fotos a gente famosa o importante. A veces me pone mucho más nervioso la previa generada por terceras personas que el contacto en sí con el entrevistado. He tenido más problemas con los representantes que con las personas representadas. Los representantes muchas veces generan más conflictos con los medios. No sé si por qué sobreprotegen a sus representades o por qué pero sí puedo decir que generan más ansiedad con la sesión de fotos que lo que después efectivamente pasa en la sesión. Te ponen un montón de trabas, advertencias y cuidados pero cuando llegás y te encontrás con el personaje famoso, resulta que tiene muchísima onda, se presta a todo de manera encantadora y hasta tira ideas para fotos desopilantes.
¿Cuáles son los tips que usás en las sesiones de desnudos? ¿Cómo se cuida a les intrevistades que eligen mostrarse así ante la cámara?
Vas viendo a lo largo de la sesión cómo es la relación con su propio cuerpo. Poco por cómo se muestra, se presenta se mueve. Te vas dando cuenta. Y también se le pregunta directamente cuánto quiere mostrar, cómo, dónde. Ahí vas captando cuánto más tenés que cuidar la imagen o no. Por supuesto que uno cuida a todos pero de repente hay personas que están totalmente desinhibidas. También, obviamente, hay gente más tímida o con determinados “mambos” con alguna parte de su cuerpo que no le gusta. Y esto pasa sean los cuerpos que sean. No hay una relación entre la soltura con la que alguien se mueve y si tiene o un cuerpo que podríamos llamar hegemónico. A veces hablamos de todo esto en la sesión. Tampoco es que hacemos psicoanálisis pero sí se van dando bastante seguido estas charlas con les fotografiades. Y te vas dando cuenta qué parte del cuerpo no le gusta tanto mostrar. Nunca presiono a la persona. Sí juego con la pose, por su puesto, dependiendo de los límites que me va poniendo el otro. Siempre lo que se quiere mostrar y lo que no está súper charlado y recontra consensuado previamente.
¿Cómo te llevás con la etiqueta de ser el fotógrafo de lo queer en Argentina?
Por su puesto no soy el único. Si se me considera así, diría que me llevo divinamente con esa etiqueta. Tengo once años de cobertura de todes, o casi todes, les fotografiades queer y diversa de la historia argentina. Tengo un archivo gigante. Soy casi un historiador visual de los últimos once años (antes no) de la vida y figuras lgbti de la Argentina. Me gusta. Es un súper labarazo. Al principio cuando empecé con este trabajo hubo gente que me decía “Ojo con hacer tantas fotos de la misma temática porque vas a terminar encasillado”. Y para mí es todo lo contrario. No tengo ningún drama con ese casillero en especial.