En estos días la violencia contra la mujer surge como un síntoma social que demanda una respuesta inmediata, urgente. El estado mediante las leyes que promueven y protegen los derechos de las mujeres (especialmente la ley 26485), ha avanzado en el camino hacia las posibles respuestas. Leyes que intentan poner un freno a una violencia cada vez más desbocada. Sin embargo, el marco simbólico que provee la ley no puede subsumir y erradicar totalmente el mal. Si bien hasta el momento es la vía necesaria es evidente que se torna insuficiente.

Según Lacan, "la esencia del derecho reside en repartir, distribuir, retribuir lo que toca al goce", pero fracasa en su intención de regularlo porque desconoce la dimensión subjetiva del acto. Es en esta dimensión subjetiva donde el psicoanálisis tiene un saber para dar cuenta. No sólo preguntándose por la posición del sujeto que sufre la violencia en su propio cuerpo, sino en ese otro actor, que en su ejercicio de la violencia diluye su subjetividad, a la vez que cosifica al otro.

El hombre "violento" repite, y así definido, se identifica a su acto. Su mote "violento" hace efectos al estilo de una sinécdoque (1) de su condición de sujeto, encarnando para sí una profecía autocumplida en la reiteración de su violencia. Todo sostenido y reforzado por un discurso que "anticipa" que el violento lo es y lo seguirá siendo.

Por eso, como psicoanalistas es necesario tomar distancia de lo que la lengua del Otro (la que tomamos prestada) nos propone: El ideal de la no‑violencia. A la lengua del significante amo es necesario articularla y ponerla en cuestión con la singularidad, y cuestionar lo que se repite, pues existe ahí un espacio de sufrimiento no articulado al lenguaje, a la palabra.

Ese trabajo implica atravesar la ideología, la fantasía (o el fantasma, como también le podríamos llamar), es decir, distanciarse de ella. Es aceptar la imposibilidad de las relaciones sociales sin antagonismos (como armonía). Toda relación (social, sexual) es fallida y lo que hay que saber es como se dan estos antagonismos, qué hacemos con ellos o cuál es el fallo que estamos dispuestos a sostener.

Es por eso que pensar el abordaje psicoanalítico con hombres que ejercen violencia, permite visibilizar la problemática desde una mirada integradora y deconstruir el estigma social transformando el acto en palabra y la repetición en un síntoma. De esta manera, quizás es posible encontrar allí un sujeto dividido como tal, que al interrogarse por su modo de actuar pueda simultáneamente responsabilizarse por su condición. Puede pensarse que para que algo de esta división pueda jugarse, la sanción debe existir, entendida como un acto de justicia que responda, desde lo social, a su accionar singular. Es decir, no sin castigo pero no sólo con él. Porque, así como la ley, vuelve a ser insuficiente.

Nuestra presencia, antes de cualquier intervención como tal, posibilita un diálogo que, en un espacio y tiempo determinado, constituye a un sujeto como sujeto del discurso. Un encuentro que le permita reconocerse sujeto, no al determinismo social, sino a algo más íntimo, más suyo: el inconsciente.

El Psicoanálisis apunta a ese reconocimiento. De la responsabilidad que le corresponde asumir en cuanto sujeto del significante, abriendo la oportunidad de rectificar sus elecciones fatales, que están abocadas a un destino funesto.

1) Figura retórica que designa una cosa por el nombre de otra, usa una parte de algo para referirse al todo.

*Participante TyA (Toxicomanía y Alcoholismo) en EOL Sec. Rosario.