Anna tiene 14 años, vive en las calles de Goma, en Kivu del Norte, la más violenta de las provincias orientales de la República Democrática del Congo. Cada noche busca refugio en un sitio distinto “por miedo a que me encuentren y me violen. Sobrevivir es difícil, la violencia está en todos lados. Pero con el boxeo soy más fuerte: puedo defenderme”. Nadine, de 17, es madre de dos; un niño de 5, otro de 3. Tampoco tiene casa. “Desde que empecé a entrenar box, me siento más segura –dice–. Si alguien quiere acercarse a mis hijos, voy a poder defenderlos, también a mí misma.” Blandini, de 18, sin techo y con 2 críos pequeños, se sabe “completamente desprotegida, bajo la constante amenaza de ser golpeada y abusada en una situación general de discriminación”. Una noche, fue atacada por cuatro hombres: la violaron, la rociaron con gasolina y la prendieron fuego. “Las cicatrices en mi cuello y en mis brazos son mementos de ese momento, que nunca se me quitarán”, cuenta, y agrega: “Mi mayor preocupación es defenderme a mí misma. Por eso practico boxeo, y porque quiero convertirme en una campeona”. “En mi vecindario, he visto a muchas de mis amigas ser forzadas, abusadas, tocadas contra su voluntad. Haga o no haga boxeo, tarde o temprano alguien querrá lastimarme. Al menos, estaré lista para reaccionar”, explica Ester, de 18. Gracia, también de 18, sueña con convertirse en la Mohammed Alí africana, ganar suficiente pasta para abrir un orfanato para niñas que, como ella, fueron abandonadas en la zona. “En Goma, es imposible no tener miedo cuando salís por la noche”, dice, y se alegra de su afición: “Un deporte con el que me he podido ganar el respeto de alguna gente de la comunidad”. 

Apenas algunas de las jóvenes congoleñas retratadas por el fotógrafo milanés Alessandro Grassani (con varios premios en su haber, ha laburado para medios como el New York Times, la CBB, L’Expresso, El País Semanal, Newsweek, etcétera) en su última serie: Boxing Against Violence: The Female Boxers Of Goma, recientemente destacada por los Sony World Photography Awards. Merecido destaque, dicho sea de paso, no solo por la calidad estética de sus fotografías documentales: con sus muy expresivos, muy evocativos retratos, A.G. pone en foco historias de resiliencia y superación de mujeres que –a pesar de haber atravesado dramas inenarrables– no han depuesto el coraje. Más aún: se han calzado los guantes de modo literal, amén de dar pelea a un contexto francamente imposible, de ponzoñosa misoginia como el congolés. No por nada, Naciones Unidas puso al país un horrífico pero ajustado mote: “La capital mundial de las violaciones”. Un país donde la violencia de género es epidemia enraizada, donde -aunque sea imposible obtener cifras exactas- se estima que más de 200 mil mujeres son sobrevivientes de violaciones. Solo en el Este del país, los cálculos son de espanto: alrededor de 15 mil violadas cada año, sin distinción de edad (niñas, adolescentes, adultas, ancianas). Abusadas con tanta brutalidad (les introducen en las vaginas bayonetas, vidrios rotos, productos tóxicos) que, en muchos casos, las heridas físicas jamás se curan por completo. Aquello sin siquiera hablar de las marcas psicológicas y el estigma que acompaña a las víctimas, que son desalentadas por sus propias familias a denunciar o buscar atención sanitaria por la “deshonra” que conlleva.

“Así y todo, nada detiene a estas mujeres, cuya fuerza para seguir adelante, para superar las atrocidades que han padecido a lo largo de los años, está más viva que nunca. Esa es la historia que quiero contar con mis imágenes”, explica Grassani. Con esa intención viajó a Goma y se acercó a dos centros deportivos donde regularmente entrenan boxeo algunas muchachas, con más de un fin: para defenderse de la extrema violencia machista del país africano, evidentemente, pero también con la ilusión de competir algún día en forma profesional. 

Uno de esos sitios es el Club de L’Amitiè, emplazado en un viejo estadio deportivo de la ciudad, regenteado por el antaño campeón de box Balezi Bagunda, aka Kibomango, ex niño soldado que perdió un ojo en una explosión de bomba. Grassani lo describe como “el Balboa del Congo”, destaca su actitud amable, su buena disposición para entrenar a mujeres y chicos sin discriminar, y con la expresa intención de darles herramientas de autodefensa y devolverles el empuje. En el caso de los purretes, busca además evitar que se unan a las muchas milicias armadas, que siguen en ascenso (aunque la guerra finiquitó oficialmente en 2003, hay más de 130 grupos rebeldes activos en la zona). “Kibomango no se cansa de repetir que en su gimnasio todos son amigos, sin importar de dónde provienen, cuál es su historia personal. Todos son recibidos con igual entusiasmo”, relata A.G., que también retrató a las boxeadoras del Radi Stars, club exclusivamente femenino, donde las mujeres flotan como una mariposa y pican como una abeja sobre el ring, al mejor estilo Muhammad Alí. Y lo hacen, demás está decirlo, batallando también contra los prejuicios. “En una sociedad tan patriarcal como la del Congo, es realmente difícil para ellas practicar esta disciplina, que es aún vista como deporte masculino. Pero para ellas se ha convertido en un salvavidas, no solo en el sentido de la autodefensa sino como fuente de compañerismo, de propósito, de esperanza en un futuro mejor”, arriesga el fotógrafo.

En ese sentido, es grato reencontrarse con las palabras de la gran Joyce Carol Oates, que en su muy citado, muy estimado libro Del boxeo (On Boxing, 1987) se refería a esta práctica de violencia controlada como “un acto de autodeterminación consumada: el restablecimiento constante de los parámetros de nuestro ser”. Hablaba también de “la fanática subordinación a un destino deseado”, y anotaba que, sobre el cuadrilátero, “cada partido es una historia, una historia altamente condensada, muy dramática, incluso cuando no pasa nada: entonces el fracaso es la historia”. Para las boxeadoras retratadas por A.G., el mero hecho de entrenar ya es sonada victoria. “Algunas de estas chicas han sufrido una violencia tan extrema… Pero ahora, desde que entrenan y están en forma, corren más rápido, golpean con más fuerza, han perdido el miedo. Pueden contraatacar”, concluye el artista italiano sobre las boxeadoras, personajes casi homéricos a sus ojos.