La vida interior de una persona y su evolución a lo largo de los años puede ser más compleja y fascinante que todo el mundo que tiene alrededor: su melancolía abstracta, su quietud ante la adversidad, su incomodidad al encarar su participación pública, sus desilusiones más oscuras, su perplejidad ante el amor, su odio más oculto y su pérdida progresiva de la memoria. La tercera temporada de True Detective muestra de cerca la mente de un hombre en tres momentos diferentes de su vida, un hombre común sin éxito, sin carisma, con prejuicios y teniendo que enfrentar el racismo, tan arraigado todavía en la sociedad norteamericana. La serie de ocho episodios trata sobre un detective que junto con su compañero debe resolver la desaparición de un niño y una niña en 1980, pero la mirada se centra más en el interior de ese detective, interpretado por Mahershala Ali, que en la resolución de un caso que recién empieza a revelarse hacia el final.
La tercera temporada refleja el formato de la primera, que fue un icono por su ritmo y profundidad: un detective contando en tres momentos diferentes: 1980, 1990 y 2015 los pasos que tuvo que seguir para intentar resolver el caso Purcell, ocurrido en West Finger, un pueblo olvidado de Arkansas. En el primer momento el personaje aparece en todo su esplendor, mostrándose como un investigador inteligente, pero las circunstancias y sus inseguridades hicieron que luego creciera cada vez más la decadencia. Pasaron 25 años y el caso no se resolvió, el detective está cada vez más enfermo, su mujer murió y se siente cansado, pero el afán por no perder la pista lo mantiene vivo y le da sentido a la continuidad de la narración.
Además del foco en la interioridad del detective Wayne Hays, aparece la maternidad como uno de los temas abordados por la serie. El caso que investiga está atravesado por la forma de abordar el ser madre por dos mujeres, de modos muy distintos: a la madre de la nena perdida, interpretada por Mamie Gummer, hija de la gran actriz Meryl Streep; se la muestra como poco presente y preocupada por sus hijos, y se desliza esa mirada machista que sugiere que algo malo les puede pasar a los niños si su madre no está tan pendiente, “necesito tener una vida”, dice como si se la estuviera juzgando. La otra mirada de la maternidad es el otro extremo, una mujer que entra en una depresión porque perdió a su hija y revive recién cuando toma prestada la hija de otra, sin importarle las consecuencias. Estas dos miradas confluyen en una tercera, que se muestra más libre y funciona como cierre de la trama. En el medio aparece la mujer de Wayne, una profesora de escuela devenida escritora que tiene dos hijos y el marido le reprocha que se ocupe más de su libro sobre el caso Purcell que de sus hijos. El detective la subestima y ni siquiera se gasta en leer el libro, pero en el tercer momento temporal en el que se narra la serie lo termina leyendo y se da cuenta que tiene muchas pistas que lo llevan a acercarse a la verdad.
La primera temporada tenía un halo de misterio que se perdió, pero la atmósfera oscura sigue ahí, el cuestionamiento a la propia vida, la vuelta a una intensión reflexiva, y la imposibilidad de sentirse cómodo en la relación con el resto de sus semejantes, como si encajar fuera sólo una imposición esquiva. En la primera y en la tercera temporadas - la segunda pasó desapercibida –los diálogos sobresaltan por su discurso de existencialismo literario–. El creador de la serie Nic Pizzolatto apuesta a ese ambiente gélido para contar una historia que se detiene en las circunstancias más abismales del ser humano: sus miedos más recónditos como la pérdida de memoria y la soledad.