Estoy Acá (Mangui Fi) es un documental que transita la amistad entre dos jóvenes senegaleses que llegan a Argentina con el objetivo de ayudar económicamente a sus familias y encuentra, en ese transitar, dos modos opuestos de vivir la condición inmigrante. “Enfocamos la película no solo en las dificultades que implica habitar una nueva sociedad, sino en cómo esto modifica la forma en que un inmigrante ve a su país y a sí mismo”, explicaron los directores, Juan Manuel Bramuglia y Esteban Tabacznik. La película se estrenó ayer, en las salas del Gaumont, con dos funciones diarias, a las 15.15 y 21.45.
El documental viaja entre Argentina y Senegal siguiendo a Ababacar y Mbaye, dos jóvenes que se conocieron en una pensión de Buenos Aires y se hicieron amigos. “Ellos representan lo que está ocurriendo hoy dentro de la comunidad senegalesa que vive en el extranjero, oscilando entre la apertura a otras culturas y la precaución ante las influencias externas”, sintetizaron.
Estoy Acá tuvo su primera proyección en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, donde recibió el premio a Mejores Directores Argentinos en Competencia otorgado por DAC (Directores Argentinos Cinematográficos), y ya participó en más de 10 festivales. Además, fue elegida como Mejor Película Iberoamericana en el 9º Festival Internacional Cinemigrante.
Ababacar, uno de los dos protagonistas, falleció el año pasado tras un cáncer de hígado. “La película está dedicada a él”, recordaron Bramuglia y Tabacznik, egresados de la Universidad del Cine.
–¿Cómo decidieron hacer una película sobre la comunidad senegalesa en Argentina?
Bramuglia: –Yo vivo a unas 15 cuadras de Once y Esteban vivía por Flores, así que los veíamos cotidianamente. Nos generaba mucha curiosidad la presencia de estos nuevos integrantes del paisaje urbano. Y nos llamaba la atención, además, que ante esta presencia tan marcada no hubiera repercusión en los medios ni en el habla de la gente. Así que a fines de 2013 decidimos empezar el trabajo de campo en Once.
Tabacznik: –Al encontrarnos con un mundo tan diferente y tan atractivo, nos alucinamos un poco. Teníamos tantas historias que incluso habíamos pensado en hacer una película coral, que mostrara las distintas relaciones de los senegaleses en su propia comunidad.
–¿Y por qué centraron la película solo en dos protagonistas?
Tabacznik: –Con tantas historias, se nos juntó una chorrera de material enorme que se tornó un poco inmanejable. Además nos preguntábamos ¿cómo contamos las discusiones que hay dentro de la comunidad?. Finalmente, cuando aparecieron las historias de Ababacar y Mbaye, nos dimos cuenta de que había algo muy interesante en el choque entre estos dos personajes.
Bramuglia: –Claro. Porque teníamos discusiones periódicas sobre esta cultura con Bernarda Zubrzycki, antropóloga del Conicet, y Boubabacar Traoré, antropólogo senegalés, y fue en esas charlas cuando nos dimos cuenta de que hay ciertos ejes del ser senegalés que son completamente opuestos al ser argentino. Lo fuertemente comunitarios que son ellos, lo extremadamente individualista que somos los occidentales. Los altos conceptos de ética que tienen ellos, el “vale todo” nuestro. Fuimos entendiendo que la peli podía tomar una muy buena forma si la hacíamos díptica, con dos personajes que ayudaran a esta polaridad. Además, notamos nuestro núcleo familiar es muy reducido y el de ellos es muy amplio: entendimos, entonces, que a través de la amistad de estos dos senegaleses podíamos describir los vínculos sociales tan intensos que manejan.
–¿Quiénes son Ababacar y Mbaye? ¿Por qué los eligieron?
Bramuglia: –Ababacar y Mybae son dos chicos senegaleses que se conocieron acá y trabaron una amistad muy fuerte. Sin embargo, ciertas circunstancias de la vida los hicieron tomar caminos muy distantes, casi opuestos. Por un lado, Ababacar se argentinizó, empezó a estar más abierto a adoptar las cosas positivas de nuestra cultura. Empezó a descubrir, a través del individualismo, los deseos de realización personal y decidió llevarlos a cabo cuestionando ciertos mandatos culturales. La película, en estos tres años y medio, lo retrata justamente en ese proceso de deconstrucción. Nosotros lo acompañamos y también hicimos un proceso de deconstrucción propio. Mybae, en cambio, siempre se mostró cerrado al estilo de vida argentino. A él lo acompañamos en su proceso de búsqueda económica y en su viaje a Senegal, en el reencuentro con su familia y sus amigos. La esencia del documental es haberlos acompañado en el proceso mientras sucedía.
Tabacznik: –Me acuerdo de una noche, incluso, en que Ababacar nos dijo, después de comer, que si no nos hubiera conocido quizás no hacía ese proceso. Tomó un montón de decisiones fuertes en ese tiempo, como casarse con una chica argentina y terminar un matrimonio que tenía allá.
Bramuglia: –Además, el otro eje característico de la película, a la que nosotros consideramos sur-sur (habla Argentina con África, sin pasar por Europa ni por estados Unidos), es que no fuimos con una idea preconcebida a comprobarla a la realidad. No escribimos un guion y fuimos a comprobar lo que pensábamos. Fuimos construyendo la película junto a los personajes.
–¿Cómo fue ese proceso?
Bramuglia: –Muy difícil. Intentamos mantener la figura del autor siempre por debajo y que la película fuera construida junto a los protagonistas. Tratamos de ir encontrando cuáles eran sus intereses. No creemos que es una película en la que nosotros le damos voz a una comunidad, sino que es una película que hicimos en conjunto con ellos para encontrar una voz propia para la comunidad. Somos dos amigos que hicieron una película sobre dos amigos y nos volvimos cuatro amigos. Y en ese proceso, surgió la película.
Tabacznik: –Hicimos lo que los productores dicen que no se tiene que hacer (ríe). Porque primero conocimos a Ababacar, que nos ayudaba en la producción, y después, cuando vimos lo interesante que era su historia, dijimos “Aba tiene que estar en la película”. Y hablamos con él, pero no quería. ¡Le insistimos seis meses! En un momento viajamos a Senegal a filmar a Mbaye. Pero la película no tenía ni pies ni cabeza. Y ese salto al vacío que dimos fue lo que a Aba le hizo decir “está bien, voy a aparecer en cámara”. Creo que ese salto de fe fue un generador de confianza hacia ellos para poder contar sus historias y confiar en que nosotros no vamos a hacer cualquier cosa con ellas.
–El principio del documental habla sobre la posibilidad de realizar un “intercambio cultural” en el país de destino. ¿Cómo viven los personajes ese intercambio, que muchas veces termina siendo más un choque violento que un ida y vuelta entre las distintas culturas?
Bramuglia: –Ababacar lo vive con fe y Mbaye con escepticismo. Al final de la película, cuando están volviendo de una caminata por Flores, hay una charla entre ellos que deja muy en claro sus posturas. “Hay mucho racismo acá” dice Mbaye. “Pero hay gente muy buena también”, le retruca Aba, que siempre se mostró más dispuesto a abrirle las puertas a nuestra cultura.
–¿Y cuál es la postura que predomina en la comunidad senegalesa que llega a Argentina?
Tabacznik: –La de Mbaye, que es la característica del tipo de inmigración que comenzó en Senegal en los 80 hacia Europa y Estados Unidos. Acá comenzaron a llegar en 2006, 2008, cuando la situación económica del país era más prometedora. Ellos conviven con nosotros pero hasta cierto punto: están siempre pensando en cuánto representa en Senegal lo que ganan acá para poder volver. Y no quieren tomar las costumbres de acá. Aunque esto, de a poco, va cambiando.
–Ahora conviven ambos modos de emigrar...
Bramuglia: –Exacto. Un poco de ahí sale el título, “Estoy acá”. La película se inicia con una charla entre Ababacar y Mbaye en la que Aba dice: “Bueno, ahora estoy acá. Tengo que plantear mi vida estando acá”, en contraposición a lo que piensa Mbaye, que explica “yo se que estoy acá, en Argentina. Pero mi mente está allá”. Ababacar está acá en cuerpo y mente y Mbaye tiene este problema que es típico de los inmigrantes de tener el cuerpo acá, generando dinero para donde está la mente, que está allá.
Informe: Azul Tejada.