Primera definición de Dilma Rousseff: “El león nunca es manso”. Segunda definición: “La derecha en América Latina no tiene el chip de la moderación”. Tercera definición: “Los antiglobalistas de derecha al final se juntan con los neoliberales”.
La presidenta de Brasil que fue derrocada por un golpe en 2016 dijo esas tres cosas en la primera reunión de trabajo del Comité Argentino por la Libertad de Lula y Justicia por Marielle, a las tres de la tarde, antes del acto público de las 18.
Al revés de la Argentina, que está en pleno proceso electoral, Brasil recién tendrá comicios presidenciales en octubre de 2022. Por eso Dilma dijo que las tareas allí son la solidaridad y la resistencia porque “Brasil está en la peor etapa de su historia”. La época actual, según ella, actualiza el resabio de las dos tragedias brasileñas: la esclavitud y la dictadura militar.
Unas 40 personas escucharon a una Dilma breve, que hizo una primera exposición de 20 minutos y otra de 15, en un salón de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo. A la izquierda de Rousseff se sentó Nicolás Trotta, el rector de la Umet. A la derecha, Victoria Donda, diputada nacional y precandidata a jefe del Gobierno porteño. En la misma fila estaban la diputada nacional Gabriela Cerruti, el responsable de relaciones internacionales del Partido Justicialista Jorge Taiana, la rectora de la Universidad de Lanús Ana Jaramillo y el presidente del bloque del FpV en el Parlasur, Oscar Laborde. Los tres últimos y Trotta integran Mundo Sur, un nucleamiento de reflexión y propuesta sobre política exterior. De la Umet, de Mundo Sur y del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales que encabeza la uruguaya Karina Batthyany surgió la idea de formar este comité, que integró a centrales sindicales como la CGT y las CTA, a la dirigencia política opositora y a representantes de universidades y académicos.
La reunión por la libertad de Lula y por justicia en el caso de Marielle Franco, la concejal de Río de Janeiro asesinada por profesionales el 14 de marzo de 2018, tuvo un sabor local de unidad del panperonismo y aliados.
“Lo mejor que podemos hacer es ganar las elecciones en octubre”, dijo Patricia Cubría del Movimiento Evita.
Para el secretario del gremio bancario Sergio Palazzo, “lo que pretenden en la región es encarcelar las políticas”. Coincidió Daniel Menéndez, de Barrios de pie: “No se perdona buscar un Brasil más justo”. El renovador José Ignacio de Mendiguren reivindicó una cumbre de Dilma y Cristina Fernández de Kirchner. “Hemos retrocedido mucho desde lo que soñábamos sobre una región integrada y con inclusión social”, se lamentó el diputado.
Entre los 40 que se acercaron estuvieron, además, el dirigente de la CGT y presidente del Grupo Octubre Víctor Santa María, el ex subsecretario de Asuntos Latinoamericanos Agustín Colombo, la rectora de General Sarmiento Gabriela Diker, el rector de Quilmes Alejandro Villar, la decana de Sociales de la UBA Carolina Mera, el historiador Pacho O’Donnell, el senador Pino Solanas, el director del Centro de Estudios Metropolitanos Matías Barroetaveña, el dirigente del Frente Transversal Jorge Drkos, la ex presidenta del Incaa Lucrecia Cardoso y el dirigente de los afrodescendientes argentinos Federico Pita. Todos y todas participaron del intercambio de opiniones mientras no dejaban de prestar atención a los datos de un día que pasará a la historia como un 25 de abril de los infiernos. “¿Renuncia?”, susurró uno. “Que se quede hasta el final”, fue una de las respuestas. “Y que pierda las elecciones.”
Dilma tiene una relación estable con la Umet, igual que Lula, que habló en la creación de la universidad de matriz sindical en 2013. Brasil estuvo entre los primeros objetos de estudio académico y de relación política y sindical y se mantuvo como uno de los ejes a lo largo de los años.
Al analizar lo que caracterizó como “crueldad” en el trato a Lula, que llegó a su punto máximo con el asesinato de Marielle, Dilma hizo la historia del “pau de arara”, una técnica de tortura. La víctima es colgada boca abajo de un palo que pasa por detrás de las rodillas y las manos quedan atadas al mismo palo. La ex presidenta contó que el método fue usado por los esclavistas portugueses y atravesó siglos hasta llegar a la Escuela de las Américas que los Estados Unidos montaron en Panamá para enseñar tormentos a militares del continente.