Desde Baradero
Ubicada a 150 kilómetros de la capital federal, a apenas un par de horas de viaje, Baradero es una ciudad de 28 mil habitantes fundada bajo la advocación del Apóstol Santiago, protector de los peregrinos. Y su Parroquia de Santiago parece bendecir inadvertidamente a los más de 30 mil miembros de la nación rockera argentina que llegan a la plaza principal de esa pequeña pero antigua ciudad que mantiene la gracia de un pueblo. Esta tercera edición del Rock en Baradero confirma al festival como un punto de encuentro y alternativa cercana, rápida y cómoda para los rockeros que, a menudo, hasta viajan y vuelven en el día.
En un clima de respeto y mansedumbre, gente de San Pedro, El Talar, Ramallo, Los Polvorines y la ciudad de Buenos Aires se reúne este fin de semana en un evento que, además de confirmar la talla de las bandas más conocidas, muestra el curioso mimetismo que caracteriza a muchas bandas nuevas, entre sí y con su público: lo que ves es lo que hay, y aún se siente ese otro efecto post Cromañón, que derivó en que multitudes de seguidores de Callejeros fueran volcando su entusiasmo hacia otras bandas, como La perra que los parió, Sueño de Pescados y Cruzando Charcos –dos jóvenes bandas platenses de crecimiento vertiginoso que ya tienen su propia hinchada–, o a otras como La Beriso, ausentes del festival por su tremendo poder de convocatoria.
Es evidente que la identidad rockera federal acaricia lo áspero, rechaza desde hace años el diseño gráfico y disfruta o siente la necesidad de verse reflejado en sus ídolos musicales apreciando quizás más valores extramusicales, como la simplicidad de sus héroes, su cercanía, su legibilidad y, por qué no, su falta de pretensión, aunque el costo sea que en muchos casos la mera idea de una innovación artística parezca una variable a sacrificar.
La primera jornada arranca con el show de Tributo, ganadora del concurso que habilitaba a tocar en el encuentro, a la que siguen, entre otros, los shows de Parteplaneta, Mustafunk, Coverheads y De La Gran Piñata, ante un calor intimidante que gran parte del público, seguidores de La 25, prefiere asumir esperando en los alrededores, disfrutando de embriagarse al ritmo cansino que impone el calor agobiante y el encantador paisaje de una ciudad de más de 400 años.
Ubicado a orillas del Río Baradero, afluente secundario del Río Paraná, el microcosmos pueblerino y campestre rodea el predio con sus casas (algunas de la época colonial), parrillas (por donde uno jura haber visto a “Dany Stone” Osvaldo comiendo un sánguche de vacío con champagne juntos a La 25), hostels y un importante despliegue de seguridad que le dan a la previa un clima de extrañamiento casi mágico, en el que hasta la gente de control y vigilancia parece más tranquila que en capital. Aunque hasta ahí…
“Vine a ver a Kapanga, Carajo, La 25 y Eruca Sativa, pero me los perdí por los putos que nos pararon el micro”, cuenta a los alaridos Ariel, adolescente de González Catán que paradójicamente se declara gay y cuenta que, como agarraron en el bondi a un pibe con un poco de cocaína para uso personal, eso los demoró. Ariel viene todos los años y, aunque acaba de llegar, destaca la hermandad de la gente y los novedosos puestos de hidratación: “¡Es lo mejor que pueden hacer en los recitales!”, grita y se aleja corriendo para ver de cerca a Carajo. A su lado, bastante más tranquila, su amiga Antonella cata un poco del prensado que zafó de las requisas policiales y rescata con ecuanimidad el desempeño de los uniformados: “A mí me parece bien que estén, más allá de que me esté ahora fumando un porro: me parece perfecto que la policía haga su trabajo”, comenta esta reciente egresada que planea estudiar Literatura.
Mientras Carajo ofrece su energizante show, en la pequeña carpa de prensa Brenda Martín, de Eruca Sativa, recuerda que la vez anterior que vinieron a tocar a Baradero, ella y su compañera Lula Bertoldi estaban embarazadas. Aunque extrañan a sus pequeños hijos, que con más de un año cada uno ya permiten salir de gira, el trío que completa Gabriel Pedernera en batería despierta en su público una mezcla de admiración y adoración. Y aunque su mezcla de rock grunge, funk pesado y canciones resulte propicio para festivales, no se siente cómoda con el rótulo de banda festivalera: “No tocamos tanto en festivales y hacemos nuestras propias fechas, pero siempre es un lindo desafío tocar para gente que no te conoce mucho o incluso no le gusta lo que hacés. Igual eso que pasaba en la década del ‘90 de que capaz que si al público no le gustaba una banda se ensañaba y le tiraba cosas, ya no pasa más”.
De repente, en un silencio entre tema y tema, la voz de Marcelo “Corvata” Corvalán retumba con la convicción de un predicador de la era electrónica: “¡Vamos a cuidarnos entre todos!”, dice y suena creíble. Con temas como Libres, Chico granada y Sacate la mierda, más un vigoroso instrumental con temas de Pantera, Carajo recorre 15 años de una carrera en la que el compromiso social siempre fue constante y no solo de palabra: “Cuando uno pide justicia tiene que entender que la justicia la administramos entre todos, y que justicia no es venganza. Cuando hablo en escena no son cosas guionadas, es espontáneo: muchos chicos están muy decepcionados de la política, incluso del rock. Nosotros tratamos de no defraudar al público pero también de plantar una semilla de algo bueno: en un momento en el que parece que lo más importante es cuántas modelos te garchaste, cuántos autos chocaste o ser amigo de Tinelli, hay que rescatar la música, toda esa herencia de músicos como León Gieco, Charly, Spinetta, Cerati o Miguel Abuelo. El tema es que vos puedas ser vos”.
En su show, Attaque 77 despierta el primer gran cántico del festival y recorre tanto clásicos como Espadas y serpientes, Donde las águilas se atreven y Beatle como las más politizadas Setentista o Canción inútil, mostrándose como una banda nostálgica pero a la vez efectiva. Mientras que Kapanga despliega toda su versatilidad rítmica en canciones como Descarte, Rock, En el camino, El mono relojero o el más nuevo Motormúsica. Seguidora de la escuela fiestera de Los Auténticos Decadentes, la banda sabe cómo alegrar las multitudes: las irónicas arengas del Mono invitando a sus colegas de Carajo y Attaque a usar “menos distorsión y más la criolla” para ahorrar energía resultaron hilarantes, pero hace ya años que tocando Kapanga es cosa seria.
El cierre de la primera jornada está a cargo de La 25 y en pocas bandas tanto como en ella queda tan clara la importancia del culto futbolero a los trapos: el origen del nombre de la banda liderada por el ex futbolista de Quilmes Mauricio Lescano proviene de una remera con ese número estampado, que alguna vez usó Mick Jagger: sus numerosos hits (Me voy a quedar, Sucio Sheriff, La rockera y tantos otros cantados con fervor por su público) forman parte de un espectáculo interactivo en el que el despliegue de una bandera gigante en Ya todo pasó o la lectura de las banderas son igual de importantes que su cruda manera de interpretar el rock & roll.
Pero sí en la primera jornada el calor fue protagonista, en la segunda la presencia es de la lluvia. Y de las buenas melodías. La segunda jornada, que cerrará con dos horas a puro hit a cargo de los uruguayos de No Te Va Gustar, cuenta con el show de Las Pelotas, con Germán Daffunchio recordando al Bocha Sokol en la fecha de su cumpleaños, dedicándole una tremenda versión de Capitán América a Donald Trump y haciendo vibrar a una audiencia ya más familiar y numerosa con temazos como Esperando el milagro, Personalmente o Si supieras. Junto con el impecable show de Estelares bajo la lluvia, el de la banda del ex Sumo (en simultáneo con la performance de Pool pintando un excelente cuadro de Luca Prodan, lamentablemente solo visible en el backstage) se ubica entre lo mejor del festival cuando pasa el segundo día, que además suma un par de gratos momentos como el toque de Cielo Razzo y la actuación de Marilina Bertoldi, que sigue presentando su notable disco Sexo con modelos: “La música que yo hago no es femenina. El título del disco lo tomé como una frase estúpida, como un chiste sobre un concepto de lo que es el éxito o de que te vaya bien en la vida”, comenta luego de su show esta cantautora, con su look rubio, aportando un poco de belleza inteligente entre tanto chabonaje.
Para el tercer día, el omnipresente barro le hace honor al nombre de esta ciudad fundada en 1615, la más antigua de la provincia de Buenos Aires, que según las crónicas españolas del siglo XVII se debe a que en el lecho barroso de su río las naves “se varaban, sin peligro de avería”. Varadas en Baradero, en una plácida confitería, tres chicas de la zona sur del gran Buenos Aires confiesan haberse escapado del camping y la lluvia en coincidencia con la llegada del público de Los Gardelitos: “Capaz que la lluvia nos puso más intolerantes, pero se puso demasiado gede la onda”, comenta Celeste mientras acompaña en percusión a su amiga Ambar tocando La marcha de la bronca y algunas canciones de Spinetta y Los Redondos acompañadas de cerveza matinal. En la mesa, el libro Amor a la Argentina - Sexo, moral y política, de María Seoane, es casi una invitación a romper los propios prejuicios: a días del Tetazo solidario, y a apenas un par de meses del paro de mujeres del 19 de octubre, ver a esas hermosas chicas leyendo una investigación sobre el largo y sinuoso trayecto de la vida amorosa de las mujeres argentinas desde el siglo XX hasta el mandato de Cristina Fernández de Kirchner deja claro que las mujeres sumisas y abnegadas de principios del siglo XX resultan igual de anacrónicas que las Reducciones de Indios que fundó hace cientos de años Hernandarias.
El tercer día cerrará con Los Gardelitos, Guasones y Nonpalidece, pero tiene más temprano uno de los momentos más simpáticos del festival, con Jóvenes Pordioseros: Toti Iglesias, su cantante, siempre tiene algo interesante para decir: “Nunca dejé de tocar, estuve con Hijos del Oeste y si no podía tocar con ellos siempre inventaba algo: no puedo estar veinte días sin tocar porque a mí me gusta mucho la noche y la joda y para mí tocar todos los fines de semana es una responsabilidad porque es lo único que me mantiene ordenado y me rescata. Tengo 40 años, antes negaba hasta mi edad”.
Toti es un personaje entrañable y mientras pide que le traigan a su madre cuenta su vida con una sinceridad apabullante: “Yo no puedo cantarle a mi ahijada, que tiene 8 años, Cuando me muera, que dice que quiero que ‘aspiren’. Yo le cantaba eso a un grupo de gente de Solano, Pompeya o Ciudad Oculta en Cemento a las 4 de la mañana. Ahora tengo que ser más cuidadoso y esconder más eso”. De repente, aparece la madre del Toti y su hijo se enfervoriza: “¡Que linda que estás mamá! ¡Tenés un pelo que te pareces a David Bowie!”.
Además, Toti está aliviado y feliz de haberse reconciliado con Juanse: “Lo quiero muchísimo, estuvimos un tiempo peleados pero por suerte pude ir a su programa de radio y decirle que lo había bardeado, pedirle disculpas y decirle que lo quiero como a un padre, un hermano o un amigo. Yo no lo entendía, porque él decidió de un día para el otro no verme más, y recién hoy lo entiendo, ahora que me llaman mis amigos y me toca decirles que no puedo verlos para rescatarme un poco”.
Cuando se le pregunta qué piensa sobre los pibes y pibas que usan la remera de “Who the fuck is Toti Iglesias” (copia de la remera que usara Keith Richards con el nombre de Mick Jagger), su respuesta sintetiza cuál es, en definitiva, su fuerza secreta: “Me la regalaron, pero la uso dada vuelta porque me da vergüenza. No puedo ir a comprar un churrasco con una remera con mi cara”.