En tiempos de grieta social, económica y política, Caras y Caretas dedica su número de mayo, que estará mañana en los kioscos opcional con PáginaI12, a desentrañar “el mecanismo del odio”: las estrategias ideológicas, políticas, discursivas y simbólicas de la clase dominante para separar a la clase media de los sectores populares y para estigmatizar al movimiento obrero.
En su editorial, María Seoane señala que “cada época de enfrentamientos políticos en el país estuvo signada por un lenguaje estigmatizador, por la definición de un rasgo moral del adversario que devenía enemigo u opositor”. Para Felipe Pigna, un punto de inflexión en la historia contemporánea argentina se produjo en 1955, con el derrocamiento de Perón: “La CGT fue intervenida, fue asaltado su edificio donde fue vejado, secuestrado y ‘desaparecido’ el cadáver de Eva Perón. Se lanzó una persistente persecución de militantes o simples simpatizantes peronistas que incluyó el encarcelamiento de más de cuatro mil personas, la tortura sistemática y el fusilamiento de 33 civiles y militares en junio de 1956”.
Desde la nota de tapa, Alejandro Grimson plantea la necesidad de escribir una historia nacional del odio: “La lista de alteridades es muy extensa en la Argentina actual: los pobres, los negros, los vagos y planeros, los trabajadores, las mujeres, las disidencias sexuales, los inmigrantes de países latinoamericanos, los peronistas ‘irracionales’ o kirchneristas, los revoltosos y así puede continuar ampliándose”.
Entre las alteridades que supimos construir figuran los habitantes de villas y asentamientos precarios. “Iniciada la década de 1930, ‘rancheríos’ y ‘campamentos’ emergían como espacios urbanos novedosos. Para las clases dominantes la novedad fue escandalosa. En la narrativa de una Buenos Aires blanca y europea, la presencia de rancheríos representaba la antítesis de su autoconstruido imaginario”, escribe Eva Camelli.
“‘Lo que pasa es que en este país...’ La frase es frecuente y lo que sigue a ‘este país’ suele ser negativo –explica Ezequiel Adamovsky–. Que la gente no quiere trabajar. Que hay ‘un problema de cultura’. Que ‘es todo una joda’. Que ‘son todos chorros’. La presencia de ‘los negros’ es habitualmente invocada como índice y síntesis de todas esas incapacidades”.
Desde el terreno de la cultura, Horacio González esclarece: “Las circunstancias que obligan a ver las diferencias que se sospechan como una incisión grave en el cuerpo literario nacional no alcanzan para denominar agrupamientos por su nombre ideológico, sino por el territorio simbólico que ocupan. En la calle Florida, la literatura que suma búsquedas idiomáticas con metáforas gráciles, y en Boedo, el asentamiento de lo popular, carente de toallas importadas, para fundar el amorío con los levantiscos lectores proletarios”.
Acerca del antiperonismo, Araceli Bellotta escribe: “Los radicales no podían tolerar que el peronismo hubiera irrumpido en la política nacional y encima con una mayoría parlamentaria abrumadora. Ese desprecio había nacido el 17 de octubre de 1945, cuando buena parte de la dirigencia de la UCR ya había olvidado sus propios orígenes populares”.
Nicolás Trotta analiza la demonización de los trabajadores: “El movimiento obrero ha sido un protagonista central en la lucha por la construcción de realidades emancipatorias en nuestro país. Frente a una nueva oleada neoliberal, se pretende demonizarlo, hacerlo responsable de la falta de respuesta de nuestra democracia a las necesidades de la mayoría”. Sobre Arturo Jauretche, Fernando Amato destaca: “Sin desdeñar de la ciencia, Jauretche se puso del lado de los oprimidos y utilizó su lenguaje. De un lado, los cajetillas, los tilingos, los medio pelo, los ‘primos pobres de la oligarquía’. Del otro, el pueblo”.
“En los últimos tiempos han vuelto las miradas torcidas sobre los inmigrantes. Que nos sacan lo que es nuestro, que deberían pagar por la educación pública y por la salud, que son narcos (o adictos), explotadores (o vagos), ignorantes (o usufructúan vacantes universitarias), etcétera”, apunta María Inés Pacecca. Respecto de los piqueteros, Boyanovsky Bazán señala que “cada vez que alguna de las reiteradas manifestaciones por reclamos sociales corta una calle o avenida, la figura estigmatizante del ‘piquetero’ se reinstala desde los medios hegemónicos, sectores críticos y automovilistas afectados por el corte”.
Pero la estigmatización no sería posible sin un orden de cosas que la naturalice. Ahí aparece la meritocracia: “De esta forma de concebir el mundo se infiere una particular visión de la estratificación social como producto de los esfuerzos individuales”, escribe Diego Szlechter. En tanto, Ana Castellani explica que “la mirada tan negativa que sobre lo estatal y lo político que presenta el neoliberalismo diluye e impugna los lazos sociales, las acciones colectivas, y resalta los atributos individuales como principales mecanismos de cambio”.
Telma Luzzani escribe sobre el escenario internacional y Ricardo Ragendorfer aporta una crónica policial de ribetes antiperonistas. El número se completa con entrevistas con Jorge Alemán, entrevistado por Mariano Beldyk, y Lucas Llach, por Virginia Poblet. Un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.