Desde Ushuaia

Antes de cumplir 20 años, Alika Kinán viajó engañada desde Córdoba, donde vivía, hasta Ushuaia, capital de Tierra del Fuego. En el fin del mundo sucedía lo mismo que en otros lados, donde el puerto y su mercado de hormonas alimentaban un comercio sexual regulado por el Municipio local, que en vez de combatir la trata les exigía a las prostitutas de los cabarets dejar asentado en un legajo oficial que no poseían antecedentes penales ni enfermedades venéreas.

Fue rescatada en un megaoperativo de uno de esos cabarets en octubre de 2012, junto a seis mujeres. La primera sensación que tuvo fue de completa incertidumbre. ¿Cómo volver a ser? ¿Desde qué lugar? ¿Con qué elementos? Pese a haber sido liberada, se sentía más comprimida que nunca. Le habían mutilado la capacidad de resiliencia. Entonces su abogada la alentó a asumir un desafío inédito: denunciar judicialmente a sus explotadores. Lo que ninguna mujer había logrado con éxito en Argentina.

El juicio duró cuatro años, las audiencias una semana y las sentencias se leyeron el 30 de noviembre pasado. Pedro Montoya, dueño de El Sheik, fue condenado a siete años de prisión, mientras que su esposa y socia, Ivana García, a tres, al igual que Lucy Alberca Campos, la encargada. Todo en suspenso, porque el fallo puede ser apelado, aunque sólo dos gozan de esa libertad brumosa: Campos tiene preventiva por otra causa similar. Los tres, además, deben resarcir económicamente a Alika, pena que comparten con el Estado local, ya que se lo considera cómplice de la trata. Nunca en la historia argentina una víctima de trata había logrado acusar y condenar al mismo tiempo a las esferas pública y privada por haberla explotado sexualmente.

El fallo sienta una jurisprudencia que abre la puerta a casos similares. Porque sin clientes no hay trata, pero también es fundamental observar los elefantes que pasan por detrás. Lo que logró Alika fue asentar por primera vez en un expediente judicial el complejo entramado que sostiene al mercado sexual, donde se mezclan el comisario del pueblo con el Intendente, por hacer un recorte microcósmico de algo que se proyecta al macroinfinito. La pregunta es si esta excepción provocará la ruptura necesaria para que otras víctimas se animen a iniciar procesos judiciales que hasta el momento siempre les eran desfavorables. “Hoy puse el cuerpo y esto tiene que servir de algo”, dijo Alika ni bien se leyeron las condenas. Ojalá.