El vértigo financiero de las últimas semanas por las sacudidas del dólar y el riesgo país dejó en segundo plano otro dato que pronto encenderá nuevas alarmas: la caída acelerada de las reservas del Banco Central. En apenas doce días, la autoridad monetaria vio disminuir ese stock en nada menos que 5500 millones de dólares. Se pasó del récord de 77.481 millones del 9 de abril, día en que ingresaron 10.780 millones del préstamo del FMI, a 71.898 millones ayer. Además de los pagos de la deuda, la caída refleja la aceleración que ha vuelto a producirse en las compras de divisas, en el contexto de una economía que no para de caer. Esa mayor demanda de dólares, sin embargo, no se tradujo en un aumento del stock de depósitos bancarios en esa moneda, que permanecen estancados en torno a los 30.000 millones (el miércoles 24, último dato publicado por el BCRA, eran 30.050 millones), el mismo nivel que exhiben desde fines de febrero. Eso significa que las divisas adquiridas van a parar a cuentas fuera del país, a cajas de seguridad o debajo del colchón, pero ha menguado la confianza para conservarlos en el sistema bancario. De todos modos, corresponde aclarar que los depósitos en dólares se encuentran en máximos históricos y que han logrado recomponerse de las sucesivas caídas que tuvieron el año pasado sin mayores sobresaltos. Las renovadas presiones cambiarias, inflacionarias y las tensiones políticas, con un gobierno a la deriva y una economía exhausta, conforman sin embargo un escenario de marcada incertidumbre y volatilidad, donde cada señal que entrega el mercado requiere especial atención para evitar sorpresas con sus movimientos abruptos.
Los depósitos en pesos, a su vez, también dejaron de crecer como lo venían haciendo desde hace más de un mes. En efecto, el 19 de marzo se ubicaban en 1,12 billones de pesos y al 24 de abril seguían clavados en esa cantidad. En el verano, en cambio, el aumento era a razón de 40.000 a 70.000 millones de pesos por mes. La diferencia es que esos pesos ahora están yendo a comprar dólares para la fuga, como se indicó más arriba. El gran temor del sistema financiero es que aquel stock de 1,12 billones de pesos, equivalente a unos 25.000 millones de dólares, empiece a desplazarse masivamente a la compra de divisas y provoque mayores estampidas en su cotización. El ajuste de las tasas de interés en pesos que produjeron los bancos las últimas semanas apenas alcanzó para contener el movimiento, pero en la medida que el panorama se oscurece resulta cada vez más complicado evitar el salto. Es sabido que en todo proceso electoral, más aún en la renovación del Poder Ejecutivo, aumenta la dolarización de carteras. Los ahorristas prefieren esperar a que pasen las elecciones colocados en moneda dura en mayor proporción. En este contexto de inestabilidad creciente, los peligros de que empiece una corrida todavía más violenta se acentúan.
En esa dinámica, que las reservas del Banco Central caigan de manera tan veloz agrega preocupaciones. La baja seguirá su curso por la cancelación de vencimientos de la deuda, por la venta de 60 millones de dólares por día que realiza la autoridad monetaria por cuenta y orden del Ministerio de Hacienda –con las divisas prestadas por el Fondo Monetario– y por el esperable desplazamiento de depósitos en pesos a la adquisición de divisas. Como el FMI le impide al Gobierno utilizar más dólares para neutralizar una estampida del billete verde, los riesgos de alcanzar a corto plazo el techo de la banda de no intervención, fijado en 51,45 pesos, aumentan cada vez más. Si eso ocurriera, la caída de reservas sumaría otros 150 millones de dólares diarios, que es lo que el Fondo le autorizó a vender para calmar a las fieras del mercado. Es un monto insuficiente para el grado de complicaciones a la vista. Más aún si el dólar llega pronto a los 51,45 pesos y el Banco Central debe aguantar con esas municiones escasas hasta que se resuelva la contienda electoral. Pero en términos de reservas, si la autoridad monetaria se viera forzada a vender 150 millones de dólares por día, más los 60 millones de Hacienda, se armaría un paquete de 1050 millones por semana que a todas luces es insostenible. Como el año pasado, cuando se revisan los números y los escenarios posibles, las amenazas de devaluación dominan el panorama. La respuesta del Gobierno, igual que entonces, no logra revertir la desconfianza.
El papel desdibujado del Presidente frente a esta nueva embestida de sus ex aliados, los capitales financieros, tampoco ayuda a regenerar expectativas. Los sectores del establishment que tanto apoyaron a Macri para su llegada al poder ahora le reclaman que baje su candidatura porque es piantavotos. Lo mismo le piden desde medios de comunicación ultra oficialistas, espantados con el crecimiento de Cristina Fernández en las encuestas. La descomposición política de Cambiemos es lo que ha provocado el regreso de la fiebre del riesgo país a la Argentina, no el pasado ni el futuro. Si el gobierno de Macri fuera el 10 por ciento de lo que prometió en la campaña electoral del 2015 no estaría en esta situación. Cambiemos trajo a escena fantasmas de 2001, con muchos de los protagonistas de 2001. Nadie esperaba eso entre los votantes de Macri, ni en 2015 ni en 2017. No lo esperaban a pesar de que eran conocidas las políticas del PRO en la Ciudad de Buenos Aires, con tarifazos, endeudamiento y acciones represivas sobre la protesta social como signos que también se destacan en su gestión a nivel nacional. La presencia del FMI es otra imagen de 2001 que ensombrece el ánimo. Cuando Nicolás Dujovne dijo que el FMI había cambiado acertó tanto como cuando pronostica caídas de la inflación. Esa distancia entre la palabra de quienes deben comandar el país y la realidad que las mayorías populares sufren cada día es un agravante no menor de la crisis en marcha. En los análisis mayoritarios de los economistas y medios formateados en la city porteña, los padecimientos de esos sectores aparecen como una preocupación política por el perjuicio que ocasionan a las chances del proyecto neoliberal, pero en la gran mayoría de los casos no son visualizados como el problema a resolver.
En los fríos números, que el stock de reservas del Banco Central se ubique en 71.898 millones de dólares debería ser suficiente respaldo para garantizar la estabilidad cambiaria, según lo previsto por el Gobierno y el FMI cuando firmaron el acuerdo para un préstamo gigantesco, el 7 de junio del año pasado. Sin embargo, salta a la vista que no ha ocurrido porque el dólar aumentó desde los 25,50 pesos de entonces a los 46,80 pesos de ayer. Lejos de llevar calma, lo que le sucede a Guido Sandleris con las reservas es lo mismo que le pasó a Federico Sturzenegger y Luis Caputo en sus mandatos en el Banco Central: no tranquilizan al mercado y se esfuman cada vez más rápido. Sturzenegger perdió más de 12.000 millones de dólares entre el 23 de abril, cuando empezó la corrida, y el día de su renuncia, el 14 de junio de 2018. Al mago de las finanzas, por su parte, se le piantaron otros 13.600 millones durante su mandato hasta el 25 de septiembre. El problema de fondo, que el Gobierno sigue sin resolver, es la venta irrestricta de dólares y la apertura total para ingresar y sacar capitales especulativos. La combinación de esos elementos ha expuesto al país a una situación de stress que está agotando las reservas de todos.