Los neurólogos deben tener muchas maneras de explicarlo, pero uno prefiere quedarse con la magia. La magia y la casualidad. A la hora de salir a la calle echás un vistazo al reproductor para elegir qué sonará en los auriculares en el camino al trabajo. Te acabás de bajar una versión FLAC de Grasa de las Capitales tomada de un vinilo original que, claro, suena mucho mejor que la horrible edición en CD de sonido fluctuante, como si fuera una cinta de casete algo estropeada. Es un día gris. Charly, David y Pedro unen sus voces: “Qué importan ya tus ideales / qué importa tu canción...”. Y chau. Ya no estás acá, ya no estás ahora.
Seru Giran fue una aventura de solo 4 años, pero dejó un surco inevitable para todo el que quiera entender de qué hablamos cuando hablamos de rock argentino. Rock “nacional”, como se le decía entonces (ya volveremos sobre eso). El segundo disco es quizá el que tiene mayor ligazón estilística con La Máquina de Hacer Pájaros, esa otra genialidad encabezada por García, que un día fue a ver a Crucis y archivó por completo a Sui Generis. Charly le birló el sonido y al bajista José Luis Fernández, pero a La Máquina le sumó su gigantesca antena para las canciones. Cosas que uno ha charlado decenas de veces con amigos tan enfermos de melomanía como uno. Boludeces.
Lo importante es lo que acaba de evaporar todo anclaje temporoespacial. Un Lebon enorme cantando la fábula de San Francisco y el lobo que promete volver a ser feroz, un rayo en la oscuridad; Charly diciendo que sabe que te encanta caretear, ser aceptada donde te odian más; David otra vez, como si hablara de la radio mainstream de hoy, tanta música absurda, los tiempos que están huecos de emoción.
No sabés cómo –no te interesa tampoco– pero ya no es esta Buenos Aires siglo XXI sino la Aires Dudosos de comienzos de los 80, con los milicos en la Rosada y el olor a miedo en las calles. En los bailes sonaba música “bolichera”, pero a la hora de los lentos siempre estaba “Viernes 3 AM”. Curiosa combinación de tema ideal para intentar rascar con una chica (sí, niñes, decíamos “rascar”) y también para el corchazo, literal. “Viernes 3 AM”, el tema donde un tipo se llevaba el caño a la sien y –apretando bien las muelas– gatillaba no una sino tres veces, bang bang bang. Se bailaba eso, sí, y otras líricas deprimentes como “La Navidad de Luis” o más adelante “Era en abril”; por suerte “Catalina Bahía” iba por el lado calenturiento. A la luz de hoy suena a elecciones deformes para una fiesta, pero en aquel segmento de los lentos los disc jockeys parecían hacer una declaración de principios, una cuña en el silencio oficial. Pedro y Pablo estaban prohibidos por la dictadura. El rock no era de uso popular, era una contraseña entre descastados de hogares donde había discos de Raffaella Carrá y Julio Iglesias y Village People.
“El rock nació mal”, tiró Charly una vez, agudísimo por enésima vez. En la Pelo y en la Expreso se leían los términos “rock nacional” y así lo llamábamos, pero con el tiempo empezó a parecer algo rancio. Quizá fue el Festival de la Solidaridad Latinoamericana, cuando el Proceso de Reorganización Nacional apestó la palabrita. Por lo demás, lo nacional puede referir a cualquier nación. Rock argentino destila otra energía.
Todas esas cosas te vuelven mientras mirás por la ventanilla y empieza el lado B. En diciembre de 1992, Seru Giran dio el primer show de su regreso en el Chateau Carreras de Córdoba; cuando David arrancó con “Esta oscuridad, esta noche de perros...”, detrás del escenario, a lo lejos, un rayo gigante quebró el cielo. Quizá por lo sublime del momento, no volvieron a tocarla, ni en Rosario ni en River. Igual ya era otro Seru: lo de esos cuatro años era irrepetible, no se podía replicar la leyenda iniciada en Buzios en 1978 y terminada en el Obras de marzo de 1982.
Justo cuando la Guerra de Malvinas le abrió las puertas de la difusión a los descastados, Seru no estaba más. Pensás en eso cuando Charly te canta en los oídos que nunca tendremos raíz, nunca tendremos hogar y sin embargo ya ves, somos de acá.
De acá, del limbo al que nos conducen los auriculares DeLorean. Ese tipo de rulos en los asientos de al lado bien podría ser aquel hermano mayor de un amigo, el fanático de la bolichera que sentado en su Taunus se reía de que te gustaran Charly y Spinetta. El que compraba discos de enganchados en Gapul mientras vos te babeabas en El Agujerito. Es curioso porque no te sentís viejo. Bueno, un poco sí, pero –acaso los neurólogos puedan explicarlo, etcétera– en realidad el efecto es el contrario. Todo se encadena en un raro frenesí, de sensaciones anudadas en las que no cabe el análisis racional. Te acordás de la piba que te dijo que sí cuando la invitaste a bailar justo cuando empezaba “Catalina Bahía”: fue en la Hebraica de Sarmiento, al final no hubo “labio sobre labio sobre labio...” pero sí un reencuentro en Macabi o en Bet El un par de semanas después. En la era previa a los atentados, las instituciones de la cole conformaban un circuito atractivo. No había piñas por cualquier pavada como en los boliches caretas (“Me miraste mal”), siempre había más chicas que varones, la entrada era más barata. El Circuito Randall, le decían con tus amigos moishes, que sabían que estabas bautizado pero te habían adoptado como un judío más. Randall era Steve McQueen en la tele, el justiciero de la carabina recortada.
A lo que pasaba en clubes y colegios, en el Circuito Randall o en Ferro o en Arquitectura, no se le decía fiesta sino baile: a los milicos les gustaba que la gente bailara, pero no que estuviera de fiesta. Los rockeros en general desconfiaban de todo lo que oliera a boliche, y vos no lo entendías porque te gustaba ir a recitales pero también conocer chicas en un baile. Cuando Seru llegó de Brasil e hizo una parodia disco en el Luna Park, el público se lo tomó en serio y los rechifló. “La grasa de las capitales”, el tema, tiene un pasaje inconfundiblemente disco. Pero a esa altura ya eran intocables, o casi.
A esa altura es que te tenés que bajar del bondi, y de todos modos ya terminó la “Canción de Hollywood”, el infinito en Cinerama, tiempo de meditación. La realidad se te cuela vía Twitter, eso que sería incomprensible para quien entraba a la Alex de Flores a comprarse el nuevo de Seru: la escuela Sourigues, donde hiciste la primaria, suspendió las clases porque está infestada de ratas. Dicen que alguien del Gobierno porteño sugiere llevar dos gatos. El presente y el pasado chocan de frente, pero la frase que te rebota en la sesera es la misma.
No se banca más.