La palabra vuelta tiene varios significados, pero San Lorenzo le da uno insuperable. No es la vuelta olímpica, ni la vuelta al mundo, ni la vuelta a la vida, aunque se les parece a todas. El regreso a Boedo tiene mojones, etapas que se superaron como en una carrera de postas y en las que siempre hubo miles de voluntades movilizadas. El domingo próximo, 5 de mayo, el hipermercado Carrefour de avenida La Plata cerrará sus puertas y el 1º de julio el club tomará posesión del terreno donde se levantaba el Viejo Gasómetro. Casi cinco meses después se cumplirán cuarenta años del último partido oficial jugado ahí (2-12-1979) que el equipo empató con Boca 0 a 0. Una imagen que, congelada aquella tarde en el penal que le atajó Hugo Gatti a Hugo Coscia, sintetiza una triste despedida y cuatro décadas de peregrinación por distintos estadios y uno propio, el Pedro Bidegain desde el 16 de diciembre de 1993 a la fecha. 

Avenida La Plata al 1700 espera por un sueño que nació de muchos sueños. De aquellos que tenían los que ya no están pero que vivirán sus hijos y nietos. Antes, sus hinchas, socios y deportistas deberán aguantar durante un tiempo que se cumplan algunos trámites que restan. El más importante es la ley de rezonificación que se tratará en la Legislatura porteña para que se pueda volver a levantar un nuevo estadio en el barrio. Esa norma será la que complete un ciclo político de siete años que empezó con la aprobación de otra, la de Restitución Histórica del 15 de noviembre de 2012. Como lo indica el antiguo nombre de Forzosos de Almagro –el primero que tuvo el club–, San Lorenzo sobrellevó el desarraigo con su gente en la calle. Y si hubo una ley que le devolvió un derecho arrebatado fue porque antes, el 8 de marzo de 2012, cien mil hinchas se movilizaron a la Plaza de Mayo para que se votara. La vuelta parece interminable, pero para sus hinchas siempre valió la pena el esfuerzo.

Ninguno perderá la energía porque el proyecto legislativo del diputado Leandro Santoro de Unidad Ciudadana –tomado de una iniciativa del club–, tenga que cumplir el trámite parlamentario. Primero pasará por la Comisión de Planeamiento Urbano, después por el recinto, luego habrá una audiencia pública, una segunda escala en aquella comisión y la votación final en la Legislatura. El proceso debería encaminarse en 2019.

Por una vía simultánea a la parlamentaria, el club irá pagando las dos cuotas que le faltan a la multinacional francesa. La primera la había desembolsado el 25 de julio de 2017 y la segunda el 17 de julio del 2018. Cada paso dado ha sido como un ladrillo que se colocará en el nuevo estadio. Incluso aquellos pasos que tienen una fuerte carga simbólica, como la recuperación de una parte de la historia del Viejo Gasómetro. El 13 de abril pasado un grupo de simpatizantes y socios, en complicidad con la Subcomisión del Hincha y la Peña de Chascomús, recuperaron el mástil, plateas, faroles y otros objetos que pertenecieron al templo de madera. Son piezas de museo, pero como todas en su tipo, remiten a antiguos afectos, a seres que no están, a imágenes de una odisea que culminará cuando se inaugure el estadio Papa Francisco, como se descuenta. Se dice que tendrá capacidad para 42 mil espectadores, o tal vez un poco menos, pero el costo del proyecto es el problema. 

En un país donde el dólar vuela y el peso sigue hundiéndose en el subsuelo, los 75 millones de billetes verdes que demandaría la obra según el presidente Matías Lammens –lo dijo en septiembre de 2018– hoy equivalen a 3375 millones de pesos. Unos 375 millones más que en aquella fecha. Si el grave problema de la economía se pudiera exorcizar solo con un acto de fe, San Lorenzo estaría a las puertas de conseguir su objetivo. 

“Con menos dinero creemos que podremos parar el esqueleto del estadio, que seguramente traerá otros ingresos que convertirá a la etapa final en menos dura. Es el gran desafío que tenemos. Vamos a necesitar el apoyo de los socios”, declaró el dirigente hace siete meses. Los meses pueden transformarse en años si los vaticinios de 2016 se repitieran, cuando se anunciaba que para 2020 la cancha debería estar terminada. La situación del país, lejos de ayudar, estiraría la duración de un proyecto como éste. Pero con San Lorenzo todo resulta posible. Es un club que parece abrevar en aquel pensamiento atribuido a Nietzsche: “Lo que no me mata me fortalece”.  

La cadena de hipermercados cierra su sucursal de avenida La Plata, con lo que cambiará el paisaje de Boedo, uno de los barrios más porteños. Es una retirada programada que tendrá un costo social (ver aparte), pero que también debe tomar en cuenta el pasado y desde dónde viene San Lorenzo. La dictadura cívico-militar lo desarraigó, el brigadier Osvaldo Cacciatore cumplió esa faena con esmero y el club terminó en el Bajo Flores, hasta que consiguió levantar una nueva cancha casi catorce años después. “El cierre y desaparición del Gasómetro es cosa juzgada”, dijo el ex presidente Moisés Annan el 21 de febrero de 1980 en la memoria y balance del club. Tuvo que esperar para jugar en su propia casa y no en condición de inquilino (como en Ferro, Atlanta, Vélez, River e incluso Huracán) hasta 1993.

Pero la vuelta al barrio pasó de los enunciados a los hechos, y a partir de 2006 el retorno tomó forma de plaza –la Lorenzo Massa de José Mármol y Salcedo–, de sede administrativa en avenida La Plata 1794 y de un Polideportivo donde se volvió a jugar al básquetbol (el equipo debutó con una victoria sobre Bahía 72-59). Es el segundo deporte con tradición después del fútbol en una institución donde se practican casi veinte disciplinas. 

San Lorenzo está por colocar otro pilote de su obra más preciada en este año de zozobras y penurias para la mayoría de la gente. El 1º de julio tomará posesión de los 27.524 metros2 que ocupará el club en Boedo. Lo que venga después será la materialización de un sueño por etapas. El regreso a la tierra prometida de unos santos que vienen marchando hace cuarenta años.

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