Devaluación galopante, inflación, aumento sostenido de precios, cierre de fábricas y desocupación en alza para pulverizar los deciles medios y bajos de la pirámide social argentina. No estamos hablando de hoy, sino de hace exactamente 40 años: el 27 de abril de 1979, un conjunto de gremios empujaba la primera huelga general contra la última dictadura. Reclamaban por la liberación de sindicalistas detenidos y también por el insostenible escenario económico.

Aunque la medida lejos estuvo de alcanzar un acatamiento total, el hecho sirvió para advertir que -a pesar de estar prohibida y perseguida- la actividad gremial aún gozaba de capacidad de acción. Y apuntaló,además, el liderazgo dentro del emergente espacio de resistencia de Saúl Ubaldini, quien integraba el Grupo de los 25 con el sindicato cervecero que presidía y poco después se convertiría en el primer Secretario General de la flamante CGT Brasil.

El gobierno militar había proscripto la actividad gremial, intervino sindicatos, hizo inteligencia dentro de ellos y -de manera constante- encarceló, secuestró y desapareció a obreros y dirigentes. Encima tenía canales de diálogo con la Confederación Nacional del Trabajo. Por eso es que resultaba absolutamente inquietante no sólo la promoción de algo prohibido como una huelga, sino sobre todo la demostración de fuerza y expansión que intentaba exhibir el Grupo de los 25 que la organizaba. 

La evidencia irrefutable de esta intranquilidad de dimensiones son los millares de papeles de Inteligencia acerca de la preparación de la huelga del 27 de abril del ‘79 y del accionar de quienes la promocionaban. Muchos de ellos están en los dos profusos legajos que le dedicó al asunto la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (Dippba). El organismo funcionó entre 1956 y 1998 y es una de las agencias de espionaje más importantes de la historia argentina. Sus archivos, a los que ahora accede PáginaI12, están desde 2001 bajo custodia de la Comisión Provincial de la Memoria, con sede en La Plata.

El martes 24 de abril de 1979 -tres días antes de la huelga-, el Ministerio del Interior hizo circular a todas las gobernaciones un memo de carácter reservado y urgente en el que advertía que este hecho significaría una actitud “irresponsable y violatoria” frente a los decretos y leyes que expresamente lo impedían. “El Gobierno Nacional no está dispuesto a tolerar conductas que abiertamente pretenden afectar la consecución de los objetivos del Proceso de Reorganización Nacional y aplicará con esta finalidad la energía que sea necesaria”, concluía. El documento era un llamado de alerta ante la inminencia del hecho. 

El Grupo de los 25, integrado por gremios como el de taxistas, Unión Ferroviaria, Smata, el del caucho y el de los obreros de la industria papelera, había anunciado el sábado 21 de abril de 1979 una “jornada de protesta nacional” para el viernes siguiente. En el medio, los distintos referentes sindicales de la huelga fueron convocados por el Ministerio de Trabajo y pocas horas después detenidos en distintas circunstancias. 

Pero, a diferencia de lo que el gobierno supuso, esta actitud no sólo consolidó el llamado a huelga, sino que además despertó reclamos de todo el arco político (desde Ricardo Balbín hasta el PC, pasando por un pedido de mediación que el PJ le hizo al nuncio apostólico Pio Laghi) por la liberación de Raúl Ravitti de Unión Ferroviaria, Roberto García de los taxistas, José Rodríguez de Smata y el propio Ubaldini, entre tantos otros. 

Los documentos de Inteligencia muestran el urgente interés no sólo por conocer los detalles de lo que se estaba tramando, sino también por imaginar posibles escenarios futuros.  

En un memo fechado el 26 de abril a las cero horas (es decir, 24 antes del paro), bajo el título “Capacidad de los gremios de hacer huelga”, un agente teoriza que la misma “está mermada por distintos factores”: la dispersión de la representatividad obrera, pero también “el conjunto de pautas establecidas por el gobierno para regir la actividad gremial, lo que incide en la relación empresario-delegado gremial”. 

Sin embargo, a la hora de completar las preguntas que le fueron realizadas por escrito, el espía reflejó el verdadero grado de incertidumbre que existía. Dijo que desconocía tanto “la capacidad real” de los grandes gremios para realizar el paro, así como su “intensidad máxima”. 

Los documentos subrayan además el temor por la posible adhesión de los gremios de transporte. “En caso de concretarse, las posibilidades de éxito de la medida de fuerza serían casi totales”, alertan. Y señalan a los ferrocarriles como el área más afectada, lo cual finalmente ocurrió: no hubo trenes durante todo el 27 de abril. Pero el mismo escrito sostiene en otro párrafo que la medida “sería de escasa relevancia”. Una afirmación pero en potencial, como si en el fondo no estuviese tan convencido. 

El legajo incluye además una lista de partidos políticos y agrupaciones sindicales con sus posiciones frente a la jornada de protesta nacional, el pedido de liberación de los sindicalistas detenidos y el llamado a huelga. 

Según las cifras “oficiales” que manejó la Dippba, tan sólo en la provincia de Buenos Aires se plegaron a la huelga casi 168 mil metalúrgicos. Y hubo sindicatos que tuvieron un 100 por ciento de ausentismo, como Señaleros, La Fraternidad y Petroleros Privados. En la fábrica de cemento Corcemar de Pipinas (principal competidor de Loma Negra), sus 200 empleados pararon hasta que su delegado fue detenido y entonces se vieron obligados a volver al trabajo. 

La agencia de Inteligencia bonaerense le solicitó a cada empleador la planilla de ausencias de ese día. Así, la Dippba pudo saber que los textiles “aportaron” 44 mil huelguistas y Smata otros 33 mil, cantidades nada desatendibles. Pero, a pesar de estos datos, las conclusiones documentadas fueron que la medida “ha resultado un fracaso”. 

El escrito desborda optimismo: “el gobierno ha obtenido un éxito de indudable importancia”, sostiene un espía encargado de analizar lo sucedido. El desarchivo de este material permite comprender cuarenta años después que el devenir de los hechos no fue necesariamente como lo sospecharon quienes se jactaban, curiosamente, de hacer inteligencia.