La odisea que debió atravesar el plantel de Atlético Tucumán para llegar desde Guayaquil al estadio Olímpico Atahualpa de Quito, a donde ingresó una hora más tarde de la que debía comenzar su partido revancha frente a El Nacional, tuvo su enorme compensación con la victoria por 1-0 y la clasificación a la siguiente ronda preliminar de la Copa Libertadores, donde deberá medirse con Junior de Barranquilla –vencedor frente a Carabobo, de Venezuela– para lograr su ingreso a la fase de grupos del torneo. “Nos pararon un avión en la pista dos horas, entramos a la cancha sin hacer calentamiento, nos amenazaron con hacernos perder el partido, pero Dios es justo”, exclamaba el entrenador Pablo Lavallén todavía eufórico por la gesta que, a pesar del papelón logístico en su primer partido internacional oficial fuera del país –y del que, por supuesto, los tucumanos deberán tomar nota—, fue festejado hasta horas de la madrugada por los hinchas del Decano en la capital provincial.
La odisea de los tucumanos, que incluyó la cancelación del vuelo chárter tras dos horas de demora en la pista por problemas de papeles y autorizaciones de la empresa contratada; la contratación de urgencia de otro vuelo y la consecuente demora que, de no haber sido por la buena disposición del conjunto ecuatoriano que esperó a su rival más allá de los 45 minutos que estipula el reglamento del torneo internacional, hubiera sentenciado su eliminación; la no llegada al estadio a tiempo de los elementos de utilería, botines y camisetas, que encontró también un parche de emergencia en la solidaridad del seleccionado nacional Sub 20 que se encuentra disputando en Quito el torneo Sudamericano y que terminó prestándoles su indumentaria; el nerviosismo generalizado de dirigentes del Decano, incluso del embajador argentino en Ecuador, el cordobés Luis Juez, quien llegó a decirle a un periodista de la cadena Fox “no rompan las pelotas con el reglamento, estamos llegando, nos tienen que esperar”; los escasos minutos que los jugadores tuvieron para precalentar antes de salir a jugar; en fin, todos los trastornos vividos por el conjunto tucumano tuvo su punto de desahogo recién en el minuto 63, cuando con un cabezazo letal Fernando Zampedri consiguió la ventaja que les valió la clasificación. “No fue un día fácil. Desde las 2 de la tarde estuvimos dando vueltas, de acá para allá, y eso nos hizo sacar esto adelante”, decía el centrodelantero ante las cámaras una vez finalizado el encuentro. Los tucumanos ganaron bien, a partir de su planteo ofensivo y sus intenciones de cuidar la pelota, de no regalarla y de tratar de jugar cerca del arco rival.
No faltarán los “vivos” que señalen como un error la actitud deportiva del conjunto ecuatoriano, que pudo haber reclamado la victoria y, en cambio, prefirió esperar al equipo visitante, darle la oportunidad de ganar o perder en la cancha. Como debe ser. Seguramente la derrota les duela a los jugadores y dirigentes de El Nacional, pero nada tendrán para reprocharse. Y otra cosa también es segura, si los ecuatorianos tuvieron esa honorable actitud deportiva fue, entre otras cosas, porque los tucumanos también fueron con ellos buenos anfitriones cuando los recibieron en el Monumental José Fierro para el encuentro de ida, que terminó empatado 2-2.
Difícilmente los ecuatorianos, que aceptaron jugar le partido bajo protesta –lo que les permitiría reclamar los puntos ante la Conmebol—, opten por intentar dar vuelta el resultado obtenido en la cancha sobre un escritorio. Por eso, más allá de lo anecdótico del resultado, de todo lo ocurrido queda rescatar la enseñanza que ambos clubes han dejado para todo el mundo futbolero: que todavía es posible un fútbol en el que se imponga la deportividad por sobre las mañas, la trampa, los arreglos de árbitros, la intimidación y la violencia de las que tantísimos equipos han sido víctimas (y victimarios) –como el tristemente célebre gas pimienta utilizado en la Bombonera contra los jugadores de River– a lo largo de la seis décadas de historia de la Copa Libertadores.