Fabián Schejtman heredó de su padre la pasión por la ciencia ficción. A los 16 años ya había leído El hombre del castillo y Ubik, que los fascinaron. Mucho tiempo después, cuando cursaba Psicopatología en la Facultad de Psicología la UBA, leyó el Seminario 3 de Jacques Lacan y, a la vez, Sivainvi, una novela de ciencia ficción de Philip Dick, escrita en 1981. Sivainvi son las siglas de SIstema de VAsta INteligencia VIva. Este título proviene de la traducción de las siglas originales en inglés: Valis (Vast Active Living Intelligence System). “Es un libro de la última fase de la producción de Dick, donde ya se manifiestan cuestiones ligadas a su psicosis, a su encuentro precisamente con Valis, esa voz con la que se conectaba a ciertas horas de la madrugada”, cuenta Schejtman.
–Antes de que escribiera el libro Philip Dick con Jacques Lacan. Clínica psicoanalítica como ciencia-ficción, ¿se imaginó alguna vez un encuentro ficticio entre Jacques Lacan y Philip Dick o sólo se lo imaginó a la manera en que figura en el libro?
–Me imaginé los dos encuentros, pero no lo que pasaba en ellos. Lo que pasó en los encuentros fue algo que sucedió en el momento mismo de la escritura. Realmente de algunas cuestiones que estaban pasando me quedé sorprendido (risas) porque no lo sabía de antemano. Yo no tenía acceso a esa satisfacción de ese tipo de escritura que fue novedosa para mí.
–¿Cómo se le ocurrió el cruce entre literatura y psicoanálisis?
–Tenía que ser con Dick porque me interesa especialmente su libro pero, en realidad, la literatura y el psicoanálisis están muy cerca. De hecho, este libro se divide en tres: uno psicoanalítico en cierto sentido, luego hay una ficción que es una especie de segundo libro, y hay un tercer libro que está en juego en el desarrollo: qué es un caso en psicoanálisis. Este último tiene un costado más científico ligado al abordaje nodal y topológico que yo hago. En algún punto, la perspectiva científica o topológica hace agua, por decirlo de algún modo, y uno tiene recursos que son de otro orden: literario, ficticio. El subtítulo del libro es “Clínica psicoanalítica como ciencia ficción”. Y yo juego con la idea de que el caso en psicoanálisis tiene algo de ciencia y algo de ficción. De hecho, a Freud el premio más importante que le dieron en vida fue el Goethe, que es un reconocimiento de literatura. El psicoanálisis cabalga entre esas dos aguas: entre ciencia y arte, entre ciencia y ficción, entre ciencia y literatura. Son dos órdenes distintos de abordaje del mundo de palabras en que nosotros vivimos.
–¿Por qué Philip Dick le resulta “extraordinariamente lacaniano”?
–Por diversas razones. Entre otras cosas, cuando se conecta con Valis, éste le dice que es un lenguaje. Philip Dick tiene la impresión de que él está infectado por Valis. Y Lacan propone que nosotros, los humanos, estamos infectados, parasitados por el lenguaje. De modo que hay en Dick, a través de lo que Valis le transmite, una posición que yo nombraría como lacaniana. Los síntomas que él describe están ligados a esa infección lenguajera que es ser contactado por Valis, por esta voz que él dice que se escucha alrededor de las 4.15 de la mañana; que si uno se queda despierto hasta esa hora podría conectarse con eso. Lacan decía en el Seminario 23 que a él le parecía sensato escuchar voces, “que se impongan las palabras”. Es lo que le pasa a Dick. Y, en ese sentido, me parece que Dick es lacaniano. Por otra parte, hay en Dick una anticipación del mundo que nosotros vivimos en la actualidad, que es muy cercana a la que tenía Lacan. De hecho, Lacan propone una suerte de psicotización de nuestra época. Y habla de psicosis social en algunos de sus escritos. Yo creo que en Dick hay también una intuición de eso. Y no de cualquier psicosis sino de la que está en juego para él, que es la parafrenia. Se hicieron cantidad de diagnósticos de Dick. En el libro, propongo “parafrenia lacaniana”, que es ya una versión modificada de lo que era la parafrenia en psiquiatría. Pero en todo caso, supone un real que se desarticula y el imperio de los semblantes, que es algo que se ubica entre lo simbólico y lo imaginario, y que es la época que nos toca vivir. Es la época de la posverdad, donde no se sabe dónde está lo real y vivimos en un mundo de imágenes que más que consumirlas nos consumen, de semblantes que nos hipnotizan. Me parece que eso está en todos los textos de Dick y no sólo en sus libros: la vida de Dick está montada sobre esa pregunta, sobre la pregunta de qué es lo real. ¿Cuál es el real? ¿Cuál es el humano y cuál es el androide? ¿Es un recuerdo o es un recuerdo implantado? En ese que está muerto, en semivida, ¿la vida con la que eventualmente lo entretienen es real o es una ficción? La pregunta en Dick es qué es lo real. En realidad, él dice: “Estamos engañados, vivimos engañados”. Y dice que en función del encuentro que tuvo con Valis en 1974, tuvo acceso y conexión con lo real como tal. Y lo real como tal es que el Imperio Romano continúa. El dice: “El imperio nunca tuvo fin”. Y lo que le pasa a él es que se le superponen las imágenes de la California del siglo XX con la Roma del siglo I; es decir, que hay allí una fluctuación del semblante que no tiene anclaje real. Por esa vía yo llego al diagnóstico de parafrenia lacaniana.
–¿Cuánto lo marcó en su personalidad la experiencia mística que tuvo en febrero de 1974? ¿Redefinió su obra?
–Enteramente. En realidad, los críticos de Dick hacen como una periodización de su obra. Entonces, hay primero una fase política, una segunda fase metafísica y a la última fase, después del 74, la llaman mesiánica porque efectivamente todos los libros de Dick desde el año 74, desde el encuentro con Valis están teñidos, soportados, sostenidos e infectados por esa experiencia que Dick tiene de ese encuentro con esa voz que, por lo demás, tuvo para él algunas cuestiones extrañas. Por ejemplo, le anticipó una hernia inguinal en su hijo que parecía que no había sido detectada por los médicos y finalmente el tipo fue, lo llevaron, lo operaron y le salvaron la vida supuestamente en relación con eso.
–Ernesto Sabato decía que la diferencia entre el artista y el loco es que el artista puede transitar por los caminos de la locura pero puede volver. ¿Aplica esto para el caso de Dick? ¿Cómo lo evalúa?
–Es difícil de verlo porque depende qué se entiende por artista y qué se entiende por locura. Para empezar, hay un último Lacan que dice “Todo el mundo es loco”. De modo que todos tenemos nuestra locura en algún lugar, como también se puede decir que todos somos, en algún sentido, artistas. Por otra parte, si uno habla de psicosis, a veces, se ha alabado demasiado la posición del loco respecto del arte, como si para ser artista uno debiera pasar por la psicosis o por la locura. A mí me parece que no necesariamente se superponen ambos campos. Quiero decir que hay gente que no ha estado loca, en el sentido psiquiátrico del término, y son artistas geniales, luego hay algunos psicóticos geniales, pero también hay psicóticos que no escriben ni dos palabras ni pintan ni nada. Es decir, que la psicosis no asegura arte ni el arte precisa necesariamente de la locura. Sin embargo, es cierto que muchas veces los síntomas pueden ser revertidos en efecto de creación. Uno puede terminar, si no de curarse de algunos síntomas, creando algo sirviéndose de ellos. En algunos casos, algunos locos lo logran, pero algunos neuróticos también. Pero si hablamos de locura, en términos generales, quizás vale.
–Es que muchos piensan que el artista es más creador por cierta patología que podría llegar a tener. Pero en realidad, en el caso de Dick –y vale para otros– quizás lo que suceda es que su talento era tan grande que trascendía la patología que tenía.
–Es que a mí me parece que pudo hacer algo con su patología por el talento que tenía. De hecho, una de las hipótesis de uno de los biógrafos de Dick, que es una especie de prócer de la ciencia ficción argentina, Pablo Capanna, tiene un libro sobre Dick, Idios Kosmos. El dice que el arte, la literatura lo salvaron a Dick. De algún modo, yo tengo la idea –en parte, lo desarrollo en mi libro– que la literatura es, en cierto sentido, un tratamiento de su locura. El escribir le llevó a Dick a sobrellevar períodos complicadísimos de su vida. Tuvo dos intentos de suicidio, cantidades de internaciones psiquiátricas. La pasó complicado. Y le permitió, además, poder tener una relación más moderada con las mujeres que tuvo.
–Justamente, usted habla de la ambigüedad del “estar loco”. Y en el libro hay una definición que es clave para entender la vida y la obra de Philip Dick: “Para Dick la escritura parece haber sido su mayor vínculo con la realidad y el principal aglutinante de su personalidad, aquello que lo mantuvo entero a través de las crisis psicóticas y de los intentos de suicidio”.
–Esa es la cita que tomo del libro de Capanna. Yo acuerdo con él, efectivamente, con el siguiente matiz: hay toda una parte de la escritura de Dick que no está tanto del lado del tratamiento sino que está del lado de la enfermedad misma. Tenía arranques de escritura compulsiva que están más del lado de lo que a él le hacía síntoma. El tipo se pasaba horas y horas con música clásica a todo volumen, con café, eventualmente con alcohol encima, escribiendo y escribiendo en un nivel de graforrea. Una escritura compulsiva que no es exactamente lo mismo que el tratamiento que el arte le da a eso. En algunos casos, hay cierta ambigüedad y hay que ver hasta dónde eso viene del lado de la enfermedad y hasta qué punto eso es tratamiento. Muchas veces es difícil ver si el arte era la parte enferma de Dick o aquello con lo que se curaba. También hay un borde difícil de precisar. Yo acordaría con Capanna, con ese matiz.
–Usted menciona definiciones que surgieron a partir de autores: borgeano, kafkiano, etcétera. ¿Qué características tendría una dickiano?
–Yo pienso en ambientes dickianos o épocas dickianas más que de autores dickianos que, de todos modos, podría ser así. Básicamente, hablo de esas realidades dickianas que suponen un punto donde uno no puede distinguir si efectivamente estamos en presencia de algo que es real o de algo que es ficticio. Ambientes que tienen un clima paranoide, persecutorio. Dick lo padeció él mismo, además de que en algunos de sus textos brota una especie de paranoia. Me parece que lo que está en juego en lo dickiano es la imposibilidad de distinguir lo ficticio de lo real. Creo que casi todo el cine de ciencia ficción de la actualidad está absolutamente impregnado e influenciado por esa perspectiva que es dickiana.
–¿Es un autor contemporáneo a esta época, entonces?
–Es un adelantado. Cuando leía ciencia ficción de adolescente siempre pensé que iba a llegar el año 2000... Y pasaron diecinueve años del 2000. Pero en algún momento esperábamos que llegara el siglo XXI y que cuando sucediera íbamos a estar vistiendo trajes espaciales, o en la Luna o en distintos planetas. Lo que es la ciencia ficción más tradicional es la space opera: los viajes interespaciales o interestelares, la llegada de los extraterrestres, los marcianitos verdes. Dick, en general, criticaba bastante esa ciencia ficción norteamericana. Y el tipo hacía más bien metafísica ficción. Era una especie de adelantado respecto de lo que se llamó después la New wave. Y, entonces, se anticipó a la época porque los relatos de Dick, tanto los cuentos como las novelas, pueden tener alguna base de algo que pasa en Marte, pero lo central no es qué está pasando en Marte sino las drogas alucinógenas que en Los tres estigmas de Palmer Eldritch tienen que estar tomando los colonos. Y, entonces, uno ya no sabe si es real con lo que se encuentran, si es ficticio. La cuestión del viaje espacial y de los encuentros con los extraterrestres es lo de menos. Más bien anticipa lo que nos pasa a nosotros en esta época, que es: el imperio de las multinacionales, que no se sabe cuál es el amo que maneja, el mercado, ese amo oscuro que viene en lugar del amo antiguo (ya Lacan lo anticipaba a su modo) y básicamente esta dificultad para distinguir lo real de lo ficticio, lo que te vende la publicidad. Hay un libro de Dick, Simulacra, donde describe en las últimas páginas al último psicoanalista sobre la Tierra. Se anticipa a la extinción del psicoanálisis, que en algún momento seguramente llegará. El tipo habla de un tal Egon Superb, que es el último psicoanalista porque ya no se cree en el psicoanálisis, y la gente está en la drogoterapia. Está anticipando toda la cuestión de los psicofármacos y la prevalencia de la psicofarmacología en la actualidad. Y lo hizo en los años 60, cuando recién empezaba eso. El tipo sale a la calle porque va a su consultorio en San Francisco por última vez antes de que lo detenga la policía porque ya estaba prohibido el psicoanálisis. Y lo van entrevistando unas camaritas de televisión, que como moscas zumban alrededor del tipo. De golpe, aparecen publicidades. Es la época donde nosotros vivimos con la prevalencia de la publicidad y los efectos de los medios audiovisuales. Todo eso está presente en la obra de Dick, cuando eso estaba en pañales.