El esperado alejamiento de Darío Lopérfido del Teatro Colón marca el fin de un capítulo. Su nuevo y rutilante destino podrá servirle al propio ex ministro como consuelo en las frías noches berlinesas o como excusa a Horacio Rodríguez Larreta para intentar ocultar lo que es a todas luces evidente: las dos renuncias consecutivas (del Ministerio de Cultura primero y ahora como director artístico del coliseo) son, hasta el momento, la más clara derrota política del Gobierno de la Ciudad por parte de la sociedad civil que sostiene una valoración de los derechos humanos opuesta a la que impera en el macrismo. Esta contienda en la esfera pública, esta puja de opiniones y este manifestarse de los cuerpos en la calle fue tildada de persecución, de fascismo o de “campaña de intolerancia, hostigamiento y escrache”, por citar la columna de ayer del diario La Nación. No, amigos: esto es, justamente, democracia. Control civil (sindicatos, organismos, asociaciones de cultura, artistas, trabajadores, ciudadanos de a pie) sobre el perfil de los funcionarios encargados momentáneamente de la administración de la cosa pública.
Pero reducir su alejamiento (del país, ni más ni menos) a la controversia sobre el número sería hacerle un favor al confusionismo que campea en gran parte de los medios de comunicación: Lopérfido no sólo contrapuso el número de la Conadep al estimado por los organismos de Derechos Humanos (como si éstos fueron opuestos y no complementarios) sino que intentó instalar desde un ministerio público la teoría de los dos demonios contradiciendo toda la jurisprudencia e investigaciones hasta el día de la fecha. Acusó, públicamente y sin pruebas, a colegas actores de pertenecer a grandes entramados corruptos, intentó galvanizar su apoyo con falsas campañas virtuales iniciadas por trolls y fue el ariete del vaciamiento apenas encubierto del Teatro Colón. Esto último y su avidez de poder lo enfrentaron al ballet estable y a la directora del teatro, María Victoria Alcaraz. Esto fue posiblemente la gota que rebalsó el vaso.
En un año de elecciones decisivas para el futuro del país, el macrismo querrá reducir al mínimo los focos de conflictividad y como suele decirse, a Lopérfido se le acabó la suerte. Pero no los amigos. Tanto es así que no puede decir todavía el cargo que ocupará en la embajada argentina en Berlín. En sus propias palabras en entrevista radial con Reinaldo Sietecase ayer por la mañana, es una “reforma que se está haciendo en la cancilleria”. O como suele decirse, le están inventando el cargo.
En esa misma entrevista, Lopérfido sigue dando argumentos en su contra (es bueno para eso) cuando dice que en Europa “Houellebecq (escritor francés) dice que los musulmanes son una raza inferior y nadie lo quiere meter preso por eso”. Exacto. Nadie quiere que Loperfido vaya preso. Sólo que se vaya. Ya era hora.
* Director de teatro, dramaturgo, trabajador de la cultura que exigió la renuncia de Lopérfido.