Hasta el 19 de mayo puede visitarse, en el espacio de arte de la Fundación OSDE Rosario (Bv. Oroño 973, quinto piso), una exposición que con curaduría de María Elena Lucero reúne esculturas, videos, pinturas, dibujos y gráfica digital de tres artistas muy diversos pero con vínculos entre sí: Emilio Torti, Carlos Meneguzzi y Rob Verf. Bajo el título de "Biología artificial, alquimia natural: tres universos posibles" la curadora subraya "la visualidad biológica, orgánica y alquímica de sus obras". Cabe destacar además la libertad con que producen los tres, casi en forma experimental, alejados de los centros y buscando una visión personal.

"El proyecto se inició hace unos seis años, en 2013. Carlos y Emilio eran amigos desde larga data", cuenta la curadora, quien además de ser profesora, doctora y posdoctora de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR, tomó clases de pintura con Emilio. "Por otro lado, Rob y Emilio se conocieron en Buenos Aires y siempre pensaron ambos en la idea de hacer una exposición juntos. Con el tiempo los tres quedaron involucrados en esta propuesta que toma cuerpo hoy en 2019. Por eso también me interesó exponer obras de ellos de años atrás (algunas del 2001 o 2003) junto a otras más actuales (2015, 2018)".

A primera vista es una muestra extraña. El primer impacto de extrañeza lo da la sensación de ver figuras cuya complejidad es la de lo viviente.

Rob Verf (Amsterdam, 1964) vive desde el 2000 en Buenos Aires. Sus pinturas dialogan con la tradición del interior flamenco, donde todo es visible bajo una luz sobrehumana. Torti, nacido en 1952 en una localidad de la provincia de Misiones, vive desde los 4 años en Rosario, donde compartió taller con Meneguzzi (Elortondo, 1953). También vivió y pintó unos años en Buenos Aires.

Sebastián Joel Vargas
Esculturas de Verf y obra gráfica de Meneguzzi.

A primera vista es una muestra extraña. Las tres propuestas no cuajan del todo entre sí. Los materiales y técnicas no son los habituales. Hay pelotitas de telgopor, cajas acristaladas con hologramas o filamentos adentro y videos con un sonido hipnótico, atonal, al borde del ruido blanco (Verf); hay impresiones láser de esquivos trazos, huellas y sombras (Meneguzzi), y lustrosos monitores luminosos donde se suceden barrocas imágenes digitales (Torti). El primer impacto de extrañeza lo da la sensación de ver figuras cuya complejidad es la de lo viviente, si bien ninguna imagen se parece en forma inequívoca a nada concreto de lo conocido en este mundo a través de los sentidos. Son mundos macroscópicos o microscópicos: están más acá o más allá de lo accesible al ojo. Evocan estructuras atómicas o algún otro tipo de modelo científico de la realidad, proveniente de la física o de la biología. Lo mismo podrían ser galaxias y nebulosas o células y tejidos. Donde mejor se lee ese isomorfismo entre lo infinitamente grande y lo infinitesimalmente pequeño es en la pieza central de la muestra, ese manifiesto visual de alta complejidad con elementos mínimos que es el dibujo en blanco sobre negro "La trama de la vida" (2007), por Emilio Torti. De quien hubiera sido preferible una selección más acotada y más cuidada, si bien su calidad se destaca.

En su formidable serie de "Estereogramas" (2010), Torti busca alterar la percepción del campo visual a través de calidoscópicas operaciones de simetría. Allí se reconocen influencias decorativas de la estilizada arquitectura organicista del Art Noveau, movimiento de principios del siglo XX para el que Rosario es una cantera de tesoros que en Europa se perdieron bajo dos guerras. Quizás por eso, una influencia favorita en la generación de Torti es Gigier, el popular creador de monstruos que convirtió la belleza del Art Nouveau en pesadilla. Esa belleza monstruosa aparece en los Estereogramas, como si el artista hubiera creado híbridos entre unas mayólicas esmaltadas, el interior de unas flores, patas y antenas de insectos o de visitantes extraterrestres. Sus dibujos a lápiz color sobre negro parecen explorar al mismo tiempo los tejidos vivos al microscopio y las visiones hipnagógicas, esas retículas móviles que se despliegan como estampados búlgaros ante quien ha cerrado los ojos y está a punto de dormirse. La contradicción modernista entre anatomía figurativa y abstracción geométrica se resuelve en Torti por una vía inesperada, que consiste en trabajar artísticamente formas geométricas que provienen tanto de la naturaleza viva como del inconsciente humano. En la cosmovisión de este artista, inspirada en el budismo, no hay contradicción entre la mente y el mundo; Torti concibe la práctica artística como una forma de meditación tendiente a superar la ilusión del dualismo. Por eso produce obras para contemplar.