Hay personas que logran movilizar y transformar la existencia de miles. Los y las imprescindibles de siempre. Su paso por la vida perduran por décadas. En Uruguay habitó uno de ellos. El 28 de abril se cumplieron treinta años de su muerte.
Raúl Sendic, como dice la gran biografía de Samuel Blixen, “fue un agitador, un luchador social, un político, un dirigente partidario y un organizador sindical; un combatiente y un jefe guerrillero; un teórico y un conductor”. Todas estas facetas hacen que sea imprescindible conocerlo a ambos lados del Río de la Plata y en el continente. Mientras la publicidad neoliberal anuncia que la historia es caduca y sólo vale el puro presente, aprendemos que ese presente es obstinadamente una existencia del pasado. Sin esa tozudez no habría futuro. O al menos, sería absolutamente banal pensar en él.
Hombre del interior, hacedor de las legendarias luchas cañeras de Bella Unión, fundador del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, se formó en el Partido Socialista y pasó gran parte de su vida política clandestino o preso. Integró el grupo de rehenes de la dictadura cuya historia –¡qué paradoja!– se hizo más conocida a partir de la película “La noche de 12 años” que emite la plataforma Netflix. Pero además, “El Bebe” fue clave en la difícil reconstrucción a la salida de la cárcel. Hay que insistir en ese tiempo, el de “la difícil reconstrucción”, porque puede haber lecturas románticas que a veces impiden tomar nota de la enorme gesta que significó no quedar paralizados ni esclavos de la propia historia, ni de los honores ya alcanzados. Si Sendic ocupa un lugar en el panteón de los revolucionarios más célebres de América Latina es –precisamente– porque a su historia le sumó seguir dando la lucha organizadamente a la salida de la cárcel.
Era persona sencilla, de mucho de silencio y escucha. Y también de fuerte temperamento, con el que alimentó durante años un combate cotidiano con los militares que le impusieron condiciones infrahumanas. Deteriorado, disminuido físicamente y casi sin posibilidades de hablar, se las arregló para insultar a más de uno de sus carceleros, y hasta llegó a propinarles alguna merecida trompada.
¿Cómo logró casi desde la discreción y la clandestinidad, conmover los corazones y el pensamiento de una cantidad importante de uruguayas y uruguayos? ¿Qué sueños y esperanzas encarnaba ese indiscutido al que pocos le conocían la voz? Sendic fue, sí, un líder guerrillero que nunca se arrepintió ni aceptó rendición. Pero su liderazgo no se limitó a eso. Era un hombre con amplitud para el diálogo y generosidad para la construcción de amplias alianzas y consensos. “Las palabras nos separan, las acciones nos unen” dijo alguna vez. Y siempre insistió en que cualquier proyecto emancipatorio debía incluir la lucha por la tierra. Su mirada muy certera medio siglo atrás, cobra enorme valor histórico en tiempos que lxs trabajadorxs rurales y la agricultura familiar sufren como nunca el avance de las corporaciones multinacionales.
Hay mucho de su trayectoria, acciones y palabras que siguen planteando preguntas sobre el presente. Y nos vuelve a poner sobre la mesa conceptos como clase social, capitalismo, combatientes, deuda externa, contradicción, marxismo, ganancia, teoría, valor, socialismo, banca financiera o liberación. Palabras que se han ido banalizando o que se pronuncian con cierto reparo. Sin embargo, y aunque produzcan alguna molestia –y tal vez por eso– nos recuerdan de dónde venimos y qué hacemos en el siempre contradictorio presente.
La necesidad de autonomía y pensamiento propio es otro aporte fundamental a la tradición popular latinoamericana. Defensor de las características particulares de la lucha en cada sociedad, no sucumbió a las imposiciones del modelo de mundo que planteaba la Unión Soviética, o sus partidos comunistas y satélites. El abrazo de Fidel Castro en 1986 fue una forma de reconocimiento, cuando el propio Partido Comunista de Cuba había ayudado, años antes, a la creación de una escisión del MLN en el exilio.
Es difícil pensar que la historia del Uruguay y, en particular de su izquierda, sería la misma sin Sendic. Porque más allá de posibles críticas y contradicciones (¿quién está exento de ellas durante la vida?), la fuerza política que en sus últimos respiros ayudó a constituir tuvo su impronta frentista y de diálogo a diversos sectores. Ese legado tiene mucho que ver –quizás en forma determinante– con que el Frente Amplio gobierne Uruguay desde marzo de 2005, y haya generado el proceso de mayor inclusión y justicia social del que tengan memoria todas las generaciones con vida del otro lado del río.
A treinta años de que una malvada enfermedad nos despojara de su presencia física, sigue siendo imprescindible volver a Sendic. Volver porque sigue produciendo esperanzas y provocando molestias. Volver porque su presencia reivindica mucho de los caminos recorridos en Uruguay y el continente, en el mismo acto que nos recuerda los pendientes y que hubo límites y problemas en nuestros gobiernos que hay que seguir enfrentando. Volver porque siempre plantea un horizonte anticapitalista y nos recuerda formas de organización hoy difíciles de comprender. ¿Se habrá adelantado a su tiempo cuando pensó la posibilidad de un MLN con una dirección sólo de mujeres? ¿Habrá sentido la injusticia del poco reconocimiento histórico?
Volver a Sendic interpela el posibilismo, la zona de confort y enseña que las metodologías de lucha no son imprescriptibles, pero sí lo es la búsqueda de justicia que las motivan. Cuando sus ojos miran desde fotos, afiches o adhesivos pegados en termos y heladeras, es importante no ver una estampita sagrada, sino encontrarse con quien nos recuerda que hay caminos por continuar. Quizás ese sea el gran mandato de Sendic después de tanto tiempo. Un interpelador que insiste sobre las causas que nos motivan a seguir caminando y aquellas que la izquierda y los movimientos populares siguen teniendo como deuda. Por eso mismo Sendic es tan imprescindible a treinta años de su partida.
* Periodista y docente.