Charles Choiseul de Praslin, un noble de la corte de Luis Felipe I de Orleans, rey de Francia, fue acusado de matar a su esposa en 1847. Por el escándalo que se generó, al propio rey se le ocurrió que De Praslin debía fingir su suicidio, simular su entierro, y huir hacia Nueva York. En Estados Unidos conoció al poderoso magnate Cornelius Vanderbilt, quien lo invitó a sumarse a la Ruta del Tránsito a través del Río San Juan y el lago de Nicaragua. En Matagalpa, el destino de este fugitivo de la aristocracia francesa, tatarabuelo de Gioconda Belli, encontrará el amor en Margarita Arauz, una joven viuda. “Las historias de los ancestros son con frecuencia huidizas. Se escapan como el humo por la alta chimenea del tiempo. Queda entonces la redención de la imaginación; escuchar las leyendas, seguirlas hasta la realidad de donde surgieron. O tener, como yo, la suerte de encontrar un manuscrito encerrado en una lata de galletas”, reconoce la escritora nicaragüense en la novela Las fiebres de la memoria (Seix Barral), que presentó ayer en la 45° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
La autora de La mujer habitada y El país bajo mi piel conjura los fantasmas que la asedian por la compleja situación política de Nicaragua con una sonrisa. En los años 70 luchó contra la dictadura de Somoza, como colaboradora clandestina del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Perseguida por los servicios de Inteligencia, se exiló en México, Costa Rica y Cuba. Regresó a Nicaragua con el triunfo de la Revolución Sandinista, en julio del 79. En 1994, cuatro años después de la derrota electoral, se alejó del FSLN. En su última novela rastrea el origen de una historia familiar que pasó de generación en generación bajo el imperativo de un interrogante: ¿Cómo llegó ese duque fugitivo a un pueblo de Nicaragua? “La historia me parece fascinante porque habla de lo que es la migración, de lo que es la reinvención que hacemos las personas cuando partimos de un país y vamos a vivir a otro”, dice Belli en la entrevista con PáginaI12.
–¿Cuál fue el principal desafío que te planteaste con Las fiebres de la memoria?
–Yo quería escribir una novela diferente que tuviera una visión de la mujer narrada desde un hombre. Y que me sacara de una casilla en la que han querido meterme, que es que yo solo escribo novelas románticas y para la mujer. En esta novela quiero desafiar la idea de que las mujeres solo leemos novelas románticas. Hay una visión un poco despreciativa de la mujer como lectora. La historia de la novela empieza en Francia y habla de lo que significa pasar de una revolución a una monarquía; habla también de un hombre asediado por dos mujeres muy fuertes, por su mujer y su amante. Y después está ese viaje tremendo que tiene que hacer, donde debe cambiarse el nombre y asumir la identidad de un burgués.
–¿Cómo fue la experiencia de escribir por primera vez en primera persona desde la perspectiva de un hombre?
–Hay magia cuando encontrás lo que los escritores llamamos el “tono”. Yo estaba en una residencia para escritores y ahí empecé a escribirla y me salió la voz de Charles. Me fui metiendo en su psiquis, en su tragedia, en su intento de rehacer su vida, de poder volver a sentir amor, a reconciliarse con todo lo que había dejado atrás. Nosotros, que venimos de familias que vienen de otras partes, tenemos historias que no sabemos del pasado de nuestros ancestros. ¿De dónde venimos realmente? Si viajáramos hacia nuestros ancestros, ¿qué encontraríamos?
–En un momento en la novela, Charles escucha una conversación en la que se revela que lo están buscando. ¿Paranoia de alguien que huye o realmente lo estaban buscando?
–Sí, es verdad que lo buscaban porque ese crimen fue un escándalo en Francia. Hubo dos escándalos que afectaron mucho el reinado de Luis Felipe I de Orleans: el crimen de la Duquesa de Choiseul Praslin y una estafa de un ministro. El ministro se trató de suicidar: se pegó un tiro, pero no acertó. Investigar para escribir una novela me llena de felicidad porque me permite ir armando un mundo. Como novelista, tenés que asegurarte de generar un mundo que sea verosímil para que el lector también crea en la verdad de tu mentira.
–Charles dice que hay una extraña dignidad en la escritura y que “el acto de escribir tiene un efecto civilizador para la conciencia”. ¿Coincidís con lo que postula el personaje-narrador?
–Sí, la escritura te obliga a ordenar los pensamientos. Uno es mejor persona cuando escribe porque hay un deseo de comunicarse de una forma civilizada con los otros. Cuando escribís, tenés que civilizar tu comunicación y ordenarla de alguna manera. La escritura tiene un grado de refinamiento que no tenemos al hablar. Hay mucho más pensamiento. Yo tenía una psicóloga que me decía: “escribí todo lo que pensás”. Cuando uno tiene la cabeza alborotada, es un gran ejercicio escribir porque te obliga a ver y ordenar lo que estás pensando.
–¿Cómo está Nicaragua hoy?
–La Nicaragua de hoy es la Nicaragua de ayer; es como si estuviéramos en una máquina del tiempo y hubiésemos vuelto a los tiempos de la dictadura de Somoza de la manera más irónica: un tirano engendró otro tirano.
–Daniel Ortega antes fue revolucionario…
–Sí, eso es lo más triste. No es la primera vez que sucede que una persona que lucha por derrocar a alguien que está en el poder se convierte en lo mismo. En el caso de Daniel Ortega, desde que perdió las elecciones en el 90, se obsesionó con el poder. Cada vez fue haciendo más concesiones para lavar el perfil revolucionario y presentarse como “un hombre de paz”, como un hombre que había cambiado; se alió con la contra revolución, se alió con el partido Liberal, y ese pacto fue lo que le permitió volver al poder, porque ese pacto implicó bajar el porcentaje con el que se podía ganar en primera vuelta del 45 al 35 por ciento de los votos. El liberalismo se dividió por ese pacto y los que se fueron formaron otro partido. La mayoría del país votó contra Ortega, pero estaban divididos, entonces él ganó en primera vuelta con el 38 por ciento. Daniel Ortega hizo un acuerdo con el gran capital y ha gobernado centralizando el poder y destruyendo todas las instituciones democráticas; hizo elecciones fraudulentas para llenar el Congreso con la mayoría de su gente y cambió la Constitución para reelegirse indefinidamente. En las últimas elecciones hubo muy poca asistencia a las urnas, aproximadamente un 30 por ciento fue a votar. Y los estudiantes empezaron a protestar por sus abuelos, porque les iban a poner un impuesto del 5 por ciento a la jubilación. Ortega reprimió esa protesta de una manera violentísima.
–El muerto más joven es Alvaro Conrado, de 15 años…
–Mandaron francotiradores para matar a la gente. En cinco días mataron a 23 personas y ahí se levantó todo el país en contra de esos asesinatos. Se han cometido crímenes de lesa humanidad en Nicaragua. Se hicieron cosas terribles y se siguen haciendo. Todavía estamos en un estado policial; hay 700 presos políticos, unas 52 mil personas que salieron de Nicaragua, la mayoría a Costa Rica. Hay un intento de diálogo ahora, pero no ha prosperado porque el gobierno no ha cumplido con los acuerdos, como sacar de la cárcel a los prisioneros políticos.
–¿Pensaste irte de Nicaragua? ¿Tenés miedo?
–Sí, tengo miedo, pero ya no me quiero ir más. Cuando se acercan demasiado a personas que tengo como mis referentes, pienso que si le pasó algo a él me puede pasar a mí… Carlos Fernando Chamorro, mi mejor amigo, un periodista extraordinario, se tuvo que ir del país porque le confiscaron Confidencial, su medio de comunicación. Ahora la bandera nacional se ha vuelto subversiva; si te ven con una bandera en la calle, te llevan preso. Me quedaré hasta donde pueda, aunque estoy preocupada. Puede que dure un poco, pero Daniel Ortega está acabado.