Hace más de un año convivo con cáncer de cuello de útero. Todo lo que escribo acá es desde mi experiencia subjetiva y personal. Estamos acostumbrades a que el Estado y sus instituciones se apropien de nuestras cuerpas mediante dispositivos de poder y un conocimiento científico que, aunque se supone neutral, es androcéntrico y patologizante. Pero sabemos que el sexo y el género no son neutrales y el patriarcado controla también nuestra moralidad. Les doctores no preguntan, presumen nuestra heterosexualidad hegemónica.

Hasta ahí nada nuevo. Pero con la desesperación, también llegan las recomendaciones de terapias alternativas: reiki, biodecodificación, psicología holística, meditación open focus, etcétera. Descubrí que elles indagaron todo sobre mi vida y trajeron un discurso preconcebido sobre la raíz de mi enfermedad basado estrictamente en el objeto de mis relaciones sexo-afectivas y refiriendo a feminismo y empoderamiento. Y con las explicaciones empieza la confusión. Escuché que yo atenté contra mi útero: porque siempre quise ser varón, porque el cérvix representa la penetración a la que, me dijeron, le tengo pánico (¿?) o porque quisiera ser madre y no tengo un hombre para hacerlo o porque siempre rechacé la maternidad (como si hubiera una sola forma de ser madre o no). Hablaba sobre mi miedo a morir y me preguntaban sobre mi salida del closet presuponiendo que fue un hecho traumático, un dramón cinematográfico. En estos discursos “soy” torta o bi, algo me falta y la culpa que acompaña a las disidencias generó un tumor en mi útero sexuado. La reificación de la dualidad cuerpo-mente continúa. Cambia el foco, pero nadie se cuestiona la lógica esencialista o binaria. Persiste la idea de una cuerpa castigada, un disciplinamiento donde maternidad y fertilidad sostienen un rol central.

Paradójicamente, en 2018, la lucha por el derecho a la Interrupción Legal del Embarazo (ILE) permitió celebrar la salida del closet de determinadas partes de nuestra cuerpa. Lo mismo pasa hoy con la palabra cáncer. Y allí entra la política: lo que nombramos se coloca en el espacio de lo público y origina discursos fuera del ámbito supuestamente neutro de la biología.

¿En qué se diferencian entonces los discursos alternativos de los médicos? ¿Y de los míos? ¿Cómo defino yo el origen de mi enfermedad? Miradas que pretenden no ser invasivas hurgan en vulnerabilidades y culpas. Toda mi experiencia de vida reducida a un útero. Soy vulnerable no sólo a las instituciones sino también a otres con otros saberes. ¿Y cómo resistir? ¿Puedo deconstruirme como paciente? ¿Admitir mis vulnerabilidades? ¿Creo yo mi cuerpa, mi propio discurso sobre el sexo y el género? ¿Cómo resignifico mi enfermedad? La respuesta será siempre política. No conozco otra: ni la medicina tradicional ni las terapias alternativas. Mi útero y su historia sólo esperan poder salir a la calle a reunirse con otras cuerpas y pelear por lo suyo. 

Analía Rodiño: Politóloga, diplomada en Género y Justicia; referenta de la agrupación feminista Las Ramonas. Dedicó su vida, hasta sus últimos días, al feminismo popular. El texto lo envió a Las 12 poco antes de su muerte y esta publicación es una forma de homenaje a su lucha y a su palabra.