Un altar con las fotos de las tres fundadoras que fueron secuestradas y asesinadas por la última dictadura, Azucena Villaflor, Esther Careaga y María Ponce, intervenidas con colores y caracolas, recibe a quien quiera atravesar la puerta de entrada de la Casa Nuestros Hijos, espacio de las Madres de Plaza de Mayo de la Línea Fundadora en la Escuela de Mecánica de la Armada recuperada como espacio de memoria. Una casa que por estos días, cuando el primer organismo de derechos humanos que surgió en plena dictadura para reclamar por los y las desaparecidos cumple 42 años de lucha, estrena tres salas refaccionadas y puestas a punto con el trabajo de jóvenes solidarios que prestaron su esfuerzo a la tarea. A ellos y a ellas, mezcla de hijos de desaparecidos y militantes populares cercanos a la lucha por la memoria, la verdad y la justicia, las Madres les agradecieron especialmente ayer a la mañana, cuando fue el estreno formal: “Marchamos hace 42 años y todavía seguimos a pesar de los contras que tenemos. El pueblo sin embargo está con nosotras. La gente joven floreció. Son las semillitas que pudimos sembrar”, reconoció Haydee Gastelú, de eterno pañuelo blanco en la cabeza.
La reapertura de la Casa Nuestros Hijos –que en el último tiempo funcionaba con la mitad de sus instalaciones producto de la situación de abandono edilicio–, puesta a punto, fue la forma en la que las Madres celebraron sus 42 años de rondas, iniciadas aquel 30 de abril de 1977, cuando un puñado de ellas acudieron a la calle ante la convocatoria de Villaflor bajo la sentencia de que “separadas podremos hacer poco, juntas, mucho”.
Enriqueta Maroni, vicepresidenta de la Línea Fundadora, agradeció especialmente a los militantes que hicieron posible la reapertura del espacio luego de haber quedado en el abandono producto de la suspensión de los trabajos de las cooperativas de refacción dentro de la ESMA. “El Gobierno prohibió a los cooperativistas hacer los trabajos acá. Se comprometió luego a darnos dinero para seguir la obra, dinero que nunca llegó. Pasó el tiempo y nombramos a Paula (Maroni, hija de desaparecidos y nieta de Enriqueta) directora de estos arreglos para recuperar este espacio”, relató Gastelú. Paula sumó a otres hijes, militantes cercanos a los organismos de derechos humanos e incluso a trabajadores cooperativistas de la ex ESMA para ponerse manos a la obra. “Todos los que trabajaron lo hicieron con militancia, con voluntad, con mucho esfuerzo y esta casa revivió después de estar casi destruida”, concluyó Haydee Gastelú.
A ellos, las Madres les entregaron pañuelos y Taty Almeida les dedicó un saludo especial “no solo en nombre nuestro, de las Madres, sino en nombre de los 30 mil. Si existimos nosotras es porque acá hubo un genocidio. Ojalá no existiéramos, significaría que no hay 30 mil agujeros. Pero acá estamos, firmes, presentes y de pie. No estamos solas”.
“Este lugar estaba abandonado. Hacía años que no se hacía nada. Paula fue la que tuvo la idea de hacer algo”, recordó Alejandro Imperiali, de la Comisión por la Memoria de La Paternal. El convenio con las cooperativas de Argentina Trabaja, que durante los gobiernos kirchneristas llevaron a cabo tareas de arreglos dentro de la ex ESMA, había sido suspendido casi por completo. “Y a las cooperativas que quedaron el Gobierno les prohibió hacer trabajos en los espacios de Madres y de Hijos”, añadió Maroni. “Entonces, un vez más, fuimos los y las trabajadoras las que nos pusimos las tareas al hombro durante la era macrista”, completó.
Cuando el equipo estuvo listo, rompieron el candado con el que estaba cerrada la mitad del edificio, ubicado en diagonal a la sede de la Secretaria de Derechos Humanos de la Nación y frente al edificio de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, y entraron. Arreglaron las paredes, los pisos, los vidrios, las puertas. “Todo con materiales que había dejado el gobierno anterior”, aclaró Maroni. Reinstalaron la red eléctrica. “A veces éramos diez, a veces veinte, a veces tres. Pero lo hicimos”, concluyó Imperiali.
El blanco de las paredes del hall central brilla como recién estrenado. De ellas cuelgan enormes, en blanco y negro, impactantes, los rostros de varias de las Madres. Con y sin pañuelo. De miradas profundas, buscadoras, luchadoras, pacientes.
Lita Boitano, de Familiares, recorre los retratos uno a uno y uno a uno va identificando los rostros. Los recuerdos le atraviesan la mente y el cuerpo. Se encuentra: ella también está ahí, “irreconocible sin arrugas”, con el pañuelo blanco.
En este espacio también hay una baldosa de la original Plaza de Mayo, un pañuelo blanco pintado, ese pedazo de piso que las sintió comenzar a caminar en ronda para reclamar por sus hijos. En el piso de arriba, una muestra caprichosa de fotos que cuenta “sin cronología, la historia del organismo y sus protagonistas. Entre ellas, las imágenes que tomó una de ellas, Adelina de Alaye. La casa servirá de refugio para la tecnicatura de música popular que anida en el organismo y también de su historia para todo aquel que quiera, pase y vea, comparta, esté, recuerde.
Fueron varias las Madres que quisieron compartir algunas palabras durante el festejo doble, tanto en referencia al camino andado como a la Casa de estreno. Todas hicieron referencia a la necesidad de unir esfuerzos para “conquistar sueños”, apostó Gastelu. Nora Cortiñas elogió la compañía de la que gozan: “La palabra nuestra es compromiso. Cada mañana es un compromiso con nuestros hijos y con todos ustedes. Si no es por ustedes, compañeros, todas perderíamos la fuerza”.
Vera Jarach, en tanto, llamó a la participación: “Todos tenemos la responsabilidad de aportar para afrontar a este presente, para defender nuestros sueños, los de nuestros hijos, para defender la democracia”.