Las manos del verdugo, decía Pablo Neruda, están oscuras de sangre ajena. Las comparaba con las del rompehuelgas en su célebre poema. Las manos de un grupo de barrabravas de la Guardia Imperial que atacó al periodista partidario Sebastián “Chino” Acosta son parecidas. Lo golpearon, le provocaron cuádruple fractura de mandíbula, le partieron el tabique nasal, comprometieron uno de sus ojos. En otras palabras, le desfiguraron la cara. Acaso se creyeron tan machos o fiscales de lo que puede o no puede decirse en un programa, que lo fueron a buscar a Radio Cítrica de Avellaneda, donde hace Racing XXII, su ciclo sobre la Academia.
No importa tanto ahora lo que Acosta cuestionara o describiera en su audición partidaria sobre el grupo de delincuentes que lo atacó o sus negociados con la reventa de entradas. Tampoco si mantiene o mantuvo relación con los Racing Stones, una de las facciones de la barra. Importa que fue la segunda vez que lo agredieron: hace mucho, en el 2000, lo balearon en la pelvis por publicaciones en una revista racinguista. La víctima de este ataque en patota, artero, tiene un grado de exposición mayor a la media. Hace un programa. Es conocido. Por lo tanto, un blanco fácil de quienes creían ver en él a un enemigo que debería silenciarse o intimidarse. A un testigo incómodo.
No corremos tanto peligro cuando cuestionamos a las barras bravas, a su cadena de complicidades en el fútbol y el Estado, si lo hacemos desde los medios nacionales o comerciales. Lo dice este cronista que una vez fue atacado a golpes en un estadio de fútbol y otras amenazado desde el anonimato de una llamada telefónica. Se vive en vilo, corriendo más riesgos y al borde de la muerte –como le pasó a Acosta– cuando se hace periodismo partidario en determinados clubes. Pero sobre todo, cuando se lo ejerce con independencia de las fuerzas políticas que conviven en precaria armonía dentro de una institución como Racing. El Estado debería tomar nota.
Acosta habría identificado a sus agresores que ya deberían estar respondiendo preguntas ante un fiscal. No es el suyo un caso muy mediático de esos que gusta promocionar la APreViDe (el organismo con jurisdicción en territorio bonaerense) cuando detiene a barras en masa o proclama que lucha contras las mafias. Juan Manuel Lugones, su responsable, esta vez no salió a informar una palabra sobre el brutal ataque contra el periodista. O sí, al día siguiente –el martes 30– promocionó en su cuenta de Twitter dos videos del presidente Mauricio Macri y la gobernadora María Eugenia Vidal inaugurando obras de una planta potabilizadora. “Nos llenaron de mentiras mientras los caños se pudrían” escribió, con beneplácito.
Un funcionario que se muestra como lo nuevo pero es más de lo viejo.