Malén Denis acaba de agotar las ediciones de Litio, su primera incursión en la prosa narrativa, en la corriente Feria del Libro. La autora porteña, nacida en 1989, ocupa el difícil rol de ser una de las voces femeninas (y feministas) y además millenials en las Letras. Magister en Escritura Creativa por la UNTREF, Denis también estudió producción audiovisual, filosofía y lengua inglesa, y fue parte de Futurock desde el programa A los botes. Y antes de mudarse a Nueva York, donde reside actualmente con su flamante esposo, ya había escrito cuatro libros de poesía en cuyos títulos podía respirarse el espíritu de época: Con una remera de Sonic Youth (2009), Buscar drogas en Wikipedia (2014), Un gran incendio de vidrios (2017) y Brillante (2017).
Litio es una novela corta, de capítulos que raramente exceden las tres páginas y que parece el intrincado viaje interno en primera persona de una chica sin nombre que, mientras cuida la casa y los gatitos bebé de una ex pareja, atraviesa tres duelos. Dos relacionados con este chico, durante años idealizado por ella y actualmente víctima de algún tipo de desorden mental (o no): uno físico, porque ese chico ya no está, y si bien hace años que no está con ella, además ahora está internado (o eso creemos) en algún lugar; y otro simbólico, ya que quien fue el hombre más importante de su vida no resulto ser quién ella creía o quería creer. Los indicios que la protagonista entrega indican que la razón de todo fue una sórdida situación de violencia de género hacia su pareja. El tercer duelo es el de la madre de la chica, que decidió quitarse la vida poco tiempo antes.
“Esta chica está velando ausencias todo el tiempo: vivió dos abandonos atravesados por mucha violencia y se pregunta si son lo mismo aunque no lo diga. Me interesan esos paralelismos, esos hilos que tiende la mente sola”, cuenta la autora. Ella cuida los gatitos de su ex, se siente extraña en esa casa que alguna vez conoció, rompe cosas sin querer y todo habla por todo aquello no dicho en su relación con esta persona, sin nunca entender qué pasa en su aislamiento: si realmente recibe ayuda psiquiátrica o si es algún tipo de protección ante los hechos violentos que cometió, en un clásico caso de encubrimiento por parte de un entorno.
Para Malén, esta ambiguedad resulta necesaria ya que la violencia de género suele descansar en su inabarcable condición de amorfa, de velada, de camuflada. Imposible hablar de violencia de género sin hablar de confusión, de desplazamiento. Y Denis, quien también dictó un taller sobre Escritura e Intimidad, no concibe un límite concreto entre realidad y ficción. “Empecé a escribir Litio a finales de 2015. Justo me tocó cuidar la cada de un gran amigo, con el que la literatura tiene mucho que ver con nuestra relación. Tenía dos gatos que habían tenido gatitos, muy bebés, y yo tenía que observar todos los pequeños cambios que pasaban en cuestión de horas. Y ahí empecé una especie de diario sobre el cuidado de estos gatos. A la vez, estaba pasando algo muy fuerte en mi grupo de amigos de empezar a darnos cuenta de que cosas que antes tomábamos por ‘locura’, por ‘es un loquito’, en realidad eran violencia de género.”
“Siempre me interesaron los límites de la enfermedad mental, y quién define donde empieza la locura”, reconoce la escritora. “Pero no me di cuenta de que estaba escribiendo sobre eso hasta las sucesivas ediciones que fui haciendo. La obsesión por el cuidado... yo creo que hay algo de que no nos habíamos animado a cuidarnos entre nosotras ni a nosotras mismas. Pensábamos que así se tenía que sentir el amor.”
El lenguaje poético atraviesa una novela que tiene poco de estructura de causas y efectos y mucho de imágenes internas, recuerdos, retazos y evocaciones que sin embargo no son estáticas sino que se hacen cargo de su propia definición de acción: ni más ni menos que el darse cuenta, el seguir adelante, el sanar o por lo menos asumir que hay que intentarlo. La metáfora, más que un recurso, es el núcleo duro de la novela, que trata sobre lo no decible, eso silenciado que de todas maneras brota de formas misteriosas.
Por ejemplo, en el capítulo inicial la protagonista narra su primera interacción con este chico: “La alegría me invadió como un látigo eléctrico”, explica. A Malén le gusta volver sobre esa frase que de alguna manera contiene el tema central de la novela. “Un látigo eléctrico... Tampoco está todo tan bien. Con todos esos personajes de nuestra vida que son una basura, las pistas estaban ahí. Me gusta esa posibilidad tensa del lenguaje que viene de la poesía.”
Denis se ríe del hecho de que, siendo hija de una psicoanalista, hizo algo tan de manual como matar a la madre. Pero eso que puede parecer un cliché hace eco en muchas temáticas que atraviesan la visión de la violencia con perspectiva de género, como la figura de la víctima y la revictimización: “Uno no es su trauma. Cuando te pasa una tragedia, de repente parece que no se te puede hablar de nada. Es un bajón porque dejás de ser una persona. En este caso, sos la mina a la que se le mató la mamá. Te tratan como si estuvieras fijado en un suceso pero son ellos mismos los que no te permiten salir de ese lugar de trauma”, sigue Denis. A las mujeres se nos exige que no caigamos nunca, que seamos las dueñas y responsables de nuestro destino aún cuando no decidimos: pero si caemos, no se nos permite levantarnos.
El litio se usa para tratar el trastorno bipolar, y es gracioso que una vez más sea un título de la autora que resuena con la cultura alternativa de los ‘90. Los links a sus libros anteriores fueron accidentales: la novela abre con una entrada de Wikipedia y su título remite a la agridulce canción de Nirvana. Sus obsesiones por los productos culturales masivos, la música, Hollywood e Internet siempre están y construyen estos paisajes sobre los que Malén sitúa sus voces y personajes, siempre llenos de dudas acerca de qué es ser una chica en este mundo. Y cómo serlo.
La construcción que uno hace sobre su propia vida y la que luego hacen los demás son los relatos que más le interesan. “A mí nadie me va a denostar la primera persona. La existencia de Kim Kardashian lo demuestra: estamos en la era de la autonarrativa. Va a pasar en todos los niveles, y la literatura siempre fue un espejo o traducción de lo que está preocupando en el momento. ¿Cómo la preocupación no va a tener que ver con la primera persona?”, indaga. Todo es relato. Entonces, si queremos cambiar una realidad que nos resulta insoportable, obsoleta, desigual, ¿cómo no empezar por cambiar los relatos?
Denis cree que para ir hacia una escritura feminista los contenidos sobran: lo importante es cambiar los moldes. “Pienso que esa necesidad de acciones constantes y de una trama clara tienen que ver con que estamos dominados por una lógica patriarcal. Se quiere imponer que hay una verdad, y si hay una verdad entonces hay un relato, y ese relato se construye a través de acciones, relaciones causales. A mi me interesa más contar la mente, lo interno. Todos somos un montón de interiores y la realidad nos hiere todo el tiempo. La cantidad de veces que nos dijeron ‘locas’, o que nos dijeron que lo que sentíamos como una agresión no lo era. La cantidad de veces que cuestionaron lo que sentíamos... ¿Por qué? Porque precisamente el armado de ese relato no siempre tiene que ver con una sucesión de hechos. Vos sabías que algo estaba muy muy mal, pero como no estaba a la vista, tu alrededor lo negaba.”
Y sentencia: “Tenemos que dar paso a otro tipo de narrativa que tenga que ver con todas las disidencias que están negadas. No quiero leer más libros de chabones contándome como es la realidad. Está lleno de hombres que me encanta como escriben pero son esos que se permiten un lugar más subjetivo, menos absolutista. Lo que me alivia es darme cuenta de que mucha gente está hinchada las pelotas de lo mismo”.