“En el conservatorio, el profesor avisó que buscaban pianista para un quinteto y miró a todos los varones, al final de la clase me acerqué yo y le dije ‘¿podré ir aunque sea mujer?’”, cuenta Patricia Szilagyi. Esa osadía la llevó al piano del entonces incipiente Quinteto Negro La Boca y luego a otras orquestas de tango. Cuando le presentaron a la cantante Natalia Martínez, descubrieron juntas una mirada similar del género y de qué tipo de orquesta les gustaría integrar. Esa orquesta es La Rantifusa, que hoy a las 21 anticipará su primer disco en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 772). Szilagyi dirige musicalmente al conjunto. Ambas ofician de arregladoras, y Martínez interviene las letras y agrega una cuota teatral. Arriba del escenario hay un equipo contundente, que se hace fuerte en su línea de vientos (Paz Maiarú, Ana Clara Vergne y Emilia Tisera en violines, Mónica Toledo en contrabajo) y dos fueyes potentes (Yanina Corvalán y Natsuki Nishihara). Reversionan clásicos e incorporan tangos nuevos. Reinterpretan “Canción de Alicia en el país”, de Seru Giran. No son la única agrupación de músicas mujeres de tango, pero tienen uno de los proyectos mejor definidos desde esa perspectiva.
Martínez recuerda su primera reunión –una “tarde larga de mates”–, en la que definieron un primer repertorio y los criterios que guiarían al grupo en adelante. “Sobre todo hablamos mucho de cómo nos tocaba decir algunas letras siendo mujeres”, destaca. ¿Cuáles fueron esos criterios? “Una melodía y una poética que nos conmueva”, empieza Szilagyi. La cantante, en tanto, distingue entre los clásicos “violentos”, que dejaron fuera de la selección, y los más contradictorios, que les generaban ruido: “¿Justo ella es tu milonguita querida, tu diosa, pero la agredís, la descalificás?” Para la pianista, el trabajo de su compañera fue clave a la hora de intervenir esas letras. “Los cantantes tienen un trabajo con la poética muy íntimo, así que ella fue buscando los lugares para quebrar el discurso y meter algo actual”, cuenta. Sobre el escenario, Martínez contextualiza, presenta personajes, construye historias más allá de la historia que cuenta cada tango.
“Hay letras que ya no podemos cantar de la misma forma, que no se pueden enunciar sin hacer alguna salvedad, porque cuando se hicieron la sociedad era otra, pero tenemos que retomar esas letras como un ejercicio de ir a la raíz”, reflexiona Martínez, y recuerda el caso de su tía abuela, la primera mujer de su familia que rompió el mandato de la época y salió a trabajar. “Para nosotras es impensable, pero en esa época era obvio que se quedaban en su casa”, señala. “Hay una cantidad de tangos escritos a la milonguita, que es la amada, y que en un punto eran víctimas de trata, pero en otros casos la critican porque se fue de la casa, del barrio, por ambiciosa, y en realidad quizá su ambición era ser independiente, generar una guita que no iba a generar en una fábrica. La milonguita es la mujer que en algún punto quiere ser libre”. En ese recorrido y contextualización, las Rantifusas traen esos temas al presente y, por ejemplo, relacionan “Bajo el cono azul” con el caso de Alika Kinan, que lucha contra la trata de la que fue víctima.
La pata teatral que propone el grupo viene de ese mismo lugar. “Es una manera de decir las cosas sin recurrir a un texto rígido, de buscar una estética dentro de la misma música y con el humor, que es muy poderoso para decir cosas y contrasta dentro del tango, que en general es muy dramático en su expresión”, observa Szilagyi. “Una decisión que tomamos con Patri desde un comienzo fue no bajar línea, no decir al público lo que tiene que pensar, porque a nosotras como público no nos gusta recibir esto, entonces por eso los personajes, que son ventanitas de los temas, preguntas, humoradas, que quizá no se respondan”.
A un paso de su primer disco, el proyecto las encuentra en su lugar. No sólo es “su” orquesta, también es un espacio para plantarse. “Hay una cuestión de colaboración y de ganas de parte de todas, ganas también de estar contentas donde estamos”, dice la pianista. De sus colegas, además, celebra su generosidad musical (varias pasaron por la Orquesta Escuela Emilio Balcarce y tienen un bagaje de información sobre el género invalorable). “Como instrumentista, me tocó pasar por orquestas donde escuchaba a la cantante, mujer, con letras que denigraban a otra, y eso no podía plantearse siquiera”. Su compañera destaca sólo se puede participar de un proyecto así “si te toca de alguna forma”. “No podés estar en un proyecto así si no tenés algo para decir. Siento que como artista crecí un montón con ellas porque pude adueñarme de lo que voy a cantar, del espacio”, reflexiona. “Tenemos un tango del Príncipe que dice ‘my baby, yo estoy en mi lugar’, y cuando canto eso siempre pienso que estoy en mi lugar para contar lo que quiero, y que cuando no lo estás, te sentís incómoda. Acá estamos todas cómodas”.