Cien años atrás nació esa mujer. El 7 de mayo de 1919, Eva María Duarte dejaba el primer jirón de su vida en el vientre de Juana Ibarguren, en Junín, y salía a pelearla ante un mundo hostil. Jodido. Retorcido con las (y los) de su naturaleza indómita y valiente, como revalidan los treinta y tres años que siguieron. Quizás los más intensos que haya podido dar una vida femenina en la Argentina del siglo XX. A tal devenir vivencial –y posvivencial– dedicaron María Seoane y Víctor Santa María sus plumas, pareceres y sentires en un libro que, precisamente, lleva por título aquella contundente definición de Rodolfo Walsh: Esa mujer. Y por contenido, casi doscientas páginas de alto impacto visual, informativo y emocional. “Eva es, sin duda, la mujer argentina más destacada, más amada y más discutida del siglo XX. Y una de las más en la historia, junto a Macacha Güemes, Encarnación Ezcurra y Juana Azurduy, todas con perfiles vinculados a momentos esenciales en la construcción colectiva de la sociedad”, introduce la periodista y escritora, hacia el crepúsculo de un día laboral más.
El libro será presentado este martes 7 a las 19 en la Feria del Libro. Los socios de Página/12 tendrán acceso gratuito y preferencial.
El trabajo, el más importante de la saga que publicó la editorial Octubre para la actual feria del libro, tiene dos versiones: una de tapa dura y papel especial que se vende en el stand de la Editorial Octubre (el 705 del pabellón azul), y otra de tapa blanda, con papel más austero, que sale mañana junto a la edición de PáginaI12. Ambos son una especie de compendio ampliado del cuaderno número 5 de Caras y Caretas que Santa María y Seoane publicaron en julio de 2007. “El libro está estructurado en base a contar la historia de Eva Perón como una gran historia de amor entre ella y Juan Perón. Pero también entre ella y los trabajadores, las mujeres, los niños, y los ancianos. Se trata de una Eva que, en ese desarrollo del amor, construye el basamento afectivo del Estado de Bienestar, porque el amor no está separado de los derechos. Es una historia de amor, en suma, pero también una historia de odio, porque quienes la amaron, lo hicieron incondicionalmente, y quienes la odiaron, también lo hicieron incondicionalmente”, sostiene Seoane, entre café y cigarrillos. “Esa marca, creo yo, es una marca jacobina que impera en nuestras pasiones políticas”.
–¿Jacobina en el sentido de binaria, de antinómica, de “exenta de grises”?
–En el sentido de la imposibilidad de transar el amor y el odio. Así es nuestra historia, porque nuestros patriotas eran jacobinos. La fundación de la Argentina popular e independiente y posteriormente antiimperialista, fue una marca jacobina. Así que los amores y odios en la política argentina son jacobinos porque son terminantes, extremos.
–Es una historia de poliamor política, entonces.
–Exacto. El amor entre un hombre y una mujer. Y, a la vez, el amor entre una mujer y la multitud. El amor y la construcción política están en todo el libro.
En efecto, la biografía atraviesa diez capítulos que van desandando jirones, mediante fotos en sepia imponentes y bellísimas (muchas de ellas poco o nada vistas), y bajo subtítulos directamente vinculados con el sentimiento de una parte sustancial del pueblo argentino, que atraviesa la historia hasta nuestros días: “La vida por los descamisados”, “El duelo torrencial” y “Volveré y seré millones”, entre ellos. “Uno de los momentos más críticos que aborda el libro, a mi entender, es cuando la mujer más amada, el mayor sostén de Perón, no puede ser electa vicepresidenta porque se está muriendo (de hecho la tapa es la foto del discurso que dio durante su renunciamiento), y por las presiones políticas y militares que caen sobre su candidatura. El otro es su muerte, ese duelo torrencial, como le pusimos al capítulo. Esas exequias que duraron tantos días... es una cosa tremenda porque, como dije, nadie fue tan amado y llorado en la Argentina. Ni Perón. Y después la historia brutal sobre el secuestro de su cadáver”.
–Un tema central, oscuro, con el que arranca “La inmortalidad”, el capítulo nueve.
–Esa historia de la muerte de Eva y lo que pasa con su cadáver, sí. Esa persecución, que es una persecución metafísica, porque ¡se persigue a una muerta! Como tal, esa persecución tiene un destino fatal, porque es imposible. Es como perseguir un mito. Es como perseguir el mito del Che, no sé. Es cierto que Evita era mítica antes de morir, pero su muerte acentuó ese mito. Ninguna mujer había logrado atravesar el corazón y la vida de millones de personas. Nadie.
–¿Cómo te interpela la figura de Eva personalmente? ¿Desde qué lugar subjetivo la leés, la abordás? Es imposible evitar que lo emotivo no impregne tu pluma, o la de cualquiera, cuando se trata de Evita.
–Primero, que mi madre era profundamente evitista. Es decir, una peronista que amaba a Eva. Le prendía velas a su foto. Segundo, que es mujer y yo también lo soy. Y tercero, que pertenezco a la generación del setenta, a la raza de argentinos y argentinas que creímos que esa mujer expresaba ideales genuinos de liberación. Cuando ella decía “donde hay una necesidad, hay un derecho”, mi generación pensaba que eso no solamente era verdad, sino que había que concretarlo. En los tres sentidos, Evita me interpela totalmente desde lo más profundo.
–¿Bajo qué categoría política te resulta menos complejo pensarla? ¿Izquierda–derecha? ¿Liberación o dependencia? ¿Lliberalismo-conservadurismo?
–Es una pregunta difícil, porque Eva creía en Dios pero se peleaba con la iglesia, luchaba por los derechos de los trabajadores pero no quería al comunismo.
–Durante su viaje a España desacreditó a Carmen Polo, la mujer de Franco.
–O cargaba a Franco, como cuando le dijo “cuando quiera volver a juntar tanta gente, mándeme llamar”, durante el acto despedida en Madrid. Era peronista y el peronismo era eso. Como decía Alicia Erguren, la mujer de John William Cooke, en el peronismo están todos: los buenos, los malos, los héroes, los corruptos, todos desde la Primera Junta en adelante (risas). En este sentido, creo que este libro contribuye a explicar por qué el peronismo es indomable, y por qué, en lo esencial, resiste el paso del tiempo.
–¿Va indisolublemente pegada la figura de Eva a la de Perón?
–No. Como tampoco va pegada la de Perón a la de ella. Tuvieron naturalezas distintas, pero confluyeron en el amor entre hombre y mujer. Y en el amor de un proyecto político y social compartido. Pero la historia de Eva es una, y la de Perón es otra. Pasa que ambas marcaron la historia del siglo XX, y aún la siguen marcando. Ambos son unidad y diversidad a la vez.
–Una y trina, por utilizar una expresión religiosa afín al movimiento: Eva, Perón y buena parte del pueblo representados en unidad, y también individualmente. Lo uno y el todo, que Perón grafica muy bien en su concepto de tercera posición, o de comunidad organizada.
–Unidad y diversidad, sí, porque también fueron distintos. Perón como el político extraordinario que tenía que juntar las argentinas diversas, y Eva, que no tenía esa formación política y académica, pero sí una marcada señal de dónde estaban los intereses que tenía que defender. En eso confluyeron, porque el país que querían construir tenía el mismo basamento. Cuando ella decía “voy hasta donde sea con mis descamisados”, entendía muy bien quienes eran sus aliados. Estaba más ligada a la ética de los derechos, que a la ética de la responsabilidad de los gobernantes, donde jugaba mejor Perón. En suma, es muy profunda la cosmovisión de estos dos personajes. Igual, como dijo Galeano, muerta Evita el peronismo se convirtió en un cuchillo sin filo.