“¿Un apellido implica valores? ¿La filiación supone obligaciones? Toda pertenencia es una cárcel; toda leyenda una servidumbre”, escribe Laurence Debray en Hija de revolucionarios (Anagrama), un libro despiadado y tierno a la vez, que cumple de la primera a la última página con el epígrafe de El misántropo de Molière: “Cuanto más se ama a alguien menos debe adulársele; el verdadero amor nada perdona”. Laurence no perdona a sus padres, Regis Debray y la antropóloga venezolana Elizabeth Burgos, que hayan abrazado la causa revolucionaria de Fidel Castro y el Che. Ella -que no cree en los ideales y se define como pragmática y realista- intenta comprender mejor el recorrido de sus padres, “esos seres desgarrados y tan previsores como torpes”. Todo empezó cuando en Madrid, durante una entrevista, un periodista le preguntó si era “la hija del intelectual francés acusado de haber entregado al Che cuando fue detenido en Bolivia”. Laurence quiso saber cuál era la fuente para afirmar algo así: Wikipedia. “¿Qué hacer, pues, con esa sospecha que ensombrece mis orígenes? ¿Y si fuera la hija de un delator?”. El aguijón de esos interrogantes la impulsó a iniciar una investigación sobre sus padres en el momento en que ella empezaba a ser madre.
Debray –que hoy a las 18.30 dialogará con Martín Sivak en la sala Alfonsina Storni de la Feria del Libro– es la nena de diez años que se ve en la portada de Hija de revolucionarios. Tiene una ametralladora casi tan alta como ella y sonríe. Está en un campamento de jóvenes pioneros de Varadero, adonde la envió su padre para que decidiera “dónde se iba a situar políticamente”. Durante julio estaría en Cuba; en agosto en Estados Unidos. La sonrisa de Laurence es la misma, pero la diferencia es que los ojos azules intensos ahora le confieren un encanto singular a esta mujer nacida en París en 1976, que creció entre España y Francia. “Me construí en oposición a mis padres, pero también gracias a lo que eran y no eran –cuenta en la entrevista con PáginaI12–. Ellos me dieron la libertad de escribir este libro, me dieron la libertad para vivir mi vida como yo quería. Cuando me fui a trabajar como banquera a Estados Unidos, fue un acto de rebeldía adolescente para provocarlos. Después de los cuarenta años me cansé de provocarlos”.
–¿Te sigue resultando un poco misterioso por qué tus padres se entusiasmaron tanto con la Revolución cubana?
–Sí, yo me construí muy lejos de las ideologías, me dan miedo las ideologías, me parece que ahí hubo un fallo genético. Es muy difícil entenderlos porque considero a mis padres inteligentes, de los más brillantes de su generación, que no vieron lo que yo veo ahora. Claro que es fácil para mí porque sé cómo acabó la historia: acabó mal. Como nací en una democracia, siempre me pregunté por qué no buscaron una democracia mejor. Hay cosas que no entiendo de mis padres y con ellos no puedo hablar del tema.
–¿Por qué?
–Yo pensé que con la escritura del libro iba a romper el muro de silencio de mis padres y que por fin íbamos a poder discutir. Los militantes que estuvieron en actividades clandestinas hacen un pacto de silencio y eso implica también a la familia. Hay cosas que ellos no pueden contar, supongo porque debe ser doloroso. No sé si no hablaron para protegerme…
–La impresión en Hija de revolucionarios es que la narradora está más cerca de la madre, siente más ternura hacia ella que hacia el padre, ¿no?
–Sí, a lo mejor tengo más ternura con mi madre porque en ese momento había pocas mujeres discutiendo con Fidel Castro; además mi madre es venezolana, era extranjera en Francia, vivía sin familia en un país donde no conocía mucho los códigos. Mi padre se construyó un personaje público que no era muy coherente con el personaje que yo veía en casa. Mi madre no quiso ser mediática, no quiso construirse como el modelo de la guerrillera en Francia, ella fue muy discreta. Ella tuvo sus cargos públicos con (François) Mitterrand, pero no se metió en la pelea por las vanidades. Mi padre sí.
–¿Leyeron tus padres el libro?
–Sí. Les di el manuscrito para que lo leyeran antes y me dijeran si estaban de acuerdo. Les pedí el permiso para publicar. No soy una hija tan mala (risas). Yo no escribí el libro contra mis padres. Hay algunas cosas que mi padre me hizo quitar sobre las torturas que sufrió en la cárcel y lo hice sin problemas. Él me dijo algo así como que los otros murieron y que a él lo torturaran no era nada…
–La nena de la foto con la ametralladora sos vos en Cuba, ¿no?
–Sí, me dolía mucho el hombro porque era muy grande. Cuando veo la foto pienso qué locura, ¿no? Viajé a Cuba sin mis padres con un chileno que me robó el dinero que ellos me habían dado. Recién estuve presentando el libro en Chile y todos me preguntaron: ¿apareció Max Marambio? Qué poco caballero que es… Nunca me devolvió el dinero que me robó.