Amadas y odiadas. Aceptadas y discriminadas. Exaltadas y escondidas. Naturalizadas e hípersexualizadas. Perseguidas y mediatizadas. Parece mentira que algo en apariencia tan inofensivo pueda causar éstas y otras polarizaciones en la cultura. Lo que también parece mentira es que en el 2017 todavía tengamos que seguir discutiendo acerca de las tetas.

El incidente del mes pasado en una playa de Necochea(1) donde tres mujeres fueron obligadas a retirarse –con un despliegue policíaco insólito para la situación– por tomar sol sin corpiño, marca un punto más en una larga línea de retrocesos conceptuales y pacatería cultural en torno al tema de las libertades individuales, los derechos y las leyes anacrónicas, el doble estándar y la discusión amplia de género. Y es también algo que nos hace volver una y otra vez sobre el cuerpo, nuestros cuerpos y la manera en la que elegimos llevarlos y vivirlos, muchas veces en conflicto con lo que la sociedad dicta.

El debate desde luego excede la idea de poder practicar topless con total libertad y sin miedo a ser encarceladas, si bien, como estableció el fallo emitido por el juez Mario Juliano, esto no constituye un delito(2), y no hay nada en la ley que determine este acto como “lesivo para terceros”. El juez tuvo además el tino de proponer en la Legislatura Provincial que se reforme este anticuado artículo que data de 1973, ya que hablar de “actos obscenos que afectan la decencia pública” es inconstitucional. La moral pública es algo muy relativo a las ideas y valores de cada uno, y por tanto es quedar en manos de quienes realizan el enforcement de las leyes. Juliano fue tan lejos como para reconocer que esta prohibición sobre el cuerpo femenino tiene una raíz autoritaria, y de marcar la inconsistencia de una ley que castiga a una chica que toma sol sin corpiño mientras programas de TV hacen picos de rating con lo mismo. 

¿Cuál es el límite entre exhibición obscena y punible, y aquella que no? ¿Acaso algo a determinar por los funcionarios, por el escozor generado en algunos de los turistas de esa misma playa o por los policías que obligaron a las chicas a retirarse? 

EL CORPIÑO, HITO ESTÉTICO Y CULTURAL

La historia de las reacciones ante la supuesta falta de pudor o de decencia sobre el cuerpo de las mujeres es tan larga que no alcanzarían varios suplementos para rememorarla. Pero desde la prodigiosa creación de Mary Phelps Jacob patentada hace ya más de100 años, a los recientes comentarios de Trump en lo relativo al código de vestimenta en la Casa Blanca (“Vístanse como mujeres”)(3), la discusión llega hasta nuestros días y se articula con discursos sobre la construcción de identidad, el rol de la mujer en sociedad y la idea misma de belleza. 

No hace falta ser un erudito de la moda para entender cómo ésta fue fluctuando en base a las nociones de vergüenza, sex appeal, belleza, libertad, funcionalidad o necesidades imperantes en cada época. Aunque, paradójicamente, pareciera que teniendo más en cuenta la perspectiva masculina que la femenina. Si a los romanos nos les gustaban demasiado los cuerpos exuberantes ni los pechos grandes y por eso tendían a esconderlos, la tiranía del corset duró al menos 300 años (1500-1800), durante los cuales la preferencia por las formas estilizadas al extremo llevaba a las mujeres al sufrimiento diario. Podrán imaginar que hacer que el cuerpo se vea como un reloj de arena no es ni lo más natural ni lo más sano, y por eso la recurrente falta de aire, los desmayos y hasta los abortos eran frecuentes entre las mujeres que los usaban por entonces. Y aunque las romanas no tomaron el ágora para preguntar por qué debían esconder sus senos o se cuestionaba el doloroso ritual del coset en la corte europea, al menos en 1920 llegó el maiden form bra (maiden por doncella), un corpiño que abrazaba por primera vez la forma natural del cuerpo de la mujer. 

Pero como todo movimiento pendular, la contrapartida fashionista no tardó en llegar de la mano del irónico bullet bra, popularizado en los 50s por pin ups como Betty Page (y rescatado luego por Madonna y por el fetichismo cool de Dita Von Teese), para luego ceder otra vez en la década del 60 con modelos más naturales, sin armazón y casi transparentes, movimiento hippie y quema de corpiños mediante. En los 70 el imaginario sexual de la chica Bond –y su consecuente objetificación– llevaron al diseño de ropa interior a territorios más abiertamente sexuales con el nipple bra en donde se buscaba simular el efecto húmedo en los senos (“Ahora podés tener ese efecto sensual de no llevar corpiño, mientras usás uno” rezaba el anuncio). Casi como si todas acabáramos de salir del agua a lo Ursula Andress. Hubo que esperar a finales de los 70s y que pusiéramos el primer hombre en la luna, en pleno boom del fitness con Fonda y sus populares videos para ejercitar, para tener el primer corpiño deportivo manufacturado a escala masiva privilegiando comodidad sobre estética. Hablar del famoso wonder bra, diseñado a comienzos de los 90 para juntar y elevar los senos produciendo un look à la Victoria Secret, es casi una obviedad. Todas tenemos o hemos tenido alguno de éstos pensando en estar más atractivas para una cita o sentirnos más atrayentes para el sexo opuesto.

Este breve recorrido es un elocuente testimonio de cómo la moda puede favorecer, forzar, inhibir o liberar el imaginario femenino, y en qué medida el deseo masculino ha desde siempre marcado –en maneras más o menos sutiles– cómo se supone que debemos vernos o pensar nuestro cuerpo.

¿SIN TETAS NO HAY PARAÍSO?

La noción de construcción identitaria femenina a raíz de la teta, es otra cuestión que está empezando a aflorar y a ser debatida (en consonancia con la idea pretérita de la maternidad como atributo máximo de femineidad); en particular a la vista de incipientes fenómenos contemporáneos, desde las redefiniciones sexuales y de género, a los nuevos procesos tecnológicos y médicos que exponen elecciones difíciles de descodificar o asimilar. En la primera línea hay que mencionar un corrimiento de los contornos tradicionales de un género o sexualidad definida. Las nuevas generaciones se muestran cada vez más reticentes a identificarse de una manera específica en lo relativo a su identidad(4), con categorías más fluidas como “transgénero” o “no binario” a la hora de hablar acerca de ellos, y también “heteroflexibles” y “pansexuales” cuando se trata de sus preferencias sexuales.

En este sentido es ilustrativo lo que sucede, nuevamente, en la industria de la moda, en donde como resalta la periodista Erin Coulehan de salon.com, diseñadores como el veintieañero Alejandro Gomez Palomo(5) están desafiando los preconpcetos de lo que supone la moda masculina hoy, trabajando con diseños que van de lo andrógino a lo puramente femenino.

Por otro lado, los avances que han permitido diagnosticar probabilidades de sufrir cáncer de mama en base a perfiles genéticos, y las reconstrucciones mamarias con técnicas menos invasivas, han abierto la puerta a las llamadas mastectomías preventivas como la que se realizó la actriz Angelina Jolie y que generó polémica hace cuatro años. Jolie quien tenía un 87% de probabilidades de padecer la enfermedad dados sus antecedentes familiares, decidió hacerse una doble mastectomía y hasta se atrevió a hablar de ello en una carta abierta titulada “Mi elección médica”. Más allá de las disquisiciones en base a los fundamentos médicos para tal decisión (para algunos una medida un tanto extrema), fueron las discusiones en torno a la idea de belleza, femineidad y la autodeterminación sobre el propio cuerpo lo que acaparó la atención. ¿Acaso que fuera el cuerpo de una escultural actriz –muy sexualizada en los medios– es lo que produjo el mayor shock? Es posible. En el caso de Jolie la decisión por tomar las riendas de su futuro y privilegiar el tiempo con sus hijos la llevó a afirmarse con total seguridad en su elección. “Siento que elegí una buena opción que no disminuye en absoluto mi feminidad. La vida tiene muchos desafíos. Los que no nos deben asustar son aquellos sobre los que se puede asumir y tomar el control”. 

Otros casos que suscitan curiosidad por no atenerse a las normas de imagen pautadas por la sociedad son los de aquellas mujeres que luego de mastectomías deciden no someterse a cirugías reconstructivas o ponerse implantes. Los motivos son varios, y pueden ir desde una necesidad de no agredir más al cuerpo o alargar un proceso complejo, a motivos personales vinculados con la búsqueda de una sanación espiritual y emocional que poco tiene que ver con volver a tener tetas. Así lo muestra un valiente e impactante portfolio fotográfico del NYT(6) que recuerda aquel de la fotógrafa argentina Gabriela Liffschtiz(7), donde varias mujeres posan de forma artística y exhiben con orgullo sus cicatrices e historias. Allí se da cuenta también del modo compulsivo en que cirujanos plásticos y oncólogos promueven la reconstrucción como camino para que las mujeres se sientan “enteras” de nuevo. Habría que preguntarles a éstos especialistas por qué habrían de sentirse menos completas, o si la idea de completitud no es al fin de cuentas algo subjetivo y determinar por cada uno. En este escenario de imposiciones y miedos, y si bien la regla continúa siendo optar por la cirugía reconstructiva, algunas mujeres dicen no, desafiando tanto la asunción de que esta operación es una parte integral del tratamiento y la recuperación del cáncer, sino nuestros propios prejuicios respecto al cuerpo femenino(8). 

Dos variables extra que dan cuenta además de la violencia médica e institucional a la que muchas mujeres son sometidas en pleno proceso de recuperación, es el hecho de que los doctores asuman que todos los pacientes quieren senos reconstruidos, como explica la fundadora de breastcancer.org <http://breastcancer.org>, Marisa C. Weiss. Esto sumado a que no se exponen correctamente todas las posibilidades y sus riesgos. Aunque los estudios que se suelen citar hablan de que la reconstrucción implica mejoras en la calidad de vida, algunos señalan que el foco está puesto más en la estética, y no en los costos físicos y psíquicos de prolongar las intervenciones.

Todos los que hemos tenido cerca a mujeres batallando con el cáncer de mama sabemos lo difícil que es reencontrarse con el propio cuerpo, con esa imagen foránea que devuelve el espejo luego de un tratamiento, como para encima tener que andar conformando a otros. Si la modernidad nos invita cada vez más a preguntarnos quiénes somos más allá nuestro género, orientación sexual o mandatos heredados, también debería correr la pregunta de quiénes somos sin tetas. O por qué la  plenitud sexual, lo femenino o la sensualidad deberían estar necesariamente asociadas con ellas. Sin embargo, la sensación de que tanto Jolie como estas mujeres tienen que explicarse o justificarse de algún modo, todavía prevalece.

DEL “PIQUETETAZO” AL “TETAZO”

El dilema de la teta ha fluctuado siempre al ritmo de las necesidades o lógicas ajenas a la mujer (los corsets fueron desestimados recién cuando el gobierno de EEUU requiriera metal al entrar en la Primera Guerra Mundial)(9), y es el temor a lo diferente, a lo autónomo, a lo que no se conforma con encajar, lo subyacente en los discursos que atrasan y los dedos acusadores que señalan. Todo lo que nos dé la posibilidad de elegir dónde, cómo, cuándo, con quién en lo referente a nuestro cuerpo, sean procedimientos, estilos de vida o actos puntuales, pareciera constituir hoy una provocación, una amenaza. O como el juez Juliano lo definió, “un acto de desobediencia cívica”. Incluso si el topless es algo ya asumido en muchos lugares de mundo que no levanta una mínima queja, mucho menos un despliegue de varios patrulleros. Y sin embargo, no es el único ejemplo cercano de violencia simbólica y discriminación hacia el cuerpo de la mujer. 

El caso de la joven de San Isidro a la que se le prohibió dar la teta a su hijo en público generó su ronda de debates y cobertura en los medios el año pasado, inspirando el llamado “piquetetazo” que se autoconvocó en numerosas plazas públicas del país(11), y que cruzó fronteras con adhesiones en Barcelona, Lima y Santiago de Chile. La discusión de fondo, la no-erotización un acto que a todas luces poco y nada tiene que ver con eso, el derecho a amamantar y la concientización de la importancia de la lactancia materna. Es un panorama de por sí complejo en donde entran a tallar toda una serie de variables que incluyen médicos mal formados, la ausencia de la socialización del cuidado de hijos e hijas, los intereses de las farmacéuticas y hasta falta de regulación en la publicidad.

“Las regulaciones a la publicidad infantil deberían empezar en los productos sucedáneos de la lactancia materna. En nuestro país se supone que están protegidos por un marco regulatorio internacional, que es el Código de Sucédanos de Leche Materna), que se viola sistemáticamente una y otra vez. En el inicio de la vida las personas están expuestas a productos comerciales que no hacen a una alimentación adecuada, sin embargo como tienen una artillería publicitaria eso condiciona el consumo de esos alimentos”, detalla Soledad Barruti quien viene investigando el tópico para su nuevo libro.

Según un el informe de la consultora Voices para la Liga de La Leche Argentina el 43% de los hombres y el 36% de las mujeres consideran inapropiada la lactancia en público. Asimismo, el 34% de la población argentina tampoco cree que es apropiado mostrar a mujeres amamantando a sus bebés en programas televisivos. A esta altura sorprende no sólo la pacatería del/la argentino/a promedio, sino también la disonancia de los argumentos, ya que nadie parece escandalizado o schokeado por la exhibición de tetas o el cuerpo femenino en otros contextos. O como desarrollaban en una entrevista reciente Lola Cufré e Irupé Longfellow, quienes convocaran al Tetazo de esta semana en Bs As (y que se llevó a cabo en varias ciudades del país): cuando el cuerpo de la mujer es para un consumo normado y orientado al deleite masculino, todo vale.

En adición a esto, la mirada ajena pesa y mucho. Y así como hay un estigma asociado con el amamantar en público, también existe para aquellas que eligen no hacerlo y a partir de cierta edad recurrir a la fórmula u otras alternativas. Algo similar a lo que sucedía con las famosas “mommy wars” (guerras de madres) y la condena hacia las que se quedan en casa o elegían ir a trabajar. Pareciera de de una u otra manera siempre hay una condena, sea que venga por parte de la sociedad, lo digan las estrellas o políticos de turno, otras madres o hable la propia culpa. Las lecciones sobre cómo criar (o alimentar) a los hijos no se hacen esperar.

Mientras tanto la plataforma Facebook sigue prohibiendo fotos de pezones y de tetas algorítmicamente, sin evaluar contextos en profundidad, y las pobres tetas son tratadas como objetos en una lectura integrada o fragmentada según convenga –y a quien convenga–. Quién iba a pensar que al final, los humanos, iban a operar más o menos como los robots de Zuckerberg.