El tema de la peronicidad es escabroso. No dejan de escribirse libros y los debates son siempre arduos. Allí están el sentimiento, la herencia (“hijo y nietos de peronistas”), la asociación con el mundo sindical y con todo lo popular. No faltan la inmanencia (“al peronismo se lo comprende”), los guardianes de una difusa pureza doctrinaria y los presuntos dueños del más inasible de los instrumentos: el peronómetro. Sin embargo, entre tanta diversidad existe una certeza: es posible definirse como “peronista” desde cualquier lugar del espectro ideológico, desde la izquierda marxista al integrismo nacionalista católico. Y no termina allí, el “verdadero peronista de Perón” agregará sin dudar que, en realidad, izquierda y derecha son categorías del “pensamiento político europeo” y que oligarquía y burguesía son clases muy diferentes. Un resultado de tanta diversidad es que peronistas eran John William Cooke y José López Rega. Hasta podría decirse que la lucha entra la izquierda y la derecha del movimiento expresa la esencia de la lucha de clases en la historia argentina de “los últimos 70 años”, con los muertos de ambos lados todos peronistas. Finalmente, si se quiere volver el debate a cero alcanza con ponerle nombres del presente: peronistas son Axel Kicillof y Miguel Pichetto. Peronistas son los kirchneristas radicales y los conservadurismos populares de los PJ provinciales.
El lector ya se dio cuenta que todo lo dicho viene a cuenta del pacto de gobernabilidad entre el macrismo y “el peronismo no K”, el “conversable” y “racional”, un nuevo capítulo de la vieja zoncera de que el modelo de desarrollo se definiría “sentándonos todos alrededor de una mesa” para acordar “políticas de Estado”, zoncera que suele completarse casi invariablemente con la mención a los españoles Pactos de la Moncloa, los acuerdos celebrados para salir del franquismo sin juzgarlo. Sin embargo, la propuesta de políticas conocida el pasado jueves no entraña ningún nuevo consenso. Sólo contienen la aceptación acrítica de la continuidad sin variantes del macrismo explícito, es decir del neoliberalismo económico y su fracasada mitología completa: equilibrio fiscal, Banco Central independiente, integración al mundo, seguridad jurídica y, por supuesto, menos impuestos. También se incluyeron las “reformas inconclusas” según el modelo FMI, como la laboral y la previsional, y se rellenó el paquete con algunos puntos relativos a las amenazas presuntas del kirchnerismo, cuestiones vagas como el sostenimiento del federalismo, retóricas como asegurar un sistema estadístico transparente, e innecesarias como cumplir con las obligaciones con los acreedores. “Innecesarias” en tanto la historia económica demuestra que fueron los gobiernos nacional–populares los que siempre pagaron las deudas dejadas por los neoliberales.
La propuesta cambiemita recibió el rápido apoyo de las figuras más notables del “Peronismo federal”, como el inefable senador Pichetto y el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey. No casualmente se trata de políticos en retirada en sus propios territorios, con fuertes relaciones con la Embajada estadounidense y unidos por su compromiso con el régimen macrista desde el minuto cero. Otros integrantes del opoficialismo, como Sergio Massa y Roberto Lavagna, mantuvieron en cambio una especulativa o prudente distancia. Pero sí quedaban dudas sobre por dónde pasa hoy la divisoria ideológica de aguas, el presidente de la UCR, Alfredo Cornejo, propuso que directamente se sume a la Alianza Cambiemos no sólo a Pichetto y Urtubey, sino también a Massa y su ex socio Lavagna. Cornejo habló incluso de la necesidad de un “Gran Acuerdo Nacional”, una referencia involuntaria, aunque transparente, al pacto del mismo nombre, el GAN, propuesto a mediados de 1971 por el ex presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse cuando la dictadura de la “Revolución Argentina” daba muestras de agotamiento.
La respuesta de Perón desde su exilio fue la creación del Frejuli, el Frente Justicialista de Liberación Nacional, que encabezado por Héctor Cámpora y aliado al desarrollismo frondo–frigerista llegaría al poder en 1973. Quizá la historia depare nuevas paradojas, pero lo único claro es que si el primer GAN era “todos menos Perón”, el modelo 2019 es “todos menos Cristina”. De lo que se trataría entonces es de “ponernos todos de acuerdo” en que el modelo no se toca. Como sostuvo el mismo Macri el viernes pasado en Neuquén el objetivo es construir “las herramientas que me permitan decirle al mundo que esto que hemos empezado va a continuar”.
Mientras tanto ninguna pantalla de acuerdo o alianza con el “peronismo nominal” podrá ocultar el agotamiento de la recaída neoliberal iniciada en diciembre de 2015. Por el contrario, la pronunciada destrucción de la economía real vuelve cada vez más evidente la contradicción principal de la política y la economía locales, la que se expresa en la grieta entre un modelo de desarrollo dependiente, el neoliberalismo, y otro modelo de desarrollo con inclusión, el de los gobiernos nacional–populares.
En la base se encuentran dos modelos económicos antagónicos, y por lo tanto dos estructuras de distribución del ingreso diferentes, la economía por el lado de la oferta, el mainstream marginalista, versus la economía por el lado de la demanda, la heterodoxia postkeynesiana. El laboratorio de la historia muestra cuales son los resultados para el bienestar de las mayorías de aplicar uno u otro modelo. Uno propone que para llegar al paraíso del derrame es necesario atravesar un valle de lágrimas de austeridad, es decir que los trabajadores consuman menos para que los empresarios ahorren y algún día inviertan. El otro sostiene que se necesitan ingresos y consumo para poner en marcha el crecimiento y el desarrollo. Luego, para conocer la identidad ideológica de cualquier integrante de la clase política no debería escucharse lo que cada uno dice ser, sino observar cuál de estos dos modelos económicos apoya. El lector puede juzgar cuál de los dos es el más “peronista”.