“Tuve una vida magnífica: me di grandes banquetes teatrales”, dijo alguna vez Graciela Araujo, quien acumuló más de seis décadas de teatro clásico y moderno. Falleció ayer a los 88 años de un paro cardíaco. Hizo televisión y algo de cine, pero fundamentalmente teatro. Desde Eurípides, Shakespeare y los grandes autores del Siglo de Oro español hasta Federico García Lorca, Ramón del Valle Inclán y Witold Gombrowicz, entre muchos otros. Fue miembro del elenco estable del San Martín y llegó a convertirse en una de sus actrices emblemáticas. Luego, en otros escenarios, encaró proyectos de lo más audaces, como Las presidentas, de Werner Schwab, o el extendido monólogo Las reglas de la urbanidad en la sociedad moderna, de Jean-Luc Lagarce.
Araujo nació en la ciudad de La Plata el 24 de septiembre de 1930. Se recibió con Medalla de Plata en el Conservatorio de Música y Artes Escénicas, dirigido entonces por Alberto Ginastera, con Milagros de la Vega como su maestra. Mientras daba sus primeros pasos sobre los escenarios, trabajaba también en radioteatros en Radio El Mundo. Alberto Migré la escuchó y le propuso que interpretara sus textos. Ella los hizo en la radio y, posteriormente, en la adaptación teatral. Así conoció las giras, algo que la fascinó. Primero recorría barrios porteños y después, el interior del país.
Su amor por el teatro comenzó a notarse en la niñez, cuando dirigía una compañía amateur independiente en el garaje de su casa. La integraban ella, sus tres hermanas y amigas que oficiaban de “actrices invitadas”. “Yo me encargaba de todo, era como el motor”, contó en una entrevista. “La verdad, era terrible yo. Una tirana. Muy estricta”, recordaba. Las obras las veían familiares y amigos “bien dispuestos y pacientes”. Le gustaba actuar en toda celebración familiar, incluso al terminar sus estudios. Consideraba a su familia su “primer público”. Antes de definir su camino artístico, estudió magisterio, pero abandonó en el tercer año: aunque lo consideraba su destino y el de sus hermanas, se rebeló, reconoció que no era lo que le gustaba. Fue entonces que se enteró por el diario de que se había creado el Conservatorio en La Plata.
Desde Las Criadas, de Jean Genet, en el Teatro Coliseo Podestá, de La Plata, en 1950, hasta Final de partida, de Samuel Beckett, dirigida y protagonizada por Alfredo Alcón en el San Martín en 2013, Araujo se dedicó casi por completo durante más de seis décadas al teatro clásico y moderno. Fue miembro del elenco estable del San Martín. Hizo obras de Shakespeare, Molière, Schiller, Strindberg, Ibsen, Valle Inclán, Brecht y Lorca, entre muchos otros. Una vez jubilada, ya fuera del teatro oficial, encaró proyectos arriesgados, que se convirtieron en hitos para ella. Por ejemplo, Las presidentas, de Werner Schwab (2002, Teatro Regina), a la que consideró una “apuesta fuerte” y “sumamente atrevida”, “un hito especial” en su recorrido. Más tarde, otra tarea que le representó un “tour de forcé total” fue el monólogo Las reglas de la urbanidad en la sociedad moderna, de Jean-Luc Lagarce (2007, Elkafka). “Me costó como ninguna otra pieza en mi vida”, reconoció.
Algunas de las obras en las que actuó fueron: Las de Barranco, de Gregorio de Laferrere (1962); Coriolano, de Shakespeare (1968); Caballero por milagro, de Lope de Vega (1971); Las troyanas, de Eurípides (1972); La casa de Bernarda Alba, dirigida por Laura Yusem (1977); El casamiento, de Witold Gombrowicz (1981); El burgués, gentilhombre, de Molière (1982); El pelícano, de August Strindberg (1989); Peer Gynt, de Henrik Ibsen (1989); Rey Lear, dirigida por Yusem (1988); Ricardo III, con dirección de Agustín Alezzo (1997); Las mujeres sabias, de Molière (2008); y Estaba en mi casa y esperaba que llegara la lluvia, de Lagarce (2010).
Entre otros premios, recibió el Molière en 1980 a la mejor actriz por su reina Gertrudis en el Hamlet protagonizado por Alcón en el San Martín, y los premios Florencio Sánchez y Trinidad Guevara a la mejor actriz por Las reglas de la urbanidad en la sociedad moderna. En 2013, recibió el Premio Florencio Sánchez a la Trayectoria. Araujo también tuvo presencia en televisión, en programas como Alta comedia. Participó de algunas películas (le hubiera gustado estar en más: se decía “cinéfila” antes que actriz profesional), como Yo, la peor de todas (1990), de María Luisa Bemberg, y Un muro de silencio (1993), de Lita Stantic. Dos autores le quedaron pendientes: Antón Chéjov y Griselda Gambaro; sin embargo, pudo asegurar que la suya fue una vida teatral “magnífica”. La despedida de sus familiares, amigos y colegas es mañana a las 9 en el crematorio del cementerio de la Chacarita.