La hipérbole logra que una verdad sea percibida con mayor intensidad. Un niño demanda la atención de sus padres. Ya no es hijo único; el nacimiento de su hermana le resulta indigerible, la angustia hace estragos en esa criatura que no había comida que le gustara y para colmo de males su padre le pega con un cinturón de cuero. “¿Fueron una, diez, cien, mil, un millón de veces que mi padre me pegó? No sé. Quizá estoy inventando la existencia a repetición de una escena que nunca ocurrió para agigantar las nocturnas fiestas barrocas de una infancia alimentada por el horror de mi alma”, revela ese narrador adulto muchos años después, al recordar esos momentos en que sintió “odio y asco” por ese padre que ahora está enfermo. El hijo judío de Daniel Guebel, publicada por Literatura Random House, ganó el Premio de la Crítica al Mejor Libro de Creación Literaria 2018, que entrega la Fundación El Libro en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. El escritor recibirá un cheque por 30 mil pesos hoy a las 20 en la sala Domingo Faustino Sarmiento de La Rural en un acto en el que participarán Juan Ignacio Boido y Oche Califa.
Guebel (Buenos Aires, 1956), que ganó en 2018 el Premio Nacional de Literatura con El absoluto, se mide con la Carta al Padre de Franz Kafka. “¿Por qué deberíamos pensar que Kafka le dirigió esa carta a su padre, si él deja constancia de que cuando le entregaba a su padre sus textos, el padre le decía ‘dejalos sobre la mesita de luz’, y tiempo después comprobaba que estaban en el mismo lugar y que el padre no los había leído? ¿Por qué le iba a entregar una carta a una persona que no leía? Kafka pensaba en su madre como lectora. Yo escribo El hijo judío cuando mi padre ya no puede leer. Quien tendría que haber leído el texto no lo lee, en paralelo perfecto con la Carta al Padre, pero quien puede leerlo es mi madre. ¿Podemos pensar que Kafka soy yo? No, de ninguna manera. Recuerdo algo que me dijo un psicoanalista francés que vive en Argentina, citando a Freud: ‘detrás del rostro del padre, la madre’”, plantea el escritor a PáginaI12.
El autor de las novelas La perla del emperador, Matilde, La vida por Perón, Derrumbe y Las mujeres que amé, entre otras, reconoce que en una primera instancia prevalece “el odio, el asco y la molestia respecto de lo que el narrador lee como su desdichada infancia”, pero después el amor por el padre desvalido supera esa rabia primigenia. “Ese odio no desparece del todo; hay un sentimiento ambivalente que funciona hasta el final”, advierte el escritor premiado. “Después de que se publicó la novela y después de la muerte de mi padre, escribí algunas páginas más –que si el libro se reedita alguna vez aparecerán–, en la cual el narrador se corre de la figura de la víctima. El narrador adulto no está inerme. La figura de la victimización infantil es una posición un poco infantil”, dice Guebel.
–El narrador de El hijo judío afirma que “ser escritor es siempre un daño. Pero convertirme en escritor fue para mí un acto de reparación”. ¿En qué sentido daña y repara la escritura?
–Escribir daña porque la elección de la literatura implica el sacrificio de muchas otras posibilidades. En el texto mismo hay un relato respecto de que cuando decidí dedicarme a la escritura, en un momento muy temprano, sacrifiqué otras cosas. Para escribir y para leer dejé de ir a jugar al fútbol con mis amigos, perdí mi interés por el dibujo, que era una posibilidad. Escribir no era una reparación del daño que la propia escritura había causado, sino una reparación en el sentido de que sostenía una elección vital que estaba sustraída al imperio del apoyo ajeno. Si mi padre no me hubiera dejado escribir, yo hubiera seguido haciéndolo igual.
–Hay una serie de narradores desmesurados, como el de tu novela Derrumbe, que están unidos por esa exageración tematizada también en El hijo judío. ¿Qué encontrás en esa hipérbole?
–El narrador de El hijo judío se conecta con Derrumbe y Las mujeres que amé. En los tres textos de carácter autobiográfico el narrador es hiperbólico y desmesurado. Me parece que tiene que ver con una lectura del signo contemporáneo: solo lo exasperado, puesto en situaciones de extrema visibilidad, es percibido. En Derrumbe llega al extremo de un patetismo cómico cuando la ficción irrumpe y el personaje se convierte en una rata. En El hijo judío el tono es más grave, más sosegado. Pero hay una meditación de lo hiperbólico, sin ser en sí mismo un texto hiperbólico.