Lxs hijxs ofrecidxs al mercado de los colegios privados, como si tuvieran que tasarlxs para ver cuan afortunadxs serán lxs maestrxs que tendrán que tratar con ese torbellino de problemas a veces sin voz, sin posibilidad de expresar aquello que no encaja y que siempre duele.
Un padre soltero y una madre envueltxs cada unx en su monólogo, en un discurso que se parece a ese hablar solxs cuando los conflictos aplastan cualquier posibilidad de reflexión y los seres se entrometen en la continuidad de un diálogo que nunca tiene conclusión, que jamás podrá encontrar un alivio. En Los monstruos criar un hijx es una tarea que demuele la identidad de cualquier padre o madre, un tiempo irrespirable donde el entorno parece someterlxs a un examen ingrato en el que también se involucra el público.
Es que Claudio y Sandra son personajes que no pueden tomar distancia de su drama. Ellxs se empeñan en una atención desmesurada sobre sus hijxs que deriva en una resignación atroz donde lxs niñxs quedan en el desamparo de sus gritos. El armado dramatúrgico obliga a los actores a crear a ese interlocutor que no aparece en escena y su gesto exasperado es la imagen de la falta de estrategias frente al desconcierto de cada actitud de esxs niñxs a lxs que no pueden comprender. La necesidad de domesticar a Patricio y a Dolores se expresa en un ejercicio de pasaje entre el humor del musical a una forma rabiosa que no es para nada indulgente con sus protagonistas. La comicidad grotesca deviene en patetismo, lo que parecía una descarga exagerada, propia del stand up (género al que Emiliano Dionisi parece triturar, develar en su inconsistencia) es el reverso de una violencia que se reproduce sin escapatoria. Una palabra que al convertirse en acto apaga toda risa.
La estructura recurre a los cuadros cantados como un modo de enfocar la interioridad de esos padres maltrechos, que ven en cada berrinche, en cada rasgo inapartado de sus hijxs, un obstáculo para esa perfección en la que creyeron como dos criaturas alienadas, subordinadas a un sistema social que los señala como fantoches.
No hay en este musical la posibilidad de escaparse de trata frustración gracias al canto. La ausencia casi total de coreografías desalienta el show. Si Natalia Cociuffo tiene una capacidad técnica que podría irradiar la fantasía del music hall, la misma trama la llevará a la forma distorsionada y al llanto. En Los monstruos el realismo apaga al musical, como si ya no fuera posible la utopía de la evasión. No hay artificio, más allá de la habilidad de Mariano Chiesa y Cociuffo de hacer visible en escena un entorno ausente y darle entidad y presencia con el sólo efecto de su interpretación. Dionisi apela al musical como un procedimiento brechtiano. Extrae de este género su dimensión entretenida y la usa para arribar a ese momento tan insoportable, tan duro de reconocer donde padres he hijxs se vuelven enemigxs.
Si la crianza de un hijo les quitó autonomía, un mundo propio con alguna pizca de silencio, la escena será el espacio de la confesión, el lugar donde la pequeña orquesta lxs empuja a decir que un hijo puede ser una carga, una experiencia que preferirían dejar de lado, abandonar aunque saben que no podrán hacerlo. Hay algo que Los monstruos permite decir y tolerar porque se ampara en una aparente irrealidad. La risa apacigua por un buen rato ese maltrato continuo, ese dolor de Sandra y Claudio por lo que saben que son, por todo lo que lxs demás y ellxs mismxs le hacen a sus hijxs , porque los vínculos en Los monstruos son pura saña, una bronca que saca a las patadas al musical del escenario y deja una brutalidad expuesta. Construida por una montaña de frases que parecían inocentes.
Los monstruos se presenta los lunes a las 21 en El Picadero Teatro.