A la manera de un álbum familiar en el que las imágenes se perfilan a través de un remolino verbal, el nuevo libro de poemas de Verónica Pérez Arango reconstruye la historia de una voz que encuentra un segundo hogar en las palabras. Hay varias casas en los textos de La vida en los techos. La casa de los padres, donde crecen tres hermanos durante la infancia y la adolescencia; la de los abuelos, donde florece un secreto jugoso; la casa nueva a la que se mudan una madre joven con sus hijos y su pareja, una morada a la que encontrarán ya habitada por familias de gatos, arañas y escarabajos. En ese mundo de casas dentro de casas habitan también las palabras.
En el libro, el epígrafe de Gaston Bachelard (en su papel de poeta-filósofo, no de epistemólogo) orienta una lectura que reivindica el hogar como un refugio. A ese aspecto, Pérez Arango le suma, como si la escritura poética fuera una especie de trabajo de albañilería, otras versiones: la casa es un laboratorio de emociones, la guarida de la memoria, una suerte de plataforma (en los techos) para que la imaginación despegue. La casa es la cama donde duermen los hijos y el lugar donde los antecesores mueren. ¿Pero mueren en verdad? En los poemas, como insinúa Mario Ortiz en el cálido prólogo, se fusionan el entorno y los ambientes con el espacio del texto.
Incluso en ese sentido, la música de los poemas de La vida en los techos se asemeja a cadencias que se asocian con la casa de la infancia: rondas, canciones de cuna, trabalenguas, adivinanzas, salvoconductos y plegarias nocturnas dichas (en parte) contra el poder de la noche: “abandonar el cuidado/ dejar lo conocido/ que suceda/ la maleza/ lo oscuro sin sentido/ que crezca”. Aunque puede ser que, como se lee luego en el poema “Luciérnagas”, “algo más suave que la noche nos derribará”. En el contrapunto entre la efervescencia del pasado y las promesas (o las amenazas) del futuro, se expresan las súplicas, las invocaciones y las preguntas.
“El sonido y la musicalidad son aspectos que me parecen esenciales -dice la escritora nacida en Buenos Aires en 1976?. Necesito sí o sí de la lectura en voz alta o murmurada a medida que voy escribiendo; me ayuda a encontrar un ritmo que después empiezo a seguir un poco inconscientemente, como cuando bailás toda la noche como si fuera la última, entre el agotamiento, la borrachera feliz y el frenesí. Me gusta pensar en la escritura de un poema como una breve danza, con pasos marcados, movimientos y lugares por donde desplazarse, siguiendo un ritmo, un pulso.” Los dos poemas más extensos del libro están dedicados a personajes familiares: uno a un hermano (“Hernán”) y el otro al padre. En ambos, el pulso al que se refiere Pérez Arango cambia, se vuelve grave y a la vez volátil. Ya no es una danza. Mediante versos cortos y entrecortados, como si el aire faltara, se compone un canto melancólico en un caso, fúnebre en el otro. En esos poemas, como hace la hiedra japonesa que “trepó por los caminos de los techos/ formando ramificaciones infinitas”, se exploran temáticas y territorios nuevos en la producción de la autora. Para perseguir una vida tal vez es necesario salir de la casa: “abierto a lo que se aproxima/ despreocupado y lejos”.
La vida en los techos es el tercer libro de poesía de Pérez Arango y fue publicado por Colectivo Semilla, una editorial de Bahía Blanca a cargo de dos poetas, Gerónimo Unibaso y Lorena Curruhinca. “Se mostraron interesados en el libro y me propusieron editarlo -cuenta Pérez Arango?. Ambos son muy detallistas y responsables y, algo importante, no descuidan nunca el afecto, se ponen en tu lugar, te cuidan.” Como si metaforizara ese trabajo conjunto, el poema “Mudanzas” (título que en parte alude a un momento de transición en su obra) reserva un espacio privilegiado de la casa para la escritura poética: “Nos ocupamos del pequeño jardín/ ajustando cada detalle/ como si las plantas y la tierra/ fueran superficies lisas capaces de reflejarnos”. ,
La vida en los techos
Verónica Pérez Arango
Colectivo Semilla
La vida en los techos se presenta el 10 de marzo a las 19 en Convoi, Malabia 1066, CABA.