El siguiente texto fue escrito por el psicoanalista Hernán Kesselman, fallecido el 8 de abril   pasado, para la Revista Nuevo Hombre, en septiembre de 1971. Kesselman fue discípulo de Enrique Pichon-Rivière y compañero de ruta de Emilio Rodrigué y Eduardo Pavlovsky, entre otros pioneros del psicodrama analítico. Como homenaje, y a punto de conmemorarse el centenario de Evita, aquí se reproduce el artículo, que evidencia en el autor una visión también pionera del feminismo.

“Yo creo firmemente que la mujer, al revés de lo que es opinión común entre los hombres, vive mejor en la acción que en la inactividad.”


Si quisiéramos dibujar el perfil de la mujer nueva, es decir aquella que es capaz de llevar adelante todos los valores que implica la construcción de una sociedad justa como generosa, socialista, tendríamos que acudir a innumerables ejemplos que la historia nos ha ido proporcionando. Desde las figuras conocidas que aparecen en los libros de historia y en los diarios hasta aquellas anónimas, las silenciosas luchadoras de todos los días sólo conocidas por un pequeño círculo de amigos. (...) Por esa razón es que los trabajadores le exigen a Eva Perón que los represente y los conduzca en compañía de su líder. Por eso la fórmula presidencial fue: Juan Perón-Eva Perón. Y esto no fue sólo un reconocimiento agradecido de los sectores populares. No fue el intento de un nombramiento “honoris causa”. Fue la necesidad de un pueblo y de sus líderes de llevar adelante las banderas de lucha. (...)

Evita no aceptó finalmente el nombramiento. Y ese pueblo lo recuerda como una renuncia dolorosa. Mi intención aquí no es denunciar las presiones que jugaron un papel decisivo en la renuncia. Lo que quiero rescatar es precisamente ese papel al que no renunció nunca. Ese papel activo que la convirtió en modelo. El tema entonces es: ¿a qué renuncia la mujer vieja para llegar a ser la mujer nueva? En el proceso de liberación, la imagen de la mujer vieja empieza a transformarse. Ya no se resigna a tejer mantas hasta que vuelva el hombre... Quiere ser lo que es: mujer para la acción revolucionaria.

En el proceso de liberación, la mujer renuncia a la cárcel que le impone el matrimonio formal, renuncia a los beneficios de una neurosis personal y rompe las cadenas con que la retienen los conceptos que tiene esta sociedad de lo que “debe” ser una buena novia, una buena esposa y una buena madre.

En la lucha de la liberación, la mujer inactiva tradicional pierde la posibilidad de seguir siendo el oasis reparador de la lucha de su marido por la lucha cotidiana. Pero gana cuando empieza a violentar los valores tradicionales que la han encarcelado y sometido en su relación con el varón, cuando lo ayuda a darse cuenta que no la debe tratar como un objeto.

(...) En la lucha de liberación, la mujer transforma el viejo amor por su compañero en un nuevo amor, un amor humanizado en su grandeza, un nuevo amor que le sale desde adentro y que se viene desde afuera. Como decía Evita, “por eso ahora lo quiero a Perón de una manera distinta, como no lo quise antes: antes lo quise por él mismo, ¡ahora lo quiero también porque mi pueblo lo quiere!” Hoy que vuelven a escucharse músicas pacificadoras conocidas en este gran campo de batalla que es el hogar de nuestra Patria, el modelo de Evita como mujer para la acción revolucionaria vuelve a recordarse, el modelo que indicó el camino por el cual renunciar a un cargo no implicaba renunciar a la lucha. A una lucha larga y dolorosa que no termina en un simple proceso electoral.