La diversidad de Barcelona, la ciudad invitada a la 45° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, se respira en el aire y en el modo en que hablan dos de los autores que escriben en lengua catalana, ambos nacidos en 1979: Raül Garrigasait (Solsona, Lleida) y Najat El Hachmi (Nador, Marruecos). El –helenista de formación, traductor al catalán de Platón, Goethe o Joseph Roth y autor de la novela Los extraños– dirá que es independentista mucho antes del referéndum del 1° de octubre de 2017. Ella –que llegó a los ocho años a Vic, en la provincia de Barcelona, y es autora La hija extranjera y Madre de leche y miel, entre otras novelas– afirmará que ser feminista es un instrumento de supervivencia. En el stand de 200 metros cuadrados hay una librería con unos 800 títulos y un pequeño auditorio donde se proyectan documentales como Carlos Barral a fondo (mañana a las 16.30) o donde se realizan presentaciones de libros y charlas como “Los incomprendidos” con Garrigasait, María Sonia Cristoff, Joan-Lluís Lluis y Roberto Mur (hoy a las 20).
El efecto emancipador
“Mi lengua literaria es el catalán, y además hablo otras lenguas entre las que está el castellano. Mi identidad no consiste en el bilingüismo porque es un término que se utiliza con un planteamiento que no describe exactamente la realidad –advierte Garrigasait a PáginaI12 –. El término bilingüismo sugiere una especie de simetría o indistinción entre dos lenguas equivalentes que no lo son en la experiencia. La sociedad catalana es muy diversa, no solamente se habla catalán y castellano, sino que hay comunidades que hablan el bereber o árabe, también el occitano en su variante aranés. Cuando se utiliza el término bilingüismo para caracterizar ese territorio, lo que se hace es por un lado poner el catalán y el castellano en el mismo nivel, invisibilizando las otras lenguas, y por otro lado lo que hace es naturalizar la presencia del castellano, que se impuso a través de intervenciones políticas. El bilingüismo parece simétrico, pero en el uso político no exige simetría”, compara el editor de clásicos griegos y latinos en la prestigiosa colección de la Fundació Bernat Metge, autor también del ensayo El fugitivo que no se va. Santiago Rusiñol y la modernidad.
–¿De qué manera te ha impactado el independentismo catalán y cómo te posicionás ante el tema?
–El resurgimiento del independentismo catalán tiene algo generacional. Los catalanes votaron la Constitución Española en el 78 porque para muchos era el mal menor: si votamos la Constitución, al menos tenemos democracia. Han pasado ya casi cuarenta años y hay toda una generación como la mía que no ha conocido la dictadura, que ya no vive con los miedos o con los prejuicios de la generación de mis padres. Hay una generación que ha crecido en un ambiente de libertad, en un ambiente democrático, y el movimiento independentista se ha articulado alrededor del derecho de la autodeterminación, es decir que es independentista pero su gran reclamación es un referéndum donde puedan votar todos: los partidarios de la independencia y los contrarios. El independentismo catalán es un movimiento de profundización de la democracia. Los escritores ahora decimos más lo que pensamos que hace diez años. Para mí ha tenido un efecto emancipador, en el sentido de que se han puesto las cartas sobre la mesa y todo el mundo puede hablar con mucha más libertad del futuro que quiere para la sociedad catalana. También se han visto las limitaciones de las instituciones autonómicas. Lo que ha sucedido en los últimos dos años ha demostrado que hay un conflicto político y que intentar silenciarlo es una forma de autoengaño.
La lengua oral
Najat El Hachmi relata su historia como si estuviera frente a las grandes narradoras orales de su familia. “A través de la escritura he encontrado la forma de hacer que mi identidad, que está partida en dos paisajes y en dos formas de entender la vida muy distintas, se encuentren. La escritura se convierte en una forma de contrarrestar esa división del mundo del que vengo y del mundo en que vivo. La escritura es el único medio en el que puedo hacer que esos dos mundos sean uno. Yo me puedo mover igual en el entorno rural donde nací en Nador, que está al norte de Marruecos y es una de las zonas más empobrecidas; hay una historia muy convulsa y hay algo que todavía no he llegado a analizar, más allá de los personajes concretos sobre los que he escrito, que son personajes que están en mi entorno familiar y doméstico”, explica la autora de Yo también soy catalana, que es Licenciada en Filología Árabe por la Universidad de Barcelona.
No fue duro para la niña de ocho años mudarse a Vic en 1987. “Mi padre ya estaba viviendo ahí. Pocos días después de llegar empezamos a ir la escuela. Yo recuerdo esos comienzos como algo muy estimulante, una época muy feliz porque venía de un pueblo muy pequeño, una casa en medio de la nada. Llegar a Vic fue como descubrir el mundo urbano con sus posibilidades infinitas. Aprender una lengua nueva a los ocho años es maravilloso”, afirma la escritora.
–¿Cómo alguien que viene de una casa sin libros se convierte en escritora?
–Vengo de una casa sin libros, pero con literatura oral. Tardé muchos años en apreciarlo porque tenía ese prejuicio de que lo único que tiene prestigio es el libro, que nada tenía que ver con esas mujeres de mi familia que contaban historias. Cuando escribí la primera novela, El último patriarca, luego de haberla publicado, me hicieron darme cuenta de que lo oral estaba también porque es algo que viví de manera intensiva hasta los ocho años. En un lugar donde no había nada lo único que teníamos era la palabra. Mi lengua materna no es el árabe. Mi lengua materna es amazigh o bereber, una lengua oral que no tuvo escritura hasta hace poco. La particularidad es que son las mujeres las que cuentan; los hombres cuentan chistes pero no historias. Las mujeres que hacían tareas en la casa y el campo, muy repetitivas, muy aburridas, para que todo fuera menos pesado, contaban lo que les había pasado a ellas, a otras personas, contaban historias muy lejanas, aparte de los cuentos para niños que me contaba a oscuras mi madre, que es una gran narradora, cuentos que había heredado de su abuela y que son muy originales.
La intemperie catalana
Garrigasait advierte que las instituciones catalanas “eran capaces de controlar las pulsiones centralizadoras de España”. Pero después del referéndum del 1° de octubre de 2017 se anuló la autonomía catalana y se aplicó el artículo 155 de la Constitución. “Lo que sucedió fue algo muy paradójico: por un lado había y hay un movimiento popular muy fuerte a favor de la autodeterminación, pero por otro lado el Estado pudo desactivar la autonomía catalana muy fácilmente. La autonomía catalana ahora mismo no transmite seguridad. La sensación que hay es que la sociedad catalana está a la intemperie, está en medio de un conflicto político que no tiene una solución rápida ni fácil. Es una situación muy compleja que tiene la virtud de haber expuesto el conflicto de la forma más cruda y clara posibles”, subraya el escritor, traductor y editor.
“Yo soy independentista desde hace muchos años, desde antes de esta última ola, y esto significa que es imprescindible que tenga lugar un referéndum de autodeterminación sobre la independencia en el que todo el mundo vote lo que quiera. Si gana el ‘no’, pues nos quedamos en España –aclara Garrigasait–. Ahora mismo hay un debate dentro del independentismo que plantea que tenemos que considerar vinculante el resultado del referéndum y por lo tanto buscar la manera de aplicarlo; y otros independentistas que dicen que hay que convocar otro referéndum pactado. La salida no es fácil porque ambas soluciones presentan problemas y dificultades. Es casi imposible pactar un referéndum con el Estado central porque la cultura política española no es favorable a la autodeterminación y aplicar el referéndum con la correlación de fuerzas que hay ahora mismo es muy difícil”.
Después del referéndum, Garrigasait empezó a escribir El fugitivo que no se va, el libro de ensayos sobre el pintor y escritor catalán Santiago Rusiñol (1861-1931). “Rusiñol habla de los conflictos de su tiempo de una manera muy cruda. Cuando estaba escribiendo sobre Rusiñol, estaba pensando en el referéndum de 2017. Lo que sucedía es que había un sinfín de analogías, de coincidencias, de repeticiones. Tuve la sensación que la historia de Cataluña se repetía. Rusiñol presentó una obra de teatro que se llama El héroe, que es una obra contra el militarismo español y contra la presencia colonial de España en Filipinas, y que si se representara hoy le hablaría directamente al espectador catalán de los mismos conflictos. Los acontecimientos de estos dos últimos años me han hecho más consciente de los conflictos del presente y la historia de mi sociedad. A partir de ahora creo que voy a escribir una literatura más conflictiva”, reconoce el escritor.
De la impotencia al feminismo
La escritura le permitió unir mundos. Najat comenta que las autoras que leyó y más la influyeron intentaban rescatar “una cierta lengua oral en boca de los personajes”. Una de las más importantes fue Mercè Rodoreda (1908-1983). “Ella le daba voz a muchas mujeres, aunque siempre renegó del feminismo. Sus novelas están llenas de personajes femeninos a los que les pasan muchas cosas por el simple hecho de ser mujeres. Para mí eso es feminista, pero ella se enojaba si le decían feminista porque quería evitar que la encasillaran en esa especie de subgénero que es la literatura escrita por mujeres. Rodoreda decía que no era feminista porque se veía de lejos que ‘las mujeres somos superiores a los hombres’, recuerda la autora de La cazadora de cuerpos. Otra escritora que le parece importantísima es Caterina Albert (1869-1966), más conocida por su seudónimo Víctor Català. “A principios del siglo XX ella escribió un monólogo teatral muy impresionante, La infanticida, en el que habla una mujer que está en la cárcel por matar a su hija. En el monólogo cuenta la presión que había recibido por parte del padre para que no siguiera con el embarazo y por parte del amante que la había abandonado. Al final no le queda más remedio que matar a su propia hija por la presión feroz del patriarcado. El monólogo ganó un premio literario y cuando se abrió la plica y se descubrió que la autora era una mujer el escándalo fue mayúsculo porque decían que no podía ser que una mujer escribiera algo tan duro –repasa la escritora catalana–. A partir de entonces empezó a usar el seudónimo. El uso del seudónimo le permitió escribir con mayor libertad, aunque luego al cabo de poco tiempo todo el mundo sabía quién era”.
–¿Por qué sos feminista?
–Hay un instinto feminista en todas nosotras cuando vemos las injusticias que se cometen contra las mujeres. Yo recuerdo una sensación de impotencia y de indignación frente a las situaciones que vivían las mujeres de mi familia. Ver el sufrimiento de las mujeres con las que crecí me llevó a cuestionar muchas cosas. Después fue mi propio malestar el que me fue llevando cada vez más hacia el feminismo, porque tuve que luchar por cosas muy básicas, como por ejemplo la educación. Mi padre me decía todos los años: “este va a ser tu último año en el colegio”. Yo era feliz en el colegio, entonces intentaba ganarle un año más. Cuando vieron el poder transformador que tiene la educación, en mi familia quisieron frenarlo, pero no pudieron. Ser feminista para mí es un instrumento de pura supervivencia. Si no hubiera sido feminista, habría tenido una vida que no era la que quería.