Perón sabía ser convincente y encantador: --Si usted no la acompaña a España, Evita no va... --y de aquella manera comprometió a la esposa del presidente de la Cámara de Diputados para que levantara vuelo junto a su esposa. Una ocasión histórica, un viaje inolvidable, pero también lleno de complicaciones para la señora de Guardo que ya tenía tres hijos pequeños y un bebé de un año. Profundamente convencida de lo que significaba Eva para el movimiento peronista, Lillian no tuvo un instante de duda. Era su forma de cooperar con la Causa en la que ella y su marido creían de todo corazón.
Y de ese viaje y de esa historia nos fascina saber hoy.
En su libro Ahora hablo yo... (Sudamericana), Lillian Lagomarsino relata que durante el viaje a Madrid, Evita padecía de terrores nocturnos y le rogaba que se quedara a dormir en la misma habitación. Hasta tal punto que, durante las dos primeras noches, Lillian permaneció sentada en un sillón hasta que la esposa del Generalísimo Franco dispuso que se ubicaran dos camas en los aposentos destinados a la señora de Perón.
--¿Por qué tenía tanto miedo Evita?
--Nunca me lo dijo pero tenía miedo en serio. No era cuento y aún recuerdo la humildad con que me pidió que me quedara con ella durante la noche. Tan es así que me emocionó y le aseguré que dormiría allí, aunque fuera en el suelo. Que no la dejaría sola. También en Montecarlo, donde fuimos a un hotel que no era de los mejores (quizás porque don Alberto Dodero quería que pasara desapercibida), cada noche colocábamos la cómoda delante de la puerta como para atrincherarnos.
--¿Ella temía posiblemente algún ataque personal?
--Algo le estaba pasando. Yo trataba de tomarlo en broma y le decía: "Pero, señora, ¿usted cree que se nos va a aparecer alguien? ¡Piense en lo que nos vamos a divertir con un fantasma!" Intentaba de ese modo distraerla pero ella me lo decía con mucha seriedad y sentimiento. Yo había aprendido a conocerla y sabía distinguir sus estados de ánimo. Esto lo decía de corazón.
--Siempre se ha hablado de usted como de la persona más leal, discreta y afectuosa que tuvo Evita a su lado...
--Délo por seguro. Soy leal por naturaleza pero también debo decir (y lo he pensado muchas veces a lo largo de los años), que Eva me inspiraba ternura. ¡Era una mujer que tenía tantas cosas! En primer lugar, juventud. Había cumplido 26 años. Luego, belleza. Era muy hermosa. También tenía poder y dinero. Muchas cosas a sus pies. Pero yo creo que no las disfrutaba. Las usaba, sí, pero sin disfrutar. Muy pronto comenzó a ir a Trabajo y Previsión con ropa sencilla, sin alhajas. Eso sí, muy bien peinada por Julio Alcaraz pero sin maquillaje (sólo los labios pintados) y esa obsesión por cumplir con... sí, la palabra es misión. Ella no salía, no paseaba. Tenía un solo pensamiento permanente: sus pobres, sus "grasitas"... En esto creo que todos aquellos que la conocimos estaremos de acuerdo.
--¿Como si ella supiera que no iba a vivir mucho, que era necesario quemar etapas?
--Sí, absolutamente. El 4 de junio de 1946 Perón asumió la Presidencia. Al día siguiente ella ya estaba programando su tarea. "Pero, señora, descanse. Tómese el día 5 para usted". "De ninguna manera. Nicolini va a darme un lugar en el Correo y allí voy a empezar a trabajar".
--La gente que la rodeaba a veces le tenía miedo a Evita por su carácter...
--Sí, tenía un carácter muy fuerte. Pero ella también le tenía miedo a la gente.
--¿Por qué?
--Le llegaban todos los epítetos, muy insultantes, con que sus enemigos la nombraban. Ella sabía muy bien aquello de la Perona y muchas cosas más muy desagradables. Ella tenía miedo de enfrentarse con esa gente. Que le hicieran un desaire, quedar mal...
--¿Una mujer mucho más insegura de lo que parecía?
--En esas cosas, sí. Una vez la fueron a invitar de parte de la señora Adelia Harilaos de Olmos para que concurriera a un té que le daban las señoras de las Sociedad de Beneficencia. Ella no aceptó y yo insistí: "Ay, señora, ¿por qué no va? Todas las personas que la conocen se quedan fascinadas con usted. Además es la esposa del Presidente y el Presidente es el de todos los argentinos, no solamente de los 'grasitas'. También es el Presidente de los encumbrados, de la sociedad. ¿Por qué no acepta, señora? Se van a enamorar todos de usted..." Lo pensó un momento y preguntó como pensando en voz alta: "¿Y si se enteran mis grasitas?" Le sugerí que pusiera como condición la ausencia de fotógrafos. Era una visita privada. No había por qué publicitarla. Ella tenía poder como para hacerlo así. Se quedó en silencio mirando el suelo y finalmente me dijo: "No voy a ir, Lilli". Ella no quería sentirse insegura.
También el Dr. Ricardo Guardo fue un hombre leal a Perón y a Evita. La Revolución Libertadora lo persiguió duramente en 1955 y a pesar de una primera decisión de permanecer junto a Lillian y sus hijos terminó finalmente por asilarse en la Embajada de Haití, única representación diplomática que les abrió las puertas tanto a Guardo como a otros miembros del partido peronista.
Mientras tanto la comisión de Recuperación Patrimonial había decretado la interdicción sobre los bienes de los Guardo y sobre la fortuna personal de Lillian Lagomarsino.
--Yo me encontré sin poder disponer absolutamente de nada. Como es sabido mi padre había instalado la primera fábrica de sombreros masculinos del país y me había tocado parte de su herencia pero me encontré inhibida para tocar hasta el menor de los alquileres de las propiedades que teníamos. La interdicción es terrible. Empecé a coser para afuera. Luego a cocinar. Así nació "Mamía", mucho después. Pero ese momento fue horrible. Mi hermana Haydée organizó que mamá viniera a vivir conmigo y de esa manera pagarme una especie de pensión para los gastos cotidianos. Mis hijas, que eran jovencitas, empezaron a trabajar. Una, como secretaria en una oficina de gente amiga y la otra en casa haciendo copias a máquina. En fin... fueron años amargos hasta que pudimos demostrar la transparencia de las actividades de Ricardo, mi marido. Pero hay algo que quiero agregar sobre el famoso viaje a España del que le he hablado. Hay muchas cosas que se han dicho sobre ese viaje que no son ciertas.
--¿Por ejemplo?
--Que Eva conoció a Onassis, que tuvo una amistad con él; que tuvo asuntos con unos banqueros alemanes; que fue a los bancos suizos. Yo jamás pisé un banco suizo y durante todo el viaje no me separé ni un minuto de Evita. Tampoco conocí nunca a Onassis. Al comienzo del viaje yo lamentaba no tener un poco más de independencia pero luego lo comprendí muy bien. Si a mí me pasaba algo les arruinaba el viaje. Nos cuidamos pues mutuamente y aún hoy puedo afirmar y repetir que no me separé ni un instante de ella.
--Además la señora de Perón era absorbente...
--Sí. A veces me retaba en la mesa porque yo había llegado tarde a buscarla a Trabajo y Previsión o a la Residencia e, infaltablemente, desde la cabecera, Perón (que como le he dicho era encantador cuando quería) con su voz ronca intervenía: "¡Pero Evita! ¡Lillian tiene cuatro chicos! Los deja por estar con vos. Qué importa si llega unos minutos tarde."
--¿Y ella?
--Se callaba.
--Bueno, si pensamos que usted le brindaba generosamente y sin límites su propio tiempo... era realmente muy exigente.
--Evita solía hacerme estas travesuras. Yo las llamaba travesuras. En España llegaba tarde a todos lados. En Barcelona fue terrible... Y aquí en Buenos Aires lo que Eva quería era tenerme bajo su mirada. Muchas veces me quedaba sentada en una silla horas esperando a que ella me asignara alguna tarea. Muchas veces atendía a los legisladores pero en cuanto me alejaba la escuchaba preguntar: "¿Dónde está la señora de Guardo?". Evita estaba hasta en los menores detalles pero también sabía muy bien cómo hacerse perdonar. Nunca olvidaré la primera vez que Ricardo me llevó a San Vicente. Tomé cuatro aspirinas durante el viaje. Estaba mareada por sus recomendaciones: "No hables de problemas domésticos, ni de los chicos, ni de la familia. A Evita eso no le interesa. Ella es absolutamente política", me insistía mi marido. Cuando llegamos observé que Evita se había peinado con dos trencitas. Llevaba un pijama del General con las mangas y los pantalones arremangados y no tenía maquillaje. Habló ella durante todo el almuerzo. También Perón y Ricardo. Yo, muda. Todo eso me interesaba pero era griego para mí. ¡Quién sería ministro, quién subsecretario! Aprendí a ser prudente y a no intervenir si no sabía bien de lo que se trataba.
--Por eso también, por su prudencia, resulta muy inexplicable el distanciamiento de ustedes con los Perón. Hay una anécdota al respecto y es que cuando el doctor Guardo (siendo ya presidente de la Cámara de Diputados) le clasifica y ordena todos los discursos a Perón y se los hace editar en la imprenta del Congreso, Perón queda fascinado. De alguna manera estaba ordenando su mensaje...
--Sí, Ricardo había tomado de cada discurso lo esencial, lo más importante. Los párrafos de mayor impacto. Con ellos hizo ese libro...
--...y una de las cosas que se relata es que el Dr. Guardo nunca quiso aceptar ningún tipo de retribución económica por su trabajo y que esto habría sido el motivo del alejamiento entre ustedes.
--Cuando Ricardo le entregó ese libro a Perón efectivamente le encantó. Quiero explicarle también que la imprenta del Congreso era muy buena y cuando Ricardo mandaba imprimir algo se lo descontaban automáticamente de la dieta de diputado. Por eso (y me aparto un poco del relato), cuando en 1955 la Revolución Libertadora dijo que mi marido debía 250 pesos al Congreso yo dije que era imposible. Me fui al Congreso y obligué a los empleados a buscar el comprobante de esa deuda. Revolvieron y no encontraron nada. Pero volviendo al momento en el que Ricardo le entrega el libro a Perón no creo que Perón se haya ofendido por nada. Eso sí, el libro le había gustado tanto que fue hasta la caja de hierro y sacó un fajo de billetes: "Guardo, --le dijo--, esto a usted le ha costado dinero porque usted ha pagado la imprenta..." y mi marido le contestó: "General, esto es un obsequio que yo le hago a usted" y Perón tuvo que guardar el dinero nuevamente en la caja de hierro. Pero no se enojó. Por supuesto que no. Seguramente pensó "yo a esta persona no la puedo tener en mis manos". Comprendió que Ricardo era insobornable. Si eso le molestó no lo sabremos nunca...
--Bueno, su marido dio una señal de gran independencia.
--Ah, sí. Eso sí. Ricardo le estaba enviando un mensaje: quiero esta causa, es mi causa pero a mí nadie me paga por eso. No lo hago por interés. ¡Ah, mi marido amaba tanto su tarea! Fíjese que nosotros nos retirábamos a las diez de la noche de la Residencia y, por esas cosas de la política, Ricardo tenía que ir hasta La Cabaña donde estaban comiendo los diputados o volvía a su despacho. ¡Las siestas que me habré hecho en el Salón Azul!
--¿Y usted lo acompañaba siempre?
--Es muy lindo saber que el marido de uno lo necesita. Siempre estuve a su lado. No me importaba esperarlo. Antes de ser político también me quedaba en el auto frente a la Facultad (en aquella época las mujeres no iban a esas reuniones científicas) y todo eso fue para mí una gran felicidad. 50 años casados y Ricardo murió diciéndome: "Querida, sos una santa". ¿Qué mejor regalo pude tener?
*Artículo publicado en Página/12 en mayo de 1998