El amianto, o asbesto, está compuesto por miles de fibras elementales, sólidamente unidas, y que pueden separarse con facilidad longitudinalmente en fibras cada vez más finas, hasta llegar a fibrillas de tamaño microscópico. Aquí reside la clave de peligrosidad de esta fibra, ya que billones de éstas pueden estar en el ambiente y ser transportadas a distancia a causa de corrientes de aire.
El material contaminante, que si se introduce en las vías respiratorias nunca se metaboliza y es cancerígeno, es considerado un “residuo peligroso. Su uso, producción, importación y comercialización, en sus variedades anfíboles o crisotilo, está prohibida en el país: en el ámbito nacional a través de la Resolución Nº 845/00 del Ministerio de Salud de la Nación, y la Resolución Nº 823/01 (2001) del Ministerio de Salud de la Nación; y en el ámbito del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires a través de la Ley 1820/05.
El desarrollo de enfermedades por asbesto tiene un tiempo de latencia muy largo y por eso es de difícil diagnóstico. Sin embargo, se utiliza como indicador la mortalidad por mesotelioma.
Un informe de la fundación Soberanía Sanitaria de 2018 detalló que, entre 1980 y 2013, se identificaron 3.259 defunciones por mesotelioma en el país. En 1980 se identificaron 64 defunciones, número que se triplicó llegando a 177 en 2013. La mortalidad entre los hombres pasó de 4,1 por cada millón de habitantes en 1980 a 7,5 en 2013; y entre las mujeres, de 2,5 a 3,9 en el mismo período.